“Si quiere el trabajo, esta es la manera”
Una mujer acusa a Mauricio Lizcano, el secretario de la presidencia de Colombia, de haber intentado besarla a la fuerza y haberle dicho que ese era el camino para trabajar con él cuando era senador. El alto funcionario lo niega tajantemente. Este testimonio impulsa la polémica que inició el ahora exsenador Gustavo Bolívar al denunciar una red de trata de personas en el Congreso
La mujer que cuenta esta historia tiene 28 años, un bebé, una vida nueva y un pasado que no le gusta recordar. El de una tarde de 2016 en la que el entonces senador Mauricio Lizcano se pasó de la raya con ella, según cuenta. La carrera de Lizcano siguió en ascenso y hoy es el secretario general de la presidencia de Gustavo Petro. Consultado sobre esta acu...
La mujer que cuenta esta historia tiene 28 años, un bebé, una vida nueva y un pasado que no le gusta recordar. El de una tarde de 2016 en la que el entonces senador Mauricio Lizcano se pasó de la raya con ella, según cuenta. La carrera de Lizcano siguió en ascenso y hoy es el secretario general de la presidencia de Gustavo Petro. Consultado sobre esta acusación, el político la niega tajantemente.
La carrera de ella, en cambio, se detuvo. Era una joven recién graduada de la universidad, de 21 años, que llegaba a la capital de Colombia buscando oportunidades. Su anhelo era entrar al Congreso de la República, ser parte de la Unidad de Trabajo Legislativo de un político influyente, conocer los hilos del poder. Y los conoció, pero desde la óptica más sombría. Lo cuenta sin relevar su identidad porque se siente en riesgo.
Inicialmente, tuvo la posibilidad de trabajar en el Ministerio de Justicia, rememora. Había enviado su hoja de vida a través de un conocido que intentó ayudarla, pero el trabajo no salió. Entonces, siempre según su relato, le contaron que en la oficina del senador Lizcano estaban buscando a alguien. Envió la hoja de vida y la llamaron para una entrevista.
Ese día llegó al Capitolio lo más temprano posible y pasó las que describe como horas eternas hasta que el senador se desocupó. Nerviosa, inexperta e ilusionada, lo esperó ansiosa. Cuando llegó recuerda que le dijo: “Mucho gusto, gracias por la oportunidad”. Entonces suspira. Narra que lo primero que le llamó la atención fue que el senador le ofreciera whisky. Sacó una botella, se sirvió un trago y le sirvió uno a ella también ¿Alcohol para una entrevista de trabajo? Le pareció extraño. Se negó, relata, y se limitó a contestar las preguntas que le hizo el senador.
Según su relato, en un momento el ambiente se puso turbio. El entonces senador se le acercó más de lo deseado. La conversación se tornó “maluca”, dice ella. Cuenta que Lizcano, así como había pasado del saludo a los whiskies, saltó de los whiskies a frases tipo “cómo es de joven y de bonita”, que a ella la incomodaron.
En un momento se le acercó e intentó besarla. Agarrarla. Relata que se escabulló como pudo y llegaron a un desagradable forcejeo en el que él, más grueso que ella, tenía todo el poder. Ella se negó: “no, no, por favor”. Según el relato de ella, lo intentó alejar con todas sus fuerzas y, entonces él soltó la frase que ella no olvida: “si quiere el trabajo, esta es la manera”.
Ella siguió negándose, y rememora que estaba cada vez más alterada, más asqueada, más indefensa. Hasta que él se detuvo y con soberbia, según ella, se acercó a la puerta. “Si no quiere el trabajo, entonces váyase”, le dijo.
Ella se fue. Jamás volvió.
Narra que la llamaron varias veces de la oficina del senador para recordarle que el proceso no había terminado, que todavía tenía posibilidades, que considerara regresar. “Cerré el episodio”, dice.
Han pasado casi siete años. Se lo piensa varias veces antes de dar su testimonio. Es algo que saben otras personas, pero que nunca lo había contado públicamente. Titubea. No quiere recordar. “No volví a saber de ese tipo”. Cuenta que si no ha hablado antes es porque este tipo de denuncias no prosperan, por el poder de Lizcano. Por eso pide no revelar su identidad.
Aunque reconoce que ya “pasó la página”, recordarlo le vuelve a doler. “Estoy contando esto porque es importante que se sepa. Hice un esfuerzo sobrehumano para superarlo”. Después de ese episodio, todo fue difícil. Le daba miedo ir a entrevistas de trabajo, se quedó quieta un rato, se guardó lo vivido. El tiempo, al final, la curó también a ella, pero igual cuenta su historia apretando los dientes.
El hoy secretario general de Presidencia, consultado sobre esta acusación, asegura que lo narrado no es cierto, que no recuerda nada parecido. “Nunca ha pasado que yo le haya intentado dar un beso a alguien para que trabajara conmigo”, sostiene. En Twitter publicó un comunicado público en el que reitera que el relato es falso.
Denuncias de abuso y acoso sexual en el Congreso
El testimonio que revela EL PAÍS se da tres semanas después de que el ahora exsenador Gustavo Bolívar denunciara una red de trata de personas en el Congreso. En entrevista con Semana, dijo que tenía en sus manos cuatro denuncias de presuntas víctimas. “Mi secretaria está de testigo. Ella fue la que me dijo que había unas niñas que querían hablar conmigo. Yo le dije: ‘claro, las escucho’”, narró. “Para poderlas esclavizar sexualmente, les hacían contratos de dos o tres meses. Es más fácil para que vuelvan a estar con ellos que si los contratos se los hacen por un año “.
Esa declaración dio pie para que la Fiscalía abriese una investigación penal de oficio. El escándalo recibió un nuevo impulso con una columna de Ana Bejarano publicada en Cambio, titulada “Los nombres que faltan” por la ausencia de identidades en la denuncia de Bolívar.
Bejarano cuenta que, siendo secretaria privada del ministro de Justicia en 2014, identificó un sistema de abuso sexual en el Congreso, del que eran víctimas mujeres hermosas. “En el equipo de un influyente congresista trabajaba una de ellas. Recuerdo sus ojos verdes incandescentes. Durante una trasnochada salvaje me confesó el horroroso sistema de premios y castigos al que sometían a las mujeres del equipo. El honorable parlamentario solicitaba favores sexuales y, con base en la intimidad y destreza de los mismos, las víctimas eran premiadas con entradas a reuniones o encargos sustanciales. Cuanto mejor el orgasmo, mayor acceso a la labor legislativa”, escribe. “En el caso de la chica de los ojos verdes, el poderoso jefe que la sometía a sexo oral para invitarla a reuniones es hoy un altísimo funcionario del Estado”.
Semana ha revelado varios testimonios anónimos y sin el nombre de los presuntos responsables, más allá de referirse a un alto funcionario del Legislativo, un senador, dos representantes y tres excongresistas más.
Si conoce algún caso de abusos o acoso sexual en el poder político colombiano que no haya visto la luz, escríbanos con su denuncia a abusoscolombia@elpais.es