Cuatro años del disparo a Dilan Cruz: Colombia se mira en un espejo roto

La muerte de quien se convirtió en el símbolo de las protestas de 2019 sigue sin tener una resolución judicial

Un velatón en honor a Dilan Cruz, el 25 de noviembre de 2019 en Bogotá (Colombia). Juan Carlos Torres (Getty Images)

Este jueves, hace cuatro años, el 23 de noviembre de 2019, un joven estudiante de colegio, Dilan Cruz, recibió un disparo de un “arma menos letal” manejada por Manuel Cubillos, un capitán de la Policía. Dos días más tarde, Cruz murió. Ese hecho de violencia policial quedó registrado en videos y fotos, incluyendo las imágenes inéditas que revela EL PAÍS. La evidente violencia hizo estallar de indignación las redes sociales, elevó al paro nacional que llevaba dos días a otro nivel de movilización y puso en ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Este jueves, hace cuatro años, el 23 de noviembre de 2019, un joven estudiante de colegio, Dilan Cruz, recibió un disparo de un “arma menos letal” manejada por Manuel Cubillos, un capitán de la Policía. Dos días más tarde, Cruz murió. Ese hecho de violencia policial quedó registrado en videos y fotos, incluyendo las imágenes inéditas que revela EL PAÍS. La evidente violencia hizo estallar de indignación las redes sociales, elevó al paro nacional que llevaba dos días a otro nivel de movilización y puso en jaque al Gobierno de Iván Duque. Cuatro años más tarde, tras una pandemia que sacudió al mundo entero y un inédito cambio de Gobierno que tiene en el Ejecutivo a un exguerrillero de izquierdas en un país que parecía alérgico a esas tendencias políticas, la Colombia que se mira en la muerte de Dilan encuentra una imagen rota, llena de contrastes.

Es una imagen rota porque la justicia no ha definido las responsabilidades por su muerte, un reflejo de los enormes problemas de impunidad y morosidad que sufre Colombia. Aunque tan solo una semana después de su muerte la autopsia del Instituto de Medicina Legal determinó que el impacto le causó “severos e irreversibles daños a nivel del encéfalo”, y el dictamen forense calificó lo sucedido de “homicidio”, el proceso penal contra el capitán Manuel Cubillos avanza muy lentamente. El debate gira no tanto alrededor del uso de la munición llamada bean bag, una bolsa textil con perdigones de plomo, sino de las acciones de Cubillos.

La Fiscalía encontró en 2021 que el entonces capitán no le disparó a Cruz a propósito, mientras que un equipo de expertos internacionales en reconstrucción forense de eventos llegó a la conclusión contraria hace apenas dos meses. El fiscal del caso debe definir si les cree y lleva a Cubillos a juicio, algo que no ocurriría antes de mediados de 2024, cuando la muerte se acerque a su quinto aniversario —y eso si ocurre pronto―.

La madre de Dilan Cruz durante una protesta, el 23 de noviembre de 2020.Vannessa Jimenez G (Getty Images)

Además de desnudar las debilidades judiciales, el espejo de la muerte del joven manifestante de 18 años revela emociones que salieron a flote a raíz de su muerte, y que siguen vigentes, quizás menos visibles, en la sociedad colombiana.

La rabia ya era una protagonista el día en que Cruz recibió el disparó, y solo creció tras su muerte. El paro nacional convocado por las centrales obreras y decenas de organizaciones sociales, en el que el estudiante había salido a protestar ese fatídico sábado, había mostrado un amplio descontento con el Gobierno de Iván Duque, que desbordaba los tradicionales límites de la movilización de la izquierda. Las protestas masivas fueron pacíficas y terminaron en espontáneos cacerolazos, incluso en los barrios más pudientes de las grandes ciudades, pero brotes violentos dejaron tres muertos el primer día, además de casi 300 personas con heridas leves.

