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Clases de nudos, rapel, primeros auxilios y barcos: así es el servicio militar voluntario para las mujeres en México

El entrenamiento para hombres y mujeres contiene pruebas iguales, cuenta Karina Landa, voluntaria durante un año en la Marina que se inscribió por curiosidad y completó la formación con otras 16 compañeras

Karina Landa tenía 32 años cuando se inscribió como voluntaria para el servicio militar en la Secretaría de Marina (Semar). Para entonces, ya había estudiado en la Facultad de Artes y Diseño en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y trabajaba en la capital del país, pero había algo que no la dejaba tranquila. Cuenta que sentía curiosidad por saber cómo era el ambiente, hasta que un día se decidió. “No me quise quedar con la espinita”, asegura. Decidida, fue a pedir informes a la Secretaría de Marina: “Dije ‘bueno, ¿por qué no? Vamos a ver. Lo peor que me pueden decir es que no”, recuerda entre risas. Y así, después de entregar algunos documentos y a pesar del temor al rechazo por su edad (el límite para presentarse es de 39 años), estaba oficialmente inscrita para la formación.

En una llamada con EL PAÍS, Landa narra con emoción su primer día. Vestida con una playera blanca, un pantalón de mezclilla y un chanchomon (gorra) azul con la insignia de un ancla sobre su cabeza, llegó a las instalaciones militares en las que pasaría los sábados desde las 8.00 a las 14.00 horas durante un año. Sobre su decisión de optar por la Semar y no el Ejército, opina: “Para mí, la Marina tiene la fama de ser más empática y humanista”. Confiesa también que, por su origen, siente una conexión especial con esta rama de la Armada: “Yo vengo de Veracruz y a mí siempre se me quedó la naval, la Marina y todo esto”. Aunque en su familia ya había “antecedentes militares”, porque algunos de sus allegados habían estado en la Secretaría de la Defensa (Sedena), ella lo tenía claro: “Siempre crecí con la admiración hacia la Marina”.

Landa cuenta que, al principio, dividieron tanto a hombres como a mujeres en grupos a los que llamaban “compañías” con base en la estatura. “A mí me tocó como por la cuarta o quinta compañía. No era de las más altas, pero tampoco de las más chaparritas”, bromea. En total eran aproximadamente 600 personas, de las cuales, 20 eran mujeres. Asegura que las reglas para los dos géneros eran las mismas y que no había “un trato especial por ser mujer”. Tampoco había beneficios por ser voluntaria. “Si llegabas a tener tres faltas, al igual que los chicos, te daban de baja. Tienes los mismos derechos y obligaciones”, sostiene. Si acaso, la única diferencia respecto a los varones, según Karina, fue una plática sobre el acoso. En esa charla le informaron a ella y sus colegas que si notaban “alguna situación rara o de acoso” con compañeros o instructores, podían denunciarlo. Pero afirma que no fue necesario: “A mí me tocó una generación muy linda en donde los hombres nos trataron siempre muy bien”.

Con una voz agitada por el entusiasmo que le generan los recuerdos, describe cómo era una jornada en el servicio militar. Entre las distintas actividades que realizaban como el pase de lista, el acondicionamiento físico, las clases teóricas o la “orden cerrada” (que consiste en “aprender a marchar” y “seguir órdenes en el campo”), su favorita tenía lugar al principio. “A las ocho en punto izaban la bandera dentro de un mástil, o lo que simulaba un mástil de un barco, y se rendían honores a la bandera. Después se gritaba el lema ‘servicio militar nacional listos al llamado de la patria’ y también era algo sobre la Marina [que decía] ‘en la tierra, en el aire y en el mar’. Me encantaba todo ese ritual”, confiesa. Para Landa, este momento era “muy emotivo” y representaba una oportunidad: “A cierta edad ya no acostumbras a cantar el himno nacional”.

Las actividades, cuenta, eran las mismas para todos los participantes y considera que el trato siempre fue “equitativo”. Agrega que ella y sus compañeras no “se hacían menos” y buscaban “estar a la par”. Todas y todos corrían, marchaban y tomaban clases con exigencias idénticas tanto para hombres como mujeres. Les impartieron cursos de defensa personal, primeros auxilios y nudos, y no duda al elegir su clase favorita: rapel. Explica que había una posición a la que le llamaban “Cristo invertido” que consistía en tirarse de cabeza desde cierta altura. “Estábamos súper cuidados en seguridad. Nos ponían casco y arneses y [nos decían] que los que quisiéramos hacerlo, lo hiciéramos. Quienes no se sintieran listos, tampoco los obligaban”, narra.

También aprendieron sobre barcos y sus partes y sobre el Plan Marina, diseñado para el auxilio de la población en casos de desastre o emergencia. Comparte que incluso participó en una implementación de esa estrategia durante una recolección de despensas al sur de la Ciudad de México para los afectados por un huracán. Sobre la enseñanza en el uso de armas, sostiene que, aunque anteriormente sí recibían ese adiestramiento, a su generación no le tocó. “Jamás llegamos a tocar una. Ni siquiera de utilería”, manifiesta, y explica la razón: “Nos habían comentado que ellos [Semar] detectaron en algunas ocasiones que en servicios militares anteriores había infiltrados [del narcotráfico]. No era conveniente que todos tuvieran ese conocimiento”.

Aunque no recuerda con exactitud el año en el que llevó a cabo su servicio, afirma que fue durante la presidencia de Enrique Peña Nieto (2012-2018) porque el priísta estuvo presente en el desfile militar que cada año se realiza por el aniversario de la Independencia de México. “Yo solo recuerdo que lo saludé frente al balcón”, comparte. Landa relata con orgullo su participación y preparación para aquel día. Acostumbrada a ir a esos eventos con su familia desde niña, le hacía ilusión ser parte de aquella procesión. El problema fueron los ensayos, para los que estaban citados desde las seis de la mañana en el cuartel y que tenían lugar entre semana, lo que interfería con su trabajo. “Tuve que pedir vacaciones para los ensayos, pero dije ‘no me lo puedo perder, ya estoy aquí y lo voy a hacer’. Mi jefe me dijo ‘bueno, cada quien pasa las vacaciones donde guste”, suelta.

A sus 44 años, Karina no se arrepiente de haberse presentado como voluntaria para el servicio militar en la Marina y resalta aprendizajes como la disciplina, los valores y el civismo. “Me dio mucho gusto cumplir un sueño para mí”, dice con seguridad y satisfacción. A pesar de que se postuló para formar parte de la infantería de Marina a la mitad de su formación, no la aceptaron. “No necesariamente todos son llamados, sobre todo por la estatura y la edad”, explica. Pero aquel rechazo no la desanimó. Años después de concluir su instrucción castrense, se convirtió en brigadista y, hace dos, se graduó como paramédica en el Instituto Politécnico Nacional (IPN).

Al término de aquel año en la Semar, Landa y otras 16 compañeras que, como ella, terminaron su adiestramiento, recibieron un diploma que reconocía su voluntariado. La expedición de cartillas militares para las mujeres que realizaban su servicio en México comenzó apenas en 2020, a diferencia de los varones que sí recibían aquel documento. Ella, que no sabía de este cambio, exclama: “Wow, ¡qué bueno! Qué gusto me da. Eso quiere decir que se han ganado un lugar y un respeto porque se les reconoce de manera oficial el voluntariado”. Todavía emocionada, concluye: “Voy a tener que ir otra vez al cuartel a pedir mi cartilla de liberación”.

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