Ignorar al miedo o encerrarse en casa: las respuestas de los bogotanos a la creciente inseguridad en la capital
Los homicidios han aumentado en un 11%, en comparación con 2022, y el tema de la seguridad se ha vuelto un tema central de la campaña electoral
Tres disparos se escucharon el lunes 24 de julio a las dos de la tarde en la esquina de la carrera Séptima con calle 85, en una zona exclusiva del norte de Bogotá. “Mataron a alguien”, comentó la gente que estaba en la estación de servicio Primax. A unos metros, en la entrada del parqueadero del gimnasio Bodytech, quedó tendido el cuerpo ya sin vida del empresario Carlos Alberto Ortega. En minutos, los asesinos escaparon, el gimnasio cerró, los familiares llegaron y la Policía cortó el tránsito. El crimen llegó de manera acelerada a los titulares de los medios nacionales, y los políticos diero...
Tres disparos se escucharon el lunes 24 de julio a las dos de la tarde en la esquina de la carrera Séptima con calle 85, en una zona exclusiva del norte de Bogotá. “Mataron a alguien”, comentó la gente que estaba en la estación de servicio Primax. A unos metros, en la entrada del parqueadero del gimnasio Bodytech, quedó tendido el cuerpo ya sin vida del empresario Carlos Alberto Ortega. En minutos, los asesinos escaparon, el gimnasio cerró, los familiares llegaron y la Policía cortó el tránsito. El crimen llegó de manera acelerada a los titulares de los medios nacionales, y los políticos dieron opiniones al instante. Había algo fuera de lo habitual: esta vez ocurrió en una zona rica de la ciudad.
La capital reporta este año un aumento del 11% en el número de homicidios, un incremento que afecta especialmente a los barrios más pobres pero que incluso es notorio en los que tienen vigilancia privada. Un alza que ha vuelto central el tema de la inseguridad para las elecciones de octubre a la Alcaldía: la derecha propone más cárceles o más drones, al estilo Bukele; la izquierda propone más oportunidades económicas, para que los jóvenes no caigan en la delincuencia. Los expertos, por su lado, dicen que las propuestas nada tienen de innovadoras. El candidato que gane no será necesariamente el que tenga la política más efectiva sino el que logre calmar el miedo y la ansiedad de los bogotanos. EL PAÍS recorrió tres zonas de la ciudad —una acomodada, una más pobre y una comercial— para escuchar las opiniones de los capitalinos, entender cómo los homicidios perturban la tranquilidad, y saber qué propuestas les gustaría ver en la campaña.
En el norte de Bogotá la culpa fue de la pandemia o de los venezolanos
La percepción de inseguridad en la calle 85 depende del “gusto político”, dice Sebastián Martínez, un entrenador de un gimnasio adyacente al BodyTech. “El sentimiento de inseguridad siempre ha estado en Bogotá. Pero mis clientes no hablaban tanto de eso cuando estaba Peñalosa [un alcalde de derechas]. Lo decían más con Petro y ahora con Claudia [alcaldes más de izquierdas]”, añade. Martínez vive en Mosquera, un municipio más popular al occidente de la capital. “Aquí no se ve el microtráfico expuesto como en los barrios populares, eso de no poder pasar por una calle”, dice en referencia a su espacio laboral.
Algunos en el norte de la ciudad consideran que los crímenes aumentaron tras la pandemia. Otros señalan el incremento de la migración de venezolanos, a veces chivo expiatorio para políticos como la alcaldesa Claudia López. Lo único que genera consenso en la calle 85 es el rechazo a que López mencionara inmediatamente que este asesinato fuera un sicariato. “No le dio el beneficio de la duda”, dice una comerciante. “Claudia se lavó las manos”, afirma un cliente del gimnasio de Martínez. “Siento que justifica un hecho que no debería darse a la luz sin investigación”, agrega un empleado de Bodytech. La mandataria no genera simpatía en esta zona de Bogotá. La paradoja es que esa información de la alcaldesa logró que todos estén más tranquilos. “No tengo miedo. Esos crímenes son objetivos claros y yo no soy tan interesante”, remarca un cliente de Bodytech.
El gimnasio, a pesar del miedo inicial, mantiene su actividad habitual. Una clienta china ni siquiera se enteró del crimen, mientras que otros de las localidades más populares de Engativá y Usme —que trabajan en Chapinero— aseguran que apenas lo comentaron en sus rutinas. El consenso parece ser que no hay que atormentarse porque eso “restringe”, que toca “seguir trabajando”, que pronto nuevas noticias reemplazan a las viejas y que la vida continúa. Nadie puede vivir enfrascado en el miedo.
Incluso Angela, una empleada doméstica que al principio tuvo mucho temor, volvió a su rutina de sentarse frente al parqueadero para esperar a su amigo Jimmy, que limpia desde temprano los vidrios de los carros en la calle 85. Ambos tomarán juntos el autobús a casa. Él no tiene temor, pese a que presenció la muerte del empresario, porque confía en otro tipo de seguridad, menos policiva y más espiritual: “No sentí miedo, porque yo estoy con Dios. No tengo nada que ver. Dios es mi guía”.
