¿Iluminando las tinieblas?

Primeros pasos de un presidente electo que conoce el poderoso mensaje de los abrazos. Cuidado: no funciona cuando se trata de osos

El presidente electo de Colombia, Gustavo Petro, durante un evento en Bogotá, el 23 de junio de 2022.LUISA GONZALEZ (REUTERS)

Colombia le perdió el miedo a Gustavo Petro. Positivo. ¿Qué de bueno tendría que un país le tuviera pavor a su presidente? Pero nuestros líderes políticos sí han demostrado que conservan un temor: quedarse sin una tajada de la torta del poder.

Todos han corrido a hacer fila en la ‘abrazatón’, protagonizada un presidente electo que necesitaría de un aparato estatal tres veces más grande del actual para cumplirles. ¿En serio puede alguien pensar, por ejemplo, que un sagaz y astu...

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Colombia le perdió el miedo a Gustavo Petro. Positivo. ¿Qué de bueno tendría que un país le tuviera pavor a su presidente? Pero nuestros líderes políticos sí han demostrado que conservan un temor: quedarse sin una tajada de la torta del poder.

Todos han corrido a hacer fila en la ‘abrazatón’, protagonizada un presidente electo que necesitaría de un aparato estatal tres veces más grande del actual para cumplirles. ¿En serio puede alguien pensar, por ejemplo, que un sagaz y astuto oso de la política como el expresidente César Gaviria se sumó gentilmente a los ideales de Petro a cambio de nada?

Sudoroso, desencajado, con esas corbatas que siempre parecen ahorcarlo, el histriónico periodista Jaime Bayly salió a reclamarle a Rodolfo Hernández algo que no tiene explicación: días antes de la segunda vuelta decía en cámaras que Petro estaba rodeado de hampones y bandoleros, y que querían matarlo. Del asco y la sindicación, el ingeniero tiktokero pasó, sin despeinarse, a darse afectuosos abrazos con su némesis. “Muy bien, te reúnes con el presidente electo”, aseguró Bayly, “pero preserva tu dignidad de líder opositor, que representa a más de diez millones de colombianos”.

Se equivoca Bayly, porque las dignidades políticas son tan escasas en Colombia como los críptidos. Eso para no hablar de lo livianos que a veces resultan ser los votos luego de perder una elección presidencial. Los casi siete millones de Óscar Iván Zuluaga, en 2014, no le sirvieron ahora ni para ser estrella del baile en redes, y candidatos tenidos por líderes morales y éticos, tipo Carlos Gaviria o Antanas Mockus, pasaron de un segundo lugar en la justa electoral a convertirse en discretos actores políticos.

Se le exige a Petro que logre unir a un país fragmentado. Fácil decirlo. Es como pedirle que empuje un baúl repleto de plomo hacia la cumbre del Everest. La unidad de la gente está muy lejos. No en la cima del techo del mundo; un poco más allá: en la Luna.

Lo que sí puede conseguir Petro es un bloque político relativamente compacto, siempre y cuando se dedique a dotar a los escaladores (¿trepadores?) profesionales de “oxígeno” suplementario. Ningún político de este país se resiste a la “mermelada”, porque estar “untados” es su manera natural de ser y estar. Tendrá que rodearse para sacar adelante sus iniciativas en el Congreso, pero ¿qué pasará cuando pase a reformar las costumbres de sus nuevos mejores amigos?

Una mítica anécdota narra que, en cierta ocasión, cuando un ladrón escapaba, luego de robar a un transeúnte, la gente gritaba “¡cójanlo, cójanlo!”. Y, cuando efectivamente lograban atraparlo y zarandearlo, la gente coreaba “¡suéltenlo, suéltenlo!”. En tiempos de Petro vivimos una contradicción similar: había temor de que Petro hiciera la revolución; ahora el miedo es a que, apoyado por la clase política que combatía fervorosamente, no pueda hacer revolución alguna.

“Si fracaso”, dijo a EL PAÍS, “las tinieblas arrasarán con todo”. De no mantener sanas distancias con los ambiciosos caciques políticos, Petro se perderá en la oscuridad y pasará a la historia como el hombre que iluminó estas tierras oscuras con la fuerza de un efímero rayo.

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