Tiburón vegetariano

La especie solo existe en el cine. Vale la pena tenerlo presente, ahora que comienza en forma la película que protagonizan Colombia y Venezuela

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, y su homólogo venezolano, Nicolás Maduro, en Caracas, el 1 de noviembre de 2022.FEDERICO PARRA (AFP)

Era inevitable una reunión de Gustavo Petro con Nicolás Maduro. Cuando un Gobierno restablece formalmente relaciones con otro, no puede una parte de la opinión pública pretender que se haga sin entendimiento y contacto entre los mandatarios de ambos países. El encuentro de esta semana se parece a la muerte: uno no sabe cuándo va a ser, pero de que llega, ¡llega!

¿Qué esperaban que hiciera Petro? ...

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Era inevitable una reunión de Gustavo Petro con Nicolás Maduro. Cuando un Gobierno restablece formalmente relaciones con otro, no puede una parte de la opinión pública pretender que se haga sin entendimiento y contacto entre los mandatarios de ambos países. El encuentro de esta semana se parece a la muerte: uno no sabe cuándo va a ser, pero de que llega, ¡llega!

¿Qué esperaban que hiciera Petro? ¿Pasarse cuatro años excusándose con Maduro? ¿Mandarle decir que todo lo manejaran a través de reuniones entre embajadores, congresistas y ministros? ¿Charlas a través de plataformas virtuales? ¿Convencerlo de que eso de darse la mano solo los expone a la transmisión de gérmenes?

Maduro no iba a aceptar un restablecimiento de relaciones aséptico, vergonzante. Como en la vieja publicidad de Colcafé, “una imagen vale más que mil palabras”, y la foto de los dos líderes vale para Maduro más que las reservas de oro de Venezuela. En estricto sentido, mucho más: esas reservas han caído en un 80 por ciento con respecto a 2014. Haber tenido a Petro en Caracas es de una importancia incalculable. Como si los dos fueran demócratas, como si ambos respetaran la arquitectura legal de sus países, como si compitieran en la defensa de los derechos humanos.

Aun en el escenario de esos odios políticos que llevan a ciertos sectores a situar a Petro en la profundidad de los infiernos, él es un demócrata que respeta la ley y un gobernante genuinamente preocupado por la preservación de los derechos.

Materias en las que Maduro saca notas en rojo y apenas podría, en este continente, aspirar a graduarse compartiendo gorro de “burro” con Daniel Ortega, presidente de una Nicaragua sumida en las bajezas de su gobernante vitalicio.

Precisamente uno de los propósitos del presidente Petro es que Venezuela vuelva a transitar los espacios del sistema interamericano de derechos humanos. La Venezuela de Hugo Chávez, con desarrollo hasta el día de hoy por parte de Maduro, mandó a la quinta porra a la Organización de Estados Americanos y, con ella, a la Corte y a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. No será tan sencillo, a menos que el sistema, genuflexo, le dé estatus de verdad a la fábula de que existen y se preservan las libertades en Venezuela.

Petro es un zorro, pródigo en esa inteligencia y astucia en cuyas aguas nunca ha bebido Maduro, y por ello tendrá que esforzarse para no cruzar líneas peligrosas en el ejercicio de esta relación sellada con el viaje a Caracas. Se expone a validar a Maduro como un gobernante democrático y alguien que no viola las libertades individuales. Eso equivale a vendernos la idea de que un enorme tiburón blanco, con tres o cuatro hileras de dientes en forma de sierra, pueda ser vegetariano.

Quienes hayan visto a Lenny en ese bodrio llamado El espantatiburones, sabrán que ese tipo de criatura solo es viable en el cine animado. Debe tener siempre presente el presidente Petro que los grandes escualos, por reposados que parezcan, siempre están dispuestos clavar sus mandíbulas en quien se les acerque más de lo recomendable. La mordida, se sabe, es muy dolorosa. Cuando no, letal.

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