El malabarista de Estado

Marco Rubio tiene la capacidad para ser un buen secretario de Estado, pero tiene demasiados cocineros en la cocina y demasiadas ollas de presión que, si no las maneja bien, le terminarán chamuscando sus aspiraciones presidenciales

Marco Rubio durante su audiencia de confirmación, este miércoles en Washington.Nathan Howard (REUTERS)

La llegada de Marco Rubio a la secretaría de Estado marca un interesante cambio en la dirección de esa entidad, desde diferentes puntos de vista: una primera es el perfil del secretario. El de Joe Biden, Antony Blinken, un veterano diplomático y asesor de seguridad nacional, no ha tenido una carrera electoral como la de Rubio, para quien la secretaría de Estado podría ser un paso más hacia la nominación republicana a la presidencia en 2028.

Los secretarios de Estado de Trump en su primera Administración —Rex Tillerson, un millonario ejecutivo petrolero sin mayor experiencia diplomática, despedido y reiteradamente insultado por el entonces presidente, y Mike Pompeo, un rico empresario de la industria aeroespacial, quien venía de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) con experiencia militar y parlamentaria como representante a la Cámara— no buscaban candidaturas presidenciales.

Y si no fuera por los malabares que va a tener que hacer para una gestión exitosa que además no afecte sus posibilidades electorales, el nombramiento de Rubio debería dar más tranquilidad: es respetuoso de las instituciones, tiene experiencia en la arena internacional, no tiene escándalos y conoce América Latina. Su ideología política conservadora será compartida por unos y no por otros, pero no es probable que haga “locuras” en su nueva posición. No es amigo y de hecho ha sido competidor de Trump; su confirmación por el Senado debería pasar sin dificultades, a diferencia de otros más afines al presidente como Matt Gaetz, acusado de pagar regularmente por sexo, incluyendo a una menor de edad, y adquirir y consumir drogas siendo miembro de la Cámara de Representantes, lo que lo llevó a declinar su nominación a fiscal general. O Peter Hegseth, el controversial nominado secretario de Defensa, un comentarista de Fox News, exmayor del Ejército, sin experiencia en políticas de seguridad pero graduado de Harvard y Princeton y combatiente condecorado en Irak y Afganistán. Hegseth fue acusado por abuso sexual en 2017 (lo que él niega), por su consumo excesivo de alcohol en el trabajo y algunos cuestionan su oposición a las mujeres en combate y a los programas de diversidad, equidad e inclusión (DEI, por sus siglas en inglés) que considera han debilitado a las fuerzas militares; Hegseth propone más bien concentrase en la “letalidad” de las mismas.

Miremos solo algunos de los temas de fondo para Rubio en América Latina. La región, salvo México por ser vecino y Brasil por su tamaño, es en general —nos guste o no— irrelevante para Estados Unidos. Sin embargo, el origen de Rubio y su paso por el Senado hacen prever que tendremos mayor visibilidad. Haber sido vicepresidente del Comité de Inteligencia, miembro del Comité de Relaciones Exteriores, presidente del Comité de Pequeños Negocios y Emprendimiento y del Comité de Apropiaciones (Presupuesto), le da una comprensión amplia de los temas y de la mecánica legislativa, lo cual es crucial para ser efectivo.

La política exterior estadounidense pasa por el Capitolio. No basta con convencer a la rama ejecutiva; siempre hay que hacerlo también con el Congreso. Las prioridades en política exterior en Estados Unidos se conocen al ver el tamaño de los fondos que se les asignan cuando la causa “vende” o el país es amigo, o el de las retaliaciones, si no lo es. ¿Cuál de las dos será para cada quien en esta nueva fase en que la presencia de China, Rusia e Irán en Latinoamérica se han convertido en motivo de preocupación, especialmente con las dictaduras como Venezuela, Cuba y Nicaragua? ¿Qué hacer con ellos? ¿Y con los socios y amigos de las dictaduras en la región?

