Cara o cruz

En una democracia casi nunca gana el que uno quiere sino el que ha logrado convencer a la mayoría de la población. Pienso que para Colombia lo más sensato y conveniente sería un gobierno de centro izquierda

DEL HAMBRE

No me gustaría que Petro ganara las elecciones en Colombia, pero hay algo que sería muchísimo peor que un gobierno suyo: que Gustavo Petro fuera asesinado. Tampoco me gustaría que Federico Gutiérrez fuera elegido presidente de Colombia, pero hay algo que sería mucho peor: que Fico ganara con fraude esas elecciones...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

No me gustaría que Petro ganara las elecciones en Colombia, pero hay algo que sería muchísimo peor que un gobierno suyo: que Gustavo Petro fuera asesinado. Tampoco me gustaría que Federico Gutiérrez fuera elegido presidente de Colombia, pero hay algo que sería mucho peor: que Fico ganara con fraude esas elecciones. Basta conocer superficialmente la historia colombiana para saber que estas perspectivas no son impensables en esta atormentada esquina de Suramérica: Jorge Eliécer Gaitán, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro, Luis Carlos Galán, fueron candidatos presidenciales asesinados el siglo pasado (y el primero y el último eran casi seguros ganadores de la presidencia). Es probable que Misael Pastrana haya ganado con fraude las elecciones de 1970, en perjuicio del general Gustavo Rojas Pinilla. Tanto aquellos asesinatos como este fraude fueron el origen de varios grupos guerrilleros (uno de ellos el M-19, donde inició su vida política Gustavo Petro) e innumerables violencias.

Un triunfo incruento de Petro o una victoria limpia de Gutiérrez tendrían un significado muy importante para Colombia: serían al menos la confirmación de que en mi país existe una democracia representativa real, algo que el partido de Gustavo Petro pone en duda permanentemente. Las amenazas de muerte de la extrema derecha contra Petro y las irregularidades en las recientes elecciones al Congreso nos recuerdan que Colombia no ha superado del todo el tiempo de los magnicidios ni el de los fraudes. Si superamos indemnes estos dos riesgos inmensos esto sería ya una victoria para la frágil democracia colombiana.

Empecé diciendo que no me gustaría el triunfo de Gustavo Petro y tampoco el de Federico Gutiérrez. Así es. No creo que ninguno de los dos le ofrezca un mejor futuro a mi país. Petro, por su talante ególatra y populista al estilo argentino. En su programa ofrece, por ejemplo, pleno empleo de la siguiente forma: todos los trabajos que no consiga absorber la iniciativa o la empresa privada, los ofrecerá el Estado. En un país con tasas de desempleo de dos dígitos y con tasas de informalidad laboral que están por encima del 40%, el Estado se convertiría así en el gran empleador de casi todo el mundo. ¿Y cómo financiarían todos estos sueldos? A Petro no le ha temblado la voz para decir que imprimiría moneda. Estas recetas de subsidios y clientelismo estatal ya se han ensayado en muchas partes del mundo y sabemos muy bien que no conducen al bienestar, sino a la ruina. También llevan a la perpetuación del movimiento populista en el poder, por el aporte enorme a su clientela comprada, pero no al desarrollo de país. Es lamentable, es devastador, pero si eso es lo que quiere la mayoría de los colombianos, vamos a tener que aguantarlo. Si no hubiera un porcentaje tan alto de personas que viven en la miseria no habríamos llegado a esto. Ahí hay claras responsabilidades del establecimiento y de los partidos tradicionales.

Tampoco me parece deseable un triunfo de Federico Gutiérrez, no tanto por él (un joven inmaduro, pero carismático), como por sus aliados. Su campaña ha sido montada, con todo el disimulo posible (dado su desprestigio creciente), por Uribe y sus allegados en la derecha. Era y es, como se dice en Colombia, el “gallo tapao”. Representa el continuismo de un gobierno que traicionó en buena medida el proceso de paz. Si Petro quiere el subsidio de los pobres y hacer negocios con unos cuantos empresarios allegados a su campaña, Gutiérrez es el aliado de los subsidios a las grandes empresas, a los terratenientes y al capital improductivo. Representa la continuidad de una receta que ha funcionado mal pues, pese al crecimiento de la economía del país, no ha sabido repartir la riqueza ni siquiera mediante una educación pública de calidad o con planes de saneamiento básico para toda la población. No han conseguido cumplir ni siquiera la más publicitada de sus banderas: la seguridad. Pese a las promesas de la derecha, Colombia sigue siendo un país muy violento e inseguro.

El asunto es que en una democracia casi nunca ganan los que uno quiere sino los que han logrado convencer a la mayoría de la población. Pienso que para Colombia lo más sensato y conveniente sería un gobierno de centro izquierda como el que representa el movimiento que reúne a Sergio Fajardo con Humberto de la Calle, con un empresariado de avanzada y un movimiento ecologista con los pies en la tierra. Por motivos que no logro descifrar, esta propuesta no ha sido capaz de conectarse con la mayoría de los colombianos. Pienso que es sin duda la mejor opción que tenemos en la primera vuelta, pero solo un milagro llevaría a Fajardo a superar este primer round. La polarización colombiana nos llevará, muy probablemente, a una segunda vuelta que, en términos españoles, sería entre Vox y el ala más radical de Podemos.

Una moneda con dos caras, dos efigies, dos relieves, da vueltas en el aire. Ganará el rostro de Gutiérrez o el rostro de Petro, y ninguno de los dos será bueno. Pero si no hay fraude y si no hay crimen, la democracia colombiana seguirá viva y a lo mejor un día llegue a madurar. Yo quisiera que la moneda cayera parada sobre el canto, y ganara Fajardo, pero esas cosas pasan solamente en las novelas.

Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS América y reciba todas las claves informativas de la actualidad de la región

Más información

Archivado En