La afición en el Gran Premio de México: “El lujo se ha democratizado”
El Autódromo Hermanos Rodríguez vive la décima edición de la Fórmula 1 con el corazón herido por la ausencia de Checo Pérez pero con la llama encendida por un deporte-negocio imparable
En el exclusivo pasillo de la Fórmula 1, a un costado de los garajes de los equipos, reina un caos contenido, una anarquía que ya ha sido domada. Un grupo de periodistas aguarda a la llegada de los pilotos al circuito. Algunos de ellos evitan la mirada, se escoden bajo la gorra, como Lando Norris, y otros que disfrutan de ser fotografiados, como Pato O’Ward, quien quería presumir un traje adornado con flores que traía algún recuerdo del cantante Juan Gabriel. Otros, ya acostumbrados a vivir bajo las cámaras, disfrutaban del paseo entre cámaras y móviles como Charles Leclerc, acompañado de su pareja Alexandra Saint Mleux y un perro salchicha llamado Leo, toda una sensación en la pista.
El Gran Premio de México ha abierto sus garajes a la Fórmula 1 en la edición número 10 desde su regreso en 2015. El festejo tuvo un foco fundido debido a la ausencia de Checo Pérez. Salvo eso, los aficionados volvieron a entregarse a las tribunas, volvieron a vestirse de los colores de Red Bull, Ferrari y del favorito McLaren. “Checo es un gran impulso para el Gran Premio. Este año se nota que la gente no está igual de prendida. El año que viene va a ser una locura con su regreso”, cuenta Froylán Rodríguez, un hombre vestido de rojo Ferrari y una máscara de luchador.
Los fans, además, han entregado sus ahorros para dejarse fluir por el festival del automovilismo. Un vaso de cerveza, que en realidad medía una lata, costaba 105 pesos. Había hot dogs hasta de 200 pesos. Hablar de algún recuerdito, como una gorra, suponía gastar desde 1.500 hasta los 3.500 pesos, un precio al doble de lo que se podría conseguir en cualquier tienda oficial fuera del autódromo. Los boletos han tenido un aumento del 160% con respecto a 2015. “Los costos aumentan cada año, está bien complicado. En promedio me he gastado como unos 30.000 pesos por cada fin de semana”, cuenta Lana González, de 19 años, y ataviada con un letrero en su cabeza en honor a O’Ward.
“Yo sí creo que la Fórmula 1 ha dejado de ser tan elitista porque el fenómeno ya es más global y popular. Realmente vemos que el lujo se ha democratizado. Los que tienen la posibilidad de comprar cinco boletos los compran, los que solo pueden comprar uno pues tenemos el método de pago de los meses sin intereses y vamos financiando el boleto. Eso ha dado una apertura de inclusión”, explica Gina Pineda, de 50 años y al frente de una agencia de relaciones públicas dedicada a la moda.
“Esto ya no es elitista. Se ha generalizado, hay para todos los gustos e ingresos. Eso llama mucho la atención ahora que todo se ha masificado por las redes sociales. Este país ya no es solo de fútbol, ya hay quienes esperamos un año completito para ver la Fórmula 1″, agrega el señor Froylán Rodríguez, uno de los cientos de aficionados que ha asistido sin falta a las 10 carreras mexicanas desde 2015.
Leandro Bejarano y Melissa Ferro viajaron desde Buenos Aires para alentar a su compatriota Franco Colapinto. “Cuesta mucho venir desde Argentina, hoy en día la economía como está cuesta bastante, pero se hace el sacrificio y se viene”, dice Bejarano mientras se alista para colgar una bandera albiceleste. “Están caros los precios, la comida está cara, pero está padre venir, merece la pena. He venido al Corona Capital y es similar, aunque el GP es más caro en cuanto a la ropa o gorras“, opina Raúl, de 21 años.
Gina Pineda, quien se resguarda del sol bajo un árbol, considera que los aumentos en los precios año con año son “inevitables porque vivimos en un mundo globalizado, con tipos de cambio. Es un lujo personal regalarnos un evento así. El evento en sí mismo es caro, entonces esperas gastar mucho en comer”.
Israel López y Jesús González son dos polos opuestos: el primero ha asistido a las últimas 10 carreras, el segundo apenas vive su primera experiencia a los 73 años. González, quien vive en Cuautitlán Izcalli, tomó el metro junto a sus tres hijos para ir al Autódromo Hermanos Rodríguez. “Me llama la atención la velocidad”, cuenta mientras se resguarda del sol de mediodía. López acude a la carrera en grupo, con sus amigos, quienes también son asiduos a ir a su restaurante en la ciudad, Tony Joe, donde se ha convertido en una sede para ver la F1. López se ha hecho famoso en el circuito por vestir de todo tipo de trajes en honor a Checo Pérez. “Los mexicanos somos así, somos de ahorrar, de meternos a rifas por boletos. Un ejemplo también es el Mundial de fútbol donde mucha gente vamos a comprar los boletos a muchos meses sin intereses”, dice. Tan solo este viernes hubo una asistencia de 101.327 personas.
En cada rincón del circuito acontecen escenas frenéticas: mariachis que tocan agónicamente como si se trata de una escena de Titanic sin que les presten atención, aficionados VIP que corren detrás de los pilotos en busca de una foto como si cazaran un Pokémon o también los fans que se atrincheran detrás de las rejas para grabar borrosas imágenes de los coches. Todo ocurre de forma cíclica durante estos tres días donde el dinero se escapa más rápido que un Fórmula 1.