Violencia obstétrica: apropiación de la partería tradicional
Va desde las negligencias, las omisiones hasta la negación de atenciones que cuestan la vida de alguna mujer o de su bebé
Fue muy sonado el caso del médico Jesús Luján por sus prácticas de violencia obstétrica relacionadas a las cantidades de dinero que ganaba a cambio. Las voces de quienes lamentablemente fueron sus víctimas muestran un panorama más amplio de cómo se ejerce este tipo de violencia en contra de las mujeres desde los hospitales públicos y, como en ese caso, desde el sector privado. En uno de los momentos más vulnerables, la jerarquía, el conocimiento y la práctica médica llevan a que cualquier cosa qu...
Fue muy sonado el caso del médico Jesús Luján por sus prácticas de violencia obstétrica relacionadas a las cantidades de dinero que ganaba a cambio. Las voces de quienes lamentablemente fueron sus víctimas muestran un panorama más amplio de cómo se ejerce este tipo de violencia en contra de las mujeres desde los hospitales públicos y, como en ese caso, desde el sector privado. En uno de los momentos más vulnerables, la jerarquía, el conocimiento y la práctica médica llevan a que cualquier cosa que siente, intuye, teme o duda una mujer a punto de dar a luz, pase a segundo plano y se haga la voluntad del médico, sin importar que esto ponga en riesgo la vida de la madre o de su bebé. Tampoco se pone en duda de si las decisiones que agravan la salud de un bebé recién nacido se toman a favor de una cuenta bancaria. Pareciera que la partería tradicional está fuera de este tipo de violencia al ser herencia milenaria de los pueblos originarios y al ser ejercida tradicionalmente por mujeres, pero, la violencia obstétrica rebasa límites, rebasa a quién y dónde la ejerce.
Hace unos días en redes sociales, después de mucho dolor y de mucho pensarlo, la escritora oaxaqueña Clyo Mendoza decidió hacer público su testimonio en contra de la partera Zoila Ríos Coca del colectivo Diosas de la oxitocina, buscando que otras mujeres no pasen por lo mismo que ella. Luego de un embarazo sano, con un meticuloso seguimiento y aprobación de médicos materno fetales y ginecológicos tanto en la Ciudad de México como en Oaxaca, decidió tener un parto en casa con Zoila Ríos Coca, también médico cirujano de formación. Además de haberse presentado alcoholizada al parto, las decisiones de Zoila Ríos Coca comprometieron la vida de madre e hija. El hematoma en la cabecita de la recién nacida que Ríos Coca normalizó, resultó en el diagnóstico de una parálisis cerebral.
Clyo Mendoza tiene 31 años, es una muy talentosa escritora nacida en Oaxaca, su primera novela se titula Furia (Almadía, 2021), si no la han leído, recomiendo mucho que lo hagan, que la historias de Juan y Lázaro, Sara y Cástula, el erotismo y sus deseos silenciosos, el amor y su el desértico desasosiego, arrasen. Hace algunos meses nos encontramos en la Feria del Libro de Oaxaca cuando Clyo estaba visiblemente embarazada. Participamos de una mesa en la que su perrita xoloitzcuintle —asomando siempre la lengua de lado—, la pasó recargada a su panza mientras hablábamos ante el público. Al terminar, me contó lo bien que le estaba yendo en el embarazo, lo tanto que lo estaba disfrutando. Había estado en una residencia de escritura en España, en el mismo lugar donde Truman Capote escribió A sangre fría, y me contó cómo la bebé la estaba dejando participar en todas las ferias, mesas, residencias y pensaba seguir escribiendo hasta que el embarazo se lo permitiera. Clyo con su enorme panza, tatuajes en los brazos, sonriente en su resplandor, se despidió con su perrita siguiéndole el paso entre la gente de la feria. Lo siguiente fueron sus posts denunciando la violencia obstétrica cuatro meses después del nacimiento de su hija.
Sus posts generaron que, como en el caso de Jesús Luján, otras mujeres le compartieran sus historias de violencia obstétrica por parte de Zoila Ríos Coca: el caso más viejo de hace 17 años y el más reciente apenas hace dos semanas, cosa que Clyo Mendoza lamenta no haber podido evitar posteando antes su propia historia. En el caso ocurrido en 2007, Irene Alvarado Saravia y su hijo recién nacido fueron víctimas de Ríos Coca. A unas horas de nacido, su bebé empezó a convulsionarse hasta que fueron incontrolables las convulsiones y tuvieron que hospitalizarlo. En el caso ocurrido hace un par de semanas, la madre acompañará a su bebé a rehabilitación próximamente. Al poco tiempo de nacer, le detectaron una hemorragia en el cerebro y la rehabilitación será para evitar cualquier consecuencia. Los testimonios, en menor o mayor gravedad, coinciden en que Zoila Ríos Coca se deslinda de responsabilidades revictimizando a las mujeres por haber optado por los partos en casa, paradójicamente el lugar donde las parteras suelen ejercer su labor. El post que denuncia esta violencia obstétrica, también originó críticas donde, previsiblemente, culpan a las mujeres por optar por el parto casero. Revictimizándolas, una vez más.
