La izquierda venció a la pantalla chica
Claudia Sheinbaum cierra una serie de tres encuentros en los que, por primera vez, un candidato de izquierda ha logrado conjugar dos dispares virtudes: popularidad territorial y buena presencia mediática
El pasado domingo 12 de mayo se cumplieron 30 años del primer debate presidencial celebrado en México, ese que enfrentó a Cuauhtémoc Cárdenas, Ernesto Zedillo y Diego Fernández de Cevallos. Aunque en ese entonces había nueve candidatos contendiendo por la presidencia, solo las tres principales fuerzas políticas participaron en el encuentro: PRI, PAN y PRD. Aquellas a las que esta noche representó ...
El pasado domingo 12 de mayo se cumplieron 30 años del primer debate presidencial celebrado en México, ese que enfrentó a Cuauhtémoc Cárdenas, Ernesto Zedillo y Diego Fernández de Cevallos. Aunque en ese entonces había nueve candidatos contendiendo por la presidencia, solo las tres principales fuerzas políticas participaron en el encuentro: PRI, PAN y PRD. Aquellas a las que esta noche representó Xóchitl Gálvez con virulencia combativa.
Ya en aquel lejano entonces —aunque con más y mejor evidencia—el acercamiento de Fernández de Cevallos con el salinismo motivaba que la candidatura del PAN fuese acusada de farsa. Un teatro similar al que hoy algunos imputan a Movimiento Ciudadano. Los golpes propinados a la oposición el día de hoy reforzarán tan paranoica hipótesis.
En comparación con democracias más avanzadas, los debates políticos tardaron en aterrizar en nuestro país. Su desembarco se planteó como paliativo. Un sedante temporal contra las demandas de democratización de un país cada vez más insatisfecho. “Algo de apertura y voluntad democrática bastará para legitimar nuestros triunfos””, se planteó el PRI. Para lograrlo, echaron mano de su aliado más leal: la televisión. El analgésico funcionó.
El revolucionario institucional y su poderoso socio abrieron las puertas de los auditorios televisivos a sus contrincantes durante la hora y media que duraban los debates presidenciales. El resto del tiempo, los estudios estaban cerrados —a cal y canto— con el candidato oficial adentro.
Aquella cajita era poderosa, de ella emanaba la mayor parte de la información de consumo nacional. Como evidencia, 35 millones de televidentes sintonizaron el primer debate presidencial a través de aquel unilateral aparato. El 77.8% del padrón electoral.
Con eso en mente se diseñaron los debates presidenciales: un espectáculo de consumo articulado para favorecer a los predilectos del sistema y de las cámaras. Infortunados los opositores que nacían sin carisma escénico. Estaban perdidos. Explica Aguilar Zinser en ¡Vamos a ganar! La Pugna de Cuauhtémoc Cárdenas por el poder que el objetivo de los debates en torno al candidato opositor era mostrarlo irracional, un peligro que nos llevaría a la ruina. Los debates eran emboscada.
Aquel coliseo tuvo que ser visitado por nuestros (nada televisivos) gladiadores de izquierda: Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador. De ninguna batalla salieron ilesos. La comprensión de la asimetría incluso llevó a Obrador a ausentarse a una de esas batallas durante la campaña presidencial de 2006.
Los candidatos de izquierda y la televisión eran antagonistas. Agua y aceite. Sus candidaturas no solo se habían forjado sin necesidad de la televisión; sus figuras habían cobrado fuerza a pesar de ella. Los gigantes mediáticos primero se encargaron de silenciarlos y luego de desprestigiarlos. Crearon atemorizantes hombres de paja para luego lanzarlos a convencer a la horrorizada audiencia. Una misión imposible.
Treinta años después, el encanto se ha roto. Con el último debate presidencial, Claudia Sheinbaum cierra una serie de tres encuentros en los que, por primera vez, un candidato de izquierda ha logrado conjugar dos dispares virtudes: popularidad territorial y buena presencia mediática. Sheinbaum ha roto el maleficio.
La candidata del obradorismo, a diferencia de los zurdos gigantes en cuyos hombros va sentada, ha sorteado con éxito la trampa diseñada para engañar. Nadie regateará la pulcritud de su imagen mediática forjada con disciplina de hormiga: una marca coherente, fuerte y presidencial. Sin fisuras.
Luego podemos debatir en círculos quién salió victorioso en el segundo y el tercer debate. Rara vez el triunfo es unánime en los encuentros pugilísticos. Lo que difícilmente se pondrá en duda es que Sheinbaum ha derrotado a Goliat. Treinta años después de iniciada la partida, la candidata del obradorismo ha vencido y rehabilitado la imagen de la izquierda en los medios. La izquierda venció a la pantalla chica.
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