¿Necesita Colombia una primera dama? Los gastos millonarios de Verónica Alcocer, la esposa de Gustavo Petro, agitan el debate

La figura de la pareja presidencial, rodeada de controversia en Colombia, se ha replanteado en otros países

Verónica Alcocer en Bogotá (Colombia), el 4 de marzo de 2022.Juan Carlos Zapata

Verónica Alcocer suele aparecer al lado de su esposo, Gustavo Petro, en primer plano, cada vez que el primer mandatario de izquierdas de la Colombia contemporánea se asoma al balcón de la Casa de Nariño. Es la postal de la pareja presidencial. Su visibilidad contrasta con la de otras primeras damas que la precedieron. Rodeada de controversias, ha sido todo menos discreta. Su inusual actividad e influencia política enciende los ánimos en torno a una figura que muchos consideran obsoleta.

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Verónica Alcocer suele aparecer al lado de su esposo, Gustavo Petro, en primer plano, cada vez que el primer mandatario de izquierdas de la Colombia contemporánea se asoma al balcón de la Casa de Nariño. Es la postal de la pareja presidencial. Su visibilidad contrasta con la de otras primeras damas que la precedieron. Rodeada de controversias, ha sido todo menos discreta. Su inusual actividad e influencia política enciende los ánimos en torno a una figura que muchos consideran obsoleta.

En un país hiperpresidencialista, la pareja del mandatario de turno no tiene funciones claramente definidas, su papel corresponde a los usos y prácticas. En términos formales no es un funcionario público, no tiene presupuesto ni puede ser citada a control político, aunque sí suele manejar Consejerías, por lo que sus gastos son un foco de controversia. Verónica Alcocer, según reveló esta semana una investigación de La Silla Vacía, el portal político de referencia, “ha usado su poder para tener un séquito que le ha costado al Estado más de mil millones de pesos” (unos 250.000 dólares) en el año y medio que lleva Petro en el poder. La comitiva que suele acompañarla en sus viajes incluye a su mejor amiga, un fotógrafo, un maquillador personal y vestuarista ­y una asesora personal, contratados por tres entidades públicas distintas con sueldos que superan los de un ministro.

Las revelaciones chocan con la narrativa de un Gobierno que apela constantemente a lo popular y persigue –al menos discursivamente– cierto grado de austeridad. La familia del presidente Petro ha sido su flanco débil, y su tercera esposa no es la excepción. La más reciente polémica ha vuelto a agitar el debate sobre la necesidad de la figura de la primera dama en Colombia.

Gustavo Petro y Verónica Alcocer, en febrero de 2023.Chepa Beltrán (Getty Images)

Las críticas han arreciado, y no solo desde la oposición de derecha. “Nadie nos dijo que el ‘cambio’ en Colombia vendría con nuestra propia versión de María Antonieta: abusos, derroche, influencias políticas indebidas y favorecimiento descarado a los amigos”, dijo la representante Catherine Juvinao, del partido progresista Alianza Verde. “Los títulos en democracia son un legado obsoleto cuando está ligado a la persona y no a la función, ni mucho menos a la responsabilidad”, se reafirmó por su parte el representante David Racero, del oficialista Pacto Histórico, cuando le reclamaron que en el pasado había cuestionado a la primera dama, que considera una “herencia antirepublicana”. “Si se va a hacer el debate sobre esa figura, hagámoslo en serio, más allá de quién es la persona o el presidente de turno”, matizó en sus redes sociales.

Existe un vacío jurídico acerca de cuáles son las responsabilidades de la primera dama, señala la analista Eugénie Richard, docente experta en comunicación y marketing político de la Universidad Externado de Colombia. Por lo tanto, es difícil pedirle cuentas. “Este debate sobre si debería desaparecer la figura de la primera dama es complicado, porque en sí es un personaje fantasma, que no tiene un estatus legal muy determinado. Todo depende de la tradición, del presidente turno y de la personalidad de la primera dama. A algunas les interesa ser muy discretas y a otras, protagónicas”, valora. “Si bien no es necesaria constitucionalmente, desata siempre amores y odios, es una presa fácil de la oposición”, añade. Está bien visto que se encargue de asuntos domésticos, de infancia o desnutrición, pero si eleva su perfil comienza a atraer las críticas. Un marco que perpetua estereotipos de género.