En el occidente de la capital piden más policías y más armas
Otro homicidio que estremeció a un sector de la ciudad ocurrió el 17 de julio, cuando dos hombres en una moto se detuvieron en la calle 70 con carrera 87A, del barrio obrero La Florida en la localidad de Engativá, para robar a dos mujeres. Ellas, una mujer mayor y su hija, acaban de recibir dinero de un conocido en un centro comercial cercano e iban a entrar a su hogar para guardarlo. Los ladrones se sorprendieron cuando un hombre mayor de 60 años llamado Jairo Leal Mojica, esperándolas en el andén, intentó evitar el robo. Los ladrones le dispararon, huyeron, y Jairo, conocido como ‘el calvo’, falleció. La Policía y una ambulancia llegaron pocos minutos después. Ahora ofrecen una recompensa de 20 millones de pesos (unos 5.000 dólares) por información sobre los responsables.
“Los policías son como los cuervos: únicamente aparecen cuando hay un muerto”, dice Kenny Roger Nixon, el dueño de una pescadería vecina a donde ocurrió el crimen. Cuenta que esa calle, residencial pero con varias tiendas pequeñas, es conocida por ladrones motociclistas que recurrentemente frenan a los transeúntes para robar sus celulares. Es un dato que confirman también una vendedora de plantas y otra de detergentes en la misma calle. Los tres, dada la inseguridad, cierran sus negocios más temprano de lo que les gustaría. “Acá vivimos como en la época de Pablo Escobar: uno se asusta al escuchar una moto, solo que normalmente es para robarlo y no para matarlo’”, añade Nixon. Cuando ocurre un robo de celular, asegura, no aparece la Policía.
Las cámaras de seguridad no sirven, dicen los vendedores, si la Policía no atiende los robos y la Fiscalía no los investiga. Nixon propone que se cambie la ley “para que todo el que quiera se pueda armar” —una solución al estilo norteamericano. La vendedora de plantas, que prefiere no dar su nombre, tiene soluciones menos drásticas: iluminar mejor la calle, empezando por cambiar los bombillos de los postes de luz fundidos. “La policía ya no alcanza, Claudia no da pie con bola”, dice ella, como un guiño a una alcaldesa que ha estado pidiendo refuerzos policiales al Gobierno nacional. “Yo salgo a la calle con Dios y la Virgen, porque no me puedo poner a esperar a que haya un policía para cada uno de nosotros”, dice la vendedora de detergentes.
En la casa de dos pisos donde vive la mujer mayor víctima del robo está Humberto, su hijo, quien lleva dos semanas intentando que su Empresa Promotora de Salud (EPS) apruebe una cirugía de rodilla para su madre. Ella ha estado en silla de ruedas desde el robo, cuando cayó al piso y se lastimó. Para Humberto la culpa no es de la alcaldesa, sino del presidente. “La seguridad aumentó desde que Petro es presidente, lo primero que hizo fue soltar a los de la Primera Línea”, dice contra las simpatías del mandatario a los manifestantes de las protestas de 2021, de los que hubo un número considerable en Engativá, pero que Petro no ha sacado de la cárcel.
En el epicentro comercial de Corferias, los militares hacen una aparición
Agroexpo es la principal feria agropecuaria del país y se celebra desde hace más de 45 años. Su última edición tuvo lugar en Corferias, un centro de convenciones al centro-occidente de la ciudad, y duró 10 días. Al final de una de sus jornadas, el pasado 19 de julio, dos hombres fueron asesinados en un caso de sicariato que aún está bajo investigación. Los asesinos escaparon en moto, según indicó la Policía, mientras las víctimas, los empresarios Andry González y Rui Alexandre Morais, fallecieron prontamente. El suceso ocurrió cerca de las diez de la noche en una de las paradas de taxis ubicada justo al frente de la entrada a Corferias.
Dado el horario, y que era un miércoles, el movimiento era mínimo y pocas personas vieron lo que pasó. Muchos trabajadores de la zona para ese momento ya se encontraban en sus hogares y se enteraron a través de los noticieros locales. “Lo que contaron en la oficina es que a los señores no les robaron nada. Les dispararon y se volaron”, relató una mujer que pidió no ser identificada. Un escuadrón de policías patrullaba la zona, este jueves, y dos de ellos le confirmaron a EL PAÍS que recibieron la orden, desde el día siguiente al homicidio, de trabajar en horario extendido y doblar el personal que custodia el centro de convenciones.
Aparte de la docena de uniformados, el día transcurre con aparente normalidad. Al preguntar a los trabajadores vecinos sobre su percepción de la inseguridad, la mayoría señaló que no es un asunto nuevo. “Estamos en Bogotá, estamos en Colombia”, afirmó un joven que reparte publicidad de una empresa de telecomunicaciones, para sugerir que la realidad nacional normaliza este tipo de situaciones. Desde hace dos semanas está a las afueras de Corferias y paradójicamente encuentra que esas calles son más seguras que las de otros barrios. “Aquí ve uno que hay gente cuidando. Los militares estuvieron antes de ayer, por ejemplo”, agrega.
Cruzando la calle hay un parqueadero que presta sus servicios al supermercado Olímpica. Allí, sobre una de las paredes adyacentes a la entrada, un grupo de hombres con el uniforme de logística de Corferias descansan recostados. Al preguntarles si han notado cambios en el flujo de visitantes tras el homicidio, respondieron que tienen la impresión de que la noticia no se difundió lo suficiente. “Al otro día de la muerte de los dos tipos, vino aún más gente”, aseveró uno de ellos.
Tienen razón. La media maratón de Bogotá se corrió este domingo 30 de julio y Corferias fue elegido como el lugar en el que los miles de participantes deben recoger sus kits. Diego Devia, un médico que lleva preparándose varios meses para la carrera, se mostró asombrado cuando se le preguntó por su sensación sobre la seguridad del sector, al traer a colación el asesinato de los dos empresarios. “No tenía ni idea y por eso vine relajado”, confesó.
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