La vera grandeza
Entre un delirio romanticón, el ahora autor de ‘Grandeza’ debería escuchar hoy mismo los tambores como sístole y diástole de los incansables danzantes como metáfora de millones de almas que año con año se desviven por México
Se apagan las horas de otra santa jornada guadalupana, conmemoración de las apariciones y culminante manifestación milagrosa en una tilma de ayate indígena de Santa María de Guadalupe. Desde 1531 cada 12 de diciembre se extiende un doble misterio sobre una cama de rosas y pétalos sueltos: ...
Se apagan las horas de otra santa jornada guadalupana, conmemoración de las apariciones y culminante manifestación milagrosa en una tilma de ayate indígena de Santa María de Guadalupe. Desde 1531 cada 12 de diciembre se extiende un doble misterio sobre una cama de rosas y pétalos sueltos: para millones de fieles se trata de la presencia palpable de la madre de Jesús Nazareno, Dios en persona cuya madre transfiguró en piel morena, sobre una media luna negra y un manto de estrellas con las constelaciones correspondientes a México. A diferencia de otras apariciones en todo el mundo donde se afirma que estuvo (en una cueva de Lourdes, sobre un olivo en Fátima o en una casita en Éfeso), la Morenita del cerro del Tepeyac sigue estando en gerundio constante allí en la misma tela intacta de siglos y millones de fieles sobre cinco siglos de fe aseguran ver milagrosas semblanzas en las pupilas de la Virgen, en sus manos de oración y en el silencio de sus palabras murmuradas. Para no pocos miles de no-creyentes el milagro guadalupano también transpira la esencia misma de México, identidad multitudinaria entre una pluralidad que siempre ha rebasado la polarización necia, así haya sido palimpsesto pintado por el indio Marcos.
Sea Guadalupe Tonantzin o la coronada católica y apostólica, Guadalupe es madre y hermana, silente sonrisa insinuada y bondad incondicional en la insinuación de su vientre embarazado, en el aroma inexplicable de todos sus misterios y en los constantes milagros: hoy como pequeño milagro no se realizó la soporífera conferencia mañanera de dizque prensa desde Palacio Nacional y hoy mismo, como grandísimo milagro, pasaron por el atrio de su Basílica más de 14 millones de fieles que vienen andando y rodando, volando y de rodillas desde todos los confines imaginables de México y el mundo.
Hoy se repitió el milagro de quienes regalan café o atole de maíz para los peregrinos pedestres y los samaritanos que regalan tacos y comidas diversas para miles de guadalupanos que llagan sus rodillas y susurran jaculatorias… entrelazadas con el hipnótico sonsonete de tambores prehispánicos, teponaxtles y chirimías que honran el mestizaje que explica el trasfondo del milagro guadalupano para creyentes y no-creyentes. Todo esto es México, aunque hay notable excepción.
El autor (de cuyo nombre no quiero acordarme) del mamotreto Grandeza (pútrida publicación de Planeta) estará revolcándose en su hamaca de La Chingada ante una de las más pesadas críticas a su atrevimiento en prosa. La editorial publica, como reflexión histórica o ensayo sobre pretérito un amasijo de resentimientos, inferencias y corazonadas que obedecen más a un propósito populista que a la sana reflexión objetiva que merece Clío. El libraco sustenta un grave problema psicoanalítico del autor con sus dos nombres propios y sus dos apellidos, una falacia monumentalista (quizá nostálgica por manifestaciones multitudinarias de acarreados confundidos) y un puñado de pesadillas imperdonables, empezando por la patética sintaxis de quien verbalmente padece de pausas (cuasi tartamudas), propensas a la mentira magnánima de proyectos elefantiásicos y penosa o acomplejada admiración por el sistema de salud de Dinamarca.