Alcocer acompaña a la reina Letizia de España durante una visita a Cartagena (Colombia), el 13 de junio de 2023.Carlos Alvarez (Getty Images)

La discusión ha subido de volumen con Alcocer, que tuvo desde la propia campaña un marcado protagonismo, con baños de masas en la plaza pública y una visita al papa Francisco. El ruido en torno suyo ha sido constante. Por momentos ha ostentado más poder político que la vicepresidenta Francia Márquez, que sí tiene un mandato popular, y ha sido representante diplomática del Gobierno en varias ocasiones. Incluso encabezó la delegación colombiana en el sepelio de la reina Isabel II de Inglaterra.

La prensa colombiana atribuye a Alcocer numerosos nombramientos en la administración pública –algo tanto difícil de demostrar como debatible–. Su vecina, Concepción Baracaldo, quien fue por un semestre la directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICFB), declaró en su día que le parecía normal que fuera ella quien le hubiera ofrecido el puesto. También le atribuyen una relación cercana con el viceministro de Cultura, Jorge Zorro, quien se mantuvo como ministro encargado durante todo un semestre. Zorro ha negado a este periódico que la primera dama tenga alguna influencia en el Ministerio de Cultura.

Para la analista Mónica Pachón esa influencia en los nombramientos es lo excepcional en el contexto colombiano. “Que los amigos de la esposa del presidente sean protagonistas de la política pública es muy extraño, esa es la anomalía”, señala esta profesora de la Universidad de Los Andes. “Cumple un rol político importante, según las investigaciones que han hecho diferentes medios, sin tener un background político”, agrega.

Verónica Alcocer se hace una foto con una partidaria de Gustavo Petro en la marcha en apoyo al presidente del pasado 7 de junio.Nathalia Angarita

En la que quizás ha sido su aparición más polémica, Alcocer se presentó de noche y por sorpresa el pasado marzo en las instalaciones del Congreso, a pocos metros de la Casa de Nariño, mientras estaba en marcha una reunión con varios ministros y congresistas que buscaba desatascar el trámite legislativo de la reforma a la salud, la más resistida entre las grandes reformas sociales del Gobierno. Petro se encontraba de viaje en Estados Unidos. La desafortunada visita se regó como pólvora en redes sociales y desde muy diversas orillas la interpretaron como una injerencia indebida.

Hay ejemplos de primeras damas poderosas. En Argentina, Cristina Fernández de Kirchner fue primera dama antes de presidenta y en Estados Unidos también lo fue Hillary Clinton antes de ser candidata presidencial. Pero en la región hay otros espejos que arrojan un reflejo más nítido. En México, la esposa del presidente Andrés Manuel López Obrador, la escritora e historiadora Beatriz Gutiérrez Müller, siempre ha rechazado el calificativo de “primera dama” y declinó el tradicional puesto de responsable del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de las Familias. Sin embargo, ha sido representante diplomática del Gobierno en más de una ocasión. Fue, entre otras, la encargada de asistir a la toma de posesión de Gabriel Boric como presidente de Chile.

Justamente Chile es un caso particular. Boric y su pareja, la antropóloga y feminista Irina Karamanos, se habían propuesto en campaña abolir la figura. Meses después de llegar al poder, y tras una lluvia de críticas por el retraso, echaron a andar un proceso para traspasar a ministerios afines las funciones tradicionales de la primera dama, que en el país austral suponían adoptar automáticamente la dirección de seis fundaciones, aparte de las labores protocolarias. A finales del 2022 cerraron definitivamente la oficina de la primera dama en La Moneda. El pasado noviembre, Boric confirmó el fin de su relación con Karamaros. En Chile había un precedente, pues en el primer Gobierno de Michelle Bachelet, entre 2006 y 2010, esas funciones ya habían sido delegadas a personas a las que se remuneraba por su trabajo. Era la primera mujer que llegaba a la Presidencia, un hito que Colombia por ahora no ha alcanzado.

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