El acuerdo nacional es carreta y la reforma a la salud, pasado
El episodio de la fallida reforma a la salud se convertirá en un elemento que radicalizará al presidente en su narrativa de que es imposible lograr los objetivos con un Congreso que bloquea el cambio
Colombia pareciera haber acelerado su viaje hacia un destino incierto, mientras la democracia resiste, la sociedad se polariza, el Gobierno se radicaliza, el Congreso hunde las reformas gubernamentales, la guerra se recrudece, la paz total no avanza, la economía se sacude y el miedo al abismo se convierte en el tema de conversación cotidiana, ante el avance de la oposición, que ha logrado calar su mensaje de que es real la posibilidad de que el president...
Colombia pareciera haber acelerado su viaje hacia un destino incierto, mientras la democracia resiste, la sociedad se polariza, el Gobierno se radicaliza, el Congreso hunde las reformas gubernamentales, la guerra se recrudece, la paz total no avanza, la economía se sacude y el miedo al abismo se convierte en el tema de conversación cotidiana, ante el avance de la oposición, que ha logrado calar su mensaje de que es real la posibilidad de que el presidente Petro cumpla la profecía fatalista de convertir el país, a través de una Constituyente popular, en un nuevo ejemplo de caos socialista.
Se viven tiempos de enorme incertidumbre con un primer mandatario que lidera la agenda política, ejerce el poder con audacia y decisión suicida, cruza límites que nadie había traspasado, y ha puesto al país a hablar de sus iniciativas, con un discurso cada vez más retador sobre los alcances de su visión y capacidad de lograr, contra todo pronóstico, sus grandes propósitos revolucionarios. Hay que ser claros sobre el tipo de liderazgo que ejerce Petro para entender lo que está pasando.
Petro no se hizo elegir para pasar desapercibido y actuar como simple notario de la historia, repartidor del botín burocrático y bombero de crisis recurrentes. Tampoco para cortar cintas, pensionarse con un suculento salario vitalicio, disfrutar plácidamente del título de expresidente y fastidiar a su sucesor. Petro es firmante de los acuerdos de paz de 1991 y desde entonces ha cumplido su palabra, deslegitimado con su acción la lucha armada, impulsado una agenda profundamente reformista y batallado por el poder desde abajo, como una tenacidad única, venciendo toda clase de ataques y conspiraciones de la derecha para eliminarlo -política e incluso físicamente-, para cumplir su objetivo de impulsar cambios profundos en una Colombia marcada por la desigualdad, la inequidad, la corrupción, la inseguridad y la guerra.
Por ese espíritu combativo y capacidad de renacer después de cada debacle política, el hundimiento de la reforma a la salud no será percibida por Petro como una derrota personal, ni como el fracaso de su Gobierno. Un líder de su talante buscará lograr el mismo fin del proyecto hundido usando otros métodos. Es seguro que en nombre de la salud de los colombianos aplicará recetas poco ortodoxas, obligando al sistema a reaccionar y a las EPS a mutar hacia un nuevo modelo soportado en la prevención y la ampliación de la cobertura, otorgándole al Estado un papel más protagónico.
Cuando la tormenta parece más fuerte, el presidente no se dejará arrinconar por los titulares de prensa adversos, que además ignora, ni por las voces de los gremios y expertos, y ahondará en su narrativa para demonizar al Congreso cada vez más hostil y a la oposición, que no tiene, hasta el momento, un líder capaz de confrontar con éxito al presidente, ni convertirse en alternativa de cara al 2026.
El episodio de la fallida reforma a la salud se convertirá en un elemento que radicalizará al presidente en su narrativa de que es imposible lograr los objetivos trazados en favor del pueblo y la modernización del país, con un Congreso de derecha que bloquea el cambio y legisla para mantener los privilegios de una élite voraz y corrupta. En su lógica, un Congreso que no ayuda, estorba. Y alguna solución dispondrá para ese obstáculo.
La palabra cambio, en la lógica petrista, es sinónimo de revolución, un proceso que el jefe de Estado impulsa, haciendo uso de las herramientas que la Constitución le brinda, con decisión y asumiendo todos los riesgos. Y, si es necesario, inventar nuevas vías institucionales para lograr sus objetivos.
Esta salida es, sin duda, la Constituyente popular que, desde la óptica oficial, resolverá todas las crisis que vive un Gobierno acosado por la ingobernabilidad, la falta de un equipo fuerte, técnico y capaz de cruzar el mar embravecido del Legislativo, donde el Ejecutivo está cada vez más solo, pagando el alto costo de haber elegido en la lista del Pacto Histórico a unos pocos notables junto con un equipo de ilustres desconocidos, sumado a su débil capacidad de lograr consensos, con unos ministros incapaces de asumir los retos que les ha impuesto la realidad política.
La Constituyente popular es una alternativa que hoy aparece en el horizonte gobiernista como respuesta de un presidente que agotó el camino de los consensos en el Congreso y con los partidos políticos, que se sintió traicionado por los ministros de otras corrientes diferentes a las suya, que desprecia a la clase política y ha dicho que el tal acuerdo nacional es pura carreta.
Para una administración que lideran militantes, activistas y adoradores de la personalidad del caudillo, es el momento de dar un salto hacia adelante para romper el cerco de la derecha y comprometer a las bases populares, a la sociedad civil organizada, a los campesinos, obreros, estudiantes, indígenas y negritudes, en el diseño de un nuevo modelo político que profundice el espíritu de la Constitución de 1991, revocando las contrarreformas hechas durante tres décadas, y haciendo realidad las reformas aplazadas, entre ellas la hundida reforma a la salud, que Petro convirtió en columna vertebral de su transformación social.
La Constituyente popular es, hasta ahora la apuesta más dura de Petro. Y la más incomprendida. Cada día la idea toma más forma ante los ojos de la derecha, y una gran parte de la opinión pública, como una autopista hacia el descuadernamiento de la institucionalidad y el desmonte del Estado, para instaurar un régimen socialista. Petro, sin embargo, la presenta como una oportunidad de que el pueblo se organice, movilice, pronuncié y ordene, incluso la reelección presidencial.
Una Constituyente así, que podría saltarse al Congreso y la Corte Constitucional, solo produce vértigo a las mayorías, pero, por el contrario, genera en Petro un enorme regocijo por su capacidad de patear el tablero, imponer la agenda y tratar de reorganizar el modelo político, alineando a amplios sectores sociales con la agenda 2026, que ya comenzó a andar. Si algo ha marcado este proceso es, precisamente, el anticipo de la campaña presidencial y la movilización política de la izquierda, el centro y la derecha. El que se duerma no estará en el tarjetón con opciones de poder.
No son tiempos fáciles para nadie. La historia de Colombia se reescribe a una enorme velocidad. Petro no está mamando gallo, como decía García Márquez. Él tiene afán de que sucedan ya las grandes transformaciones, la oposición quiere frenarlas y en medio del caos, el ELN y las disidencias aparecen como coequiperos en el impulso a la Constituyente. La oposición llama a la calle, pero las cosas están sucediendo en los territorios, en las universidades, en los barrios, donde el pueblo reclama la ayuda del Estado y el Gobierno maneja la chequera de la solidaridad que impulsa lealtades. Hay que despertarse y entender que no estamos en la Venezuela de Chávez, sino en la Colombia de Petro, y aquí manda es el realismo mágico, donde Petro sigue buscando, como José Arcadio Buendía, lograr la piedra filosofal, haciendo alquimia con la Constitución.
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