Decía Rubio en un debate en el Congreso el año pasado: “No hay nadie en el Senado que pueda darme una lección sobre inmigración (...) 3.3 millones de personas (…) en el país, de 5.000 a 10.000 personas al día llegando ilegalmente al país, eso no es inmigración. La inmigración es algo bueno. La migración masiva es algo malo”. La posición de Rubio en este tema no ha sido estática. Desde las políticas más amplias como cuando presentó en el Senado con el grupo bipartidista llamado la “Banda de los Ocho” el proyecto de reforma al sistema migratorio llamado Ley de Seguridad Fronteriza, Oportunidad Económica y Modernización de la Inmigración de 2013, que no fue aprobado finalmente, hasta propuestas más rígidas como las que tendrá que defender para mantener su posición de “América Primero”. A la vez tendrá que enfrentar la presión de los halcones de inmigración, como Tom Homan, el “zar de la frontera”, Stephen Miller, el subjefe de gabinete para políticas de la Casa Blanca y Kristi Noem, la secretaria de Seguridad Nacional, que buscarán lograr las deportaciones masivas que Trump ha propuesto. Rubio tendrá que encontrar la medida exacta que responda suficientemente a las medidas que quiere su jefe-presidente, sin convertirse en el dueño de esas y otras medidas drásticas que se podrían implementar.

Otra inquietud de la Administración Trump es la presencia de China en América Latina. Decía Rubio en 2022 ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado que “desafortunadamente, muchos de estos nuevos líderes en la región han expresado admiración por el modelo del Partido Comunista de China, incluso mientras hacen la vista gorda y, en muchos casos, apoyan a los regímenes que están causando un sufrimiento tremendo en Cuba, Venezuela y Nicaragua”. Esto va en línea con la preocupación de Trump por la presencia de China en Panamá y su influencia sobre el canal y en la región en general. Si bien es comprensible que a Washington le preocupe la injerencia de su archienemigo global en una vía tan importante como el canal, la diplomacia y no la agresión deberían ser caminos más recomendables. ¿Cómo manejará Rubio el tema?

Donald Trump y sus aliados más leales parecen creer que la influencia de Estados Unidos en el mundo se va a dar a punta de imposiciones y amenazas, pero es dudoso que, mientras China avanza su agenda global con bolsillos repletos de dinero y cooperación, los demás países la ignoren, especialmente si Washington les hace la vida más difícil.

¿Qué hacer con Venezuela? La posibilidad de acciones militares contra ese país parecían alejadas de la realidad, al menos en principio. Sin embargo, cada vez hay más voces, en América Latina y Estados Unidos, que apoyan esta alternativa. Las invasiones son de muchos grados, desde la ocupación total del país hasta el simple bloqueo militar, que obligue a la salida del dictador. Salvo a algunos de sus aliados en la región, a nadie le cabe duda que el régimen venezolano es de facto y que la presidencia de Maduro se concretó al margen de la ley. No hay dudas sobre los resultados electorales y sobre que Maduro se tomó el poder para seguir gobernando a la fuerza. ¿Se debería responder a un régimen de facto con medidas de facto? Justificar una invasión por decisión ejecutiva sería viable si encuadra —por ejemplo— dentro de los presupuestos de la Autorización para el Uso de Fuerza Militar (AUMF, 2001) contra países que apoyen el terrorismo u otras medidas. Ya Maduro y sus aliados tienen acusaciones por narcotráfico y narco-terrorismo y hasta recompensa por sus cabezas, de manera que la línea es muy delgada. Como dice el analista Bret Stephens, por la diplomacia coercitiva si es posible, o por la fuerza si es necesario. ¿Cuál sería la posición de países con los que Maduro se ha ocupado de fortalecer lazos, como China, Rusia e Irán? ¿Cuál salida apoyará Rubio?

Sin embargo, la complejidad intrínseca de todos los temas que tiene Marco Rubio en su plato es solo el principio, incluyendo frente a su país de origen, Cuba. Los verdaderos malabares los tendrá que hacer para resolver los entuertos diplomáticos que le crearán por todo el mundo el propio presidente, su nuevo mejor amigo Elon Musk a través de X, Mauricio Claver Carone (el nuevo enviado especial de Trump para América Latina), Stephen Miller, Tom Homan y Kristi Noem, y eso solo en lo que se refiere a Latinoamérica.

La apuesta de Rubio no es menor. Tiene la capacidad y experiencia para ser un buen secretario de Estado, pero tiene demasiados cocineros en la cocina y demasiadas ollas de presión que, si no las maneja muy bien, le terminarán chamuscando sus aspiraciones presidenciales.

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