Cónclave
Año con año vienen a la FIL un millón de personas, no por cónclave y brújula política, sino por el poder de la imaginación y el peso de la memoria
Ya cansino, el jueguito se va agotando y celebremos que –aparentemente- sólo le queda un año para extinguirse. El Decrépito lanza una perorata o escupe un ataque más y sonríe a la espera de que le respondamos para abono de su distracción, confirmación de su estulticia y reiteración del lamentable estado del Estado mexicano en boca del delirio. Sin haber asistido jamás y con muy pocas credenciales como lector, el presidente de México afirma que la Feria Internacional del Libro de Guadalajara ...
Ya cansino, el jueguito se va agotando y celebremos que –aparentemente- sólo le queda un año para extinguirse. El Decrépito lanza una perorata o escupe un ataque más y sonríe a la espera de que le respondamos para abono de su distracción, confirmación de su estulticia y reiteración del lamentable estado del Estado mexicano en boca del delirio. Sin haber asistido jamás y con muy pocas credenciales como lector, el presidente de México afirma que la Feria Internacional del Libro de Guadalajara es no más que “un cónclave de la derecha”. Nada más. Nada menos.
Ínclito, imbécil e ignorante es aquel que lanza estiércol donde pastan incluso sus más allegados, pues luego de su rebuznada afirmación, ¿en dónde queda la presencia esencial del Fondo de Cultura Económica y su director general? Lo que otrora fue la casa editorial emblema de América queda entre la espada de la acusación ideológica y la pared de su catálogo indispensable, poblado de autores y de títulos que ―así como año con año y en persona― supimos denunciar la demagogia y el despilfarro de gobiernos anteriores. ¡Señor, abra los ojos! A la FIL siempre han asistido y se ventilan más y más párrafos de la verdadera izquierda que usted mismo traiciona con su baba populista, erigiéndose en Pueblo al desayunar de la manita con el hombre más rico del mundo o colgándose el sambenito de nuevatrovista mientras canta los salmos con la Iglesia de la Luz del Mundo y ahora, además, pisoteando la ilusión de miles de niños que nos hicimos lectores gracias a la FIL.
Año con año vienen a la FIL un millón de personas, no por cónclave y brújula política, sino por el poder de la imaginación y el peso de la memoria; aquí se ventila la historia y su historiografía, la crónica y los cronistas de más de seis siglos vivos, las novelas inmortales y los autores supuestamente muertos… aquí están el cuento y los cuentistas, tan lejanos a la pútrida saliva de quien denosta para extrapolar o polarizar o confrontar sin diálogo.
Ergo, el presidente de un país, así como el habitante de este planeta, ha de ser ambidiestro y polifacético. Es decir, los lectores somos plurales y pensamos, no olvidamos e incluso subrayamos. Aquí se lee ―en páginas de párrafos o pantallas portátiles, o bien, en las paredes: aquí se lee y quien lea debe saber la contundente diferencia entre cónclave y convivio. Con clave de reyerta, la imbecilidad funcional provoca a menudo las insoportables pausas verbales del advenedizo ―que nada tonto― sabe revolver el atole o agitar el cotarro en beneficio de la nada imperante; a contrapelo, abrazos a todos los fantasmas de escritoras desaparecidas y periodistas ensangrentados, los miles de muertos del sexenio que fueron también lectores en la cara más opuesta del crimen organizado y los convivios maternales en Badiraguato. Abrazo a los miles de poetas y ensayistas, pero sobre todo a los millones de lectores que en silencio pasan la página al margen de la tediosa mentira mañanera, que cargamos los libros como escritura sagrada sabiendo que a la larga, o a la lectura, se está muy por encima de la necia ignorancia de la constante queja con baba senil del C. Decrépito.
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