Al día siguiente la violencia creció, especialmente en el populoso sur de Bogotá, por lo que el entonces alcalde, Enrique Peñalosa, decretó un toque de queda localizado. Luego, el presidente Iván Duque lo declaró en todo el país y militarizó las calles, medidas que no tomaban desde 1977. Dilan salió a marchar, con centenares de personas más, al día siguiente. Su herida, y luego su muerte, propulsaron una violencia que se mantuvo por varios meses y revivió en nuevas manifestaciones en 2020, por otro asesinato causado por abusos policiales, y en 2021.

Personas se reúnen en honor a Dilan Cruz, un mes después de que fuera herido, en diciembre de 2019.Juan David Moreno Gallego (Getty Images)

Detrás de todo ello estaba una rabia que no ha vuelto a manifestarse en las calles, y que se pudo desescalar a desazón o repudio, pero que parece manifestarse en las bajas tasas de aprobación del presidente Petro y la gran mayoría de gobernantes locales, y en los resultados de las elecciones del 29 de octubre, que fueron en su gran mayoría por el cambio frente a los mandatarios salientes.

Pero también apareció la esperanza. Tras recibir el disparo en su cabeza y terminar tirado sobre el pavimento de una de las principales avenidas de Bogotá, Dilan llegó al Hospital San Ignacio, en la sede de una de las más tradicionales y prestigiosas universidades del país, la Pontificia Universidad Javeriana. Allí, en el corazón de uno de los símbolos de la educación superior privada de élite a la que un joven empobrecido como él difícilmente puede acceder, decenas de personas mantuvieron una vigilia durante casi 100 horas, con cánticos como “Dilan vive, fuerza Dilan” y pancartas que decían “Dilan, eres la voz de los jóvenes”.

Una protesta contra la ESMAD en el memorial de Cruz, el 23 de diciembre de 2019 en Bogotá.Juancho Torres (Getty Images)

Si decenas de miles de colombianos salieron a las calles, no solo en 2019, sino de nuevo en 2020 o 2021, y si lo hicieron con cacerolazos, conciertos o cánticos, es porque había una ilusión de que las protestas sí logran cambios, una muestra de una emoción que ya había marcado las elecciones locales de 2019, llena de políticos alternativos e innovadores que llegaron al poder. En diciembre de 2019 una encuesta del Centro Nacional de Consultoría reveló que, para el 71% de los colombianos, el paro nacional significaba esperanza. Es la misma emoción que llevó a la elección de Gustavo Petro como presidente en 2022, con la esperanza de lograr un cambio. Esa emoción, sin embargo, parece haber dejado paso a la desilusión que reflejan tanto la baja aprobación del presidente como el regreso a viejos conocidos en las elecciones de octubre, en lugar de las apuestas novedosas de cuatro años antes.

Si el espejo refleja rabia y esperanza, también muestra que entre ellas anidó el miedo. Miedo al uso desmedido de la fuerza o directamente al abuso de policías. Como los que en 2020 mataron al abogado Javier Ordóñez tras haberlo retenido por aparente escándalo en la vía, haberle aplicado electrochoques, a pesar de que él decía que lo estaban matando, y haberle propinado una golpiza. Miedo también a una gaseosa idea de vándalos, como los que señalaban mensajes virales de redes sociales en las noches del paro de 2021, especialmente en Cali y Bogotá. Miedo a un virus que detuvo a la economía y la sociedad. Miedo a que ni la rabia ni la esperanza conduzcan a los cambios que reclamaban Dilan y las decenas de miles de manifestantes, a que la lucha contra la desigualdad y por una paz real y más oportunidades se quede en eso, en una lucha. Porque cuatro años y una pandemia después, Colombia tiene peores indicadores sociales, de pobreza o seguridad, que cuando se desató el paro nacional de 2019.

Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS sobre Colombia y aquí al canal en WhatsApp, y reciba todas las claves informativas de la actualidad del país.


Sobre la firma

Más información

Archivado En