La violencia obstétrica, como toda violencia, tiene niveles y no distingue género ni espacio. Va desde las negligencias, las omisiones hasta la negación de atenciones que cuestan la vida de alguna mujer o de su bebé. Va desde comentarios humillantes sobre la vida sexual de una mujer, por ejemplo, relacionadas a su edad o a su preferencia sexual hasta cesáreas no consentidas, las histerectomías forzadas, hasta la muerte por causa de malas prácticas. La cantidad de efectos que este tipo de violencia tiene no solo está en los cuerpos y en la salud, sino también en ese abismo de emociones como la inmensa culpa, la tristeza más honda, el arrepentimiento o el reproche por no haber tomado otra decisión que en el caso de los partos se suma, además, a una posible depresión postparto.
Todo estaba médicamente aprobado para que la bebé de Clyo Mendoza naciera sin ningún percance en casa y para ambos padres era importante que así fuera. Por línea materna, la abuela de Clyo ejerció la partería en Oaxaca, para ella una partera es sinónimo de confianza, alguien con un gran respeto por el oficio. El padre de la niña es de Tlahuitoltepec, una comunidad ayuuk, él fue traído al mundo por una partera en casa y, de ser posible, quería que su hija naciera de la misma forma. En el caso específico de Zoila Ríos Coca, ella se presenta como activista de partos humanizados, defensora de la salud de las mujeres y de las disidencias, y en un texto sobre su trabajo, se menciona que uno de sus mayores retos es: “que ninguna mujer sufra violencia durante su embarazo, por lo que a través de su colectivo difunde mensajes para que las embarazadas conozcan sus derechos.”
En México hay alrededor de 15.000 parteras registradas, de las cuales el 70% son indígenas. Dentro del sector salud, es muy fácil desacreditar el trabajo de las parteras por varios factores que las marginalizan: primero ante la hegemónica e imperante medicina alópata, el racismo y el clasismo que implica que las parteras en su mayoría provengan de pueblos originarios, además de que también, en su mayoría, son mujeres quienes ejercen esta labor y, bueno, ese ya es un tema en sí. No es el fin de este texto desacreditar el trabajo de la partería, sino, decir que la violencia obstétrica es más amplia que sus practicantes y los espacios dónde se ejerce. En marzo de este mismo año, entró en vigor la Ley General de Salud que permite y reconoce a las parteras tradicionales para emitir certificados de nacimiento en todo el país, y ese es un logro de ellas y de su digno oficio, también una práctica responsable.
La discapacidad puede venir de la naturaleza, pero en ocasiones tiene que ver con negligencias médicas y ese es otro tema. Mónica Nepote en la reciente y maravillosa entrega de Tsunami 3 (Sexto Piso, 2024) escribe sobre la discapacidad de una de sus hermanas: “La experiencia de mi hermana como mujer neurodivergente en México es una experiencia que no tiene lenguaje, ella en ese cuerpo es silenciada, callada, ocultada, delegada al cuidado materno puertas para adentro, delegada ahora al cuidado de sus hermanxs: Para el Estado, Laura no existe. El Estado despliega maneras oceánicas de negación, las criaturas que antes eran calificadas como monstruosas por una sociedad que juzga y corta, siguen siendo consideradas inadecuadas, pero de manera hipócrita. Se dice que existen derechos, pero se les aplazan, se les niega el reconocimiento, el Estado las escruta y entierra expedientes en temporalidades imposibles.” Está el problema del lenguaje: los que no tienen lenguaje, como los bebés. No verbalizan, lloran si se sienten mal, pero no lloran si están sedados en terapia intensiva. Está el problema del lenguaje: en las parteras indígenas que no hablan español ante un sistema médico hegemónico. Está el problema del lenguaje: cómo se puede decir un sentir, una intuición, una duda a un médico momentos antes del parto o en el postparto. Está el problema del lenguaje: cómo se puede decir el dolor que cruza una madre, una mujer que pasa por violencias obstétricas.
Clyo Mendoza cierra: “Ese mundo que se abre no es un mundo agradable, el mundo de las clínicas de rehabilitación sobrepobladas, niños con discapacidad por negligencias médicas, la cantidad de mamás que sufren violencia obstétrica y todas las implicaciones y secuelas que quedan también para las mamás. Es terrible, sin embargo, en el camino hemos encontrado a otras mamás, a especialistas, a otros bebés milagro. Y nuestra bebé está saliendo adelante, si todo va bien no tendrá secuelas en unos años, pero el diagnóstico inicial fue parálisis cerebral y un estricto seguimiento médico hasta que cumpla cinco años que implica una disciplina económica que es muy difícil de sostener para nosotros, como para la mayoría de las personas, pero si nosotros tenemos todo esto, me pregunto cómo es para otras mamás que no tienen el lenguaje”.
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