El indio Juan Diego fue obligado al voto de silencio al recluirse en el Convento de Tlatelolco y esperó casi cinco siglos para que Roma reconociera su santidad. Al principio de su reivindicación, los oficiales de la Iglesia anunciaron transformar un antiguo cine de películas Disney como templo para la veneración del indígena; otro ejemplo del pan y circo con el que se ha querido engañar a millones de morenos (que no sólo morenistas) y sellando en la amnesia el Nican Mopohua, la vera crónica que transcribió el indio Valeriano de viva voz y boca parlante del indio Juan Diego. Renglón por renglón el alma de todo lector (fiel o infiel) puede deshilar en el Nican Mopohua la trama de las rosas florecientes en pleno cerro pelón, la curación del tío moribundo del indio mensajero celestial e incluso la solicitud del fraile franciscano (a la sazón obispo y luego arzobispo) Juan de Zumárraga… protagonista nodal de la llegada de la primera imprenta a América y las primeras aulas universitarias en la misma calle, a la vera del Palacio ahora Nacional, en la calle que sigue siendo Moneda (por ser también rúa para la primera casa de moneda). Letras tatuadas en la máquina de Gutenberg (que llegó con la marca Cronberger desde Sevilla), monedas contantes y sonantes o pupitres y cátedras deberían ser símbolo suficiente para aquilatar el mestizaje maravilloso de México, la consagración civilizatoria de Occidente, el conocimiento no exento de imaginación ni memoria… pero para el mentado autor efímero del odioso libraco Grandeza todo lo sangrado y florecido a partir de 1519, todo ese complicado parto que conocemos como Conquista de México, sólo arrojó tinieblas, heridas sin cicatriz e incluso -según él- retraso o retroceso.
En el engañoso propósito de glorificar la inmarcesible maravilla de la cultura Olmeca, el confundido escritor (político) evita subrayar que de ese mundo nos quedaron asombrosos restos, pero ni huella de lengua y en su afán ferroviario por ensalzar a la cultura maya, evita subrayar que el trenecito de su invención ha lastimado flora, fauna y fauces del turismo ramplón. Entre un delirio romanticón por algún bolero de Armando Manzanero, un revuelto de héroes de piel azul à la Mel Gibson y el despilfarro engañoso de los rieles (en círculo como en los parques de diversiones) el ahora autor de Grandeza debería escuchar hoy mismo los tambores como sístole y diástole de los incansables danzantes como metáfora de millones de almas que año con año se desviven por México, sobreviven por México, de rodillas por los miles de desaparecidos y difuntos, penitentes flagelados por las constantes oleadas de corrupción y mentiras, verborreas y simulacros. El mentado libro deshonra al Oficio de historiar, mancilla la prodigiosa pluralidad de nuestra alma mestiza e incluyente e insulta los bolsillos de creyentes y no-creyentes que no tienen lana para comprar el libraco (ni potestad para recibirlo como regalo de parte del Senado de la República).
La Guadalupana no es calcomanía electoral estampada en el faldón hasta el huesito y no es Coatlicue con su falda de serpientes. Se narra en náhuatl y se reza en español, se danza entre calaveras y se venera entre millones de velas por cada uno de nuestros muertos. Los millones de fieles (e infieles) prefieren la esperanza que verbaliza la callada imagen de una mujer serena a la inmensa cachetada de millones de pesos malgastados en la compra de ejemplares de un libro que no leerá el taxista, la sirvienta, el monaguillo, la abuela y su chocolate, el desempleado arrugado, el conductor de autobús y al albañil que avanza de rodillas todos los días. La verdadera Morena, la vera grandeza reside en reconocer que hace cinco siglos cuajó dolorosa y trabajosamente un milagro que se llamaría México, pasando por Nueva España, donde no pocas monedas siguen siendo pasaporte para abusos y corruptelas, donde no pocas aulas han caído en adoctrinamiento de estulticia, amnesias y cegueras… y donde no pocas letras han sido incluso mancilladas para la redacción de tonterías que olvidan, obvian u omiten que con la Virgen también llegó a estas tierras el alfabeto.