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El río Cazones vuelve por Ricardo 26 años después: “La historia se repite y hay que volver a empezar desde cero”

Las inundaciones arrasaron por segunda vez con su hogar en Poza Rica, Veracruz. Los habitantes sobreviven con ayuda mínima mientras esperan apoyo oficial

“En 1999 me quedé solo con un short y unas chanclas”. Ricardo Olarte recuerda aquella madrugada en que el río Cazones en Poza Rica, Veracruz, se desbordó por las lluvias arrasando con su hogar y todas sus pertenencias. En el mismo mes, prácticamente el mismo día, y por el mismo río, pero 26 años más tarde, ha vuelto a perder todo su patrimonio bajo el agua. Este jueves, Ricardo logró salir a tiempo, junto a su madre Alejandra (70 años), para ponerse a salvo de las inundaciones que han dejado 72 muertos, 48 desaparecidos e incontables pérdidas en cinco Estados de México.

El hombre, de 42 años, vive con su madre en la colonia Palma Sola, a 750 metros del río Cazones. Su casa, de unos 16 metros cuadrados, es también su negocio y sustento familiar desde hace seis años. Ricardo calcula que la inversión de su tienda de abarrotes era de unos 50.000 pesos (2.700 dólares), “suficiente para cubrir las necesidades básicas de la colonia: vendíamos leche, azúcar, huevo, refrescos”, detalla. “Si uno tuviera dinero guardado, pues compra todo y listo, pero vivimos al día”, se resigna.

En aquel 5 de octubre de 1999, —cuando un diluvio combinado con el desfogue de tres presas mató cerca de 400 personas y dejó cerca de medio millón de damnificados— Ricardo vivía al otro lado del río y era estudiante de preparatoria. “En ese tiempo sí avisaron, honestamente, y por eso sobrevivimos”, recuerda. Esta vez no hubo advertencias claras: “Escuchamos el silbato de Pemex, pero no dijeron que iba a llegar hasta esta colonia porque avisaron que nada más iba a llegar a las partes bajas y las orillas del río. Jamás dijeron que ya venía con todo. No pensamos, la verdad, que iba a subir tanto”, relata Ricardo. La alerta que llegó por redes sociales, considera, fue insuficiente. “Mucha gente no tiene acceso. Los abuelitos no manejan un teléfono celular”, reclama. El nivel del agua subía sin que nadie anunciara que el torrente se dirigía a sus casas.

Los días previos, la Secretaría de Protección Civil de Veracruz había suspendido clases en varios municipios, establecido Puestos de Comando Regionales en Huayacocotla, Poza Rica, Papantla, Álamo Temapache y Cerro Azul, y habilitado siete refugios temporales. Sin embargo, no se registró que la población fuera convocada a acudir a estos refugios. Solo se pedía estar atentos a los comunicados oficiales. El Ayuntamiento de Poza Rica y la Comisión del Agua de Veracruz publicaron una advertencia la noche del jueves: “El nivel del agua del río Cazones se podría incrementar nuevamente. Se pide a la población de las colonias cercanas a la zona de riesgos trasladarse a los refugios temporales”.

Durante dos noches anteriores, Ricardo y su madre estuvieron en vela, pendientes de cómo bajaba y subía el río. Ricardo se mantenía informado a través de las redes sociales y la página de Protección Civil del Ayuntamiento. Si hubieran estado durmiendo el jueves, cuando finalmente se desbordó, asegura que no habrían sobrevivido. El agua avanzaba con rapidez cuando decidieron irse. Despertó y se llevó a algunos vecinos en su camioneta: “No me considero un héroe”, señala. Otros, no pudieron salir a tiempo. “Por poco me quedo también con ellos”, dice. No tiene certeza de cuántos murieron, pero calcula que al menos cinco personas en su misma calle, adultos mayores o personas con discapacidad, no lograron escapar. A día de hoy, no tiene noticias de ellos.

Ricardo huyó de su tienda cerca de las seis de la mañana y volvió a las tres de la tarde, cuando el agua le llegaba a la cintura: “Todo estaba destruido: refrigeradores, puertas, muebles rotos. El agua subió con fuerza, levantó cosas pesadas, hasta rompió el piso”. Desde ese día, él y su madre llegan a primera hora de la mañana para limpiar y rescatar lo que pueden, y se van hasta que se pone el sol a casa de su hermana, que les ha dado refugio. Para entrar a su tienda, hay que caminar entre escombros y un lodo que llega a las rodillas. Ricardo y Alejandra lo hacen en chanclas.

En medio del caos, el personal de la Marina llegó para remover los objetos más grandes como electrodomésticos o autos. “Pasaron de corrido porque tenían otros lugares donde apoyar”, dice Ricardo. Hasta el viernes, más de una semana después de la tragedia, la electricidad aún no se había restablecido y la ayuda llega por voluntarios. “La gente de otros municipios trae comida. Por parte de las autoridades no hemos recibido ningún apoyo”, señala. “Fui beneficiado por un influencer, Yulay, que nos entregó productos de canasta básica: leche, papel de baño, atún, galletas, chocolates y toallas sanitarias", detalla.

El paisaje desde la casa de Ricardo es de autobuses derrumbados y autos destruidos, unos sobre otros. Es la central de autobuses de Poza Rica, una de las primeras escenas de la destrucción del municipio de unos 190.000 habitantes. En redes sociales circulan los videos donde se ve a los pesados vehículos flotando o con el agua cubriéndolos casi por completo. Los trabajadores cumplen allí con sus ocho horas laborales, portando su uniforme y limpiando los desechos. Una trabajadora, identificada por sus compañeros como Leticia, desapareció el día de la inundación cuando estaba a unos minutos de terminar su turno.

Poza Rica devastada

Para Ricardo la perdida fue enorme: la tienda, la casa, los muebles, la ropa y toda la inversión desaparecieron bajo el agua. Aún con eso, considera que “pudo ser peor”. Se refiere a las colonias más golpeadas por las inundaciones: Las Granjas, Ignacio de la Llave, Independencia o Gaviotas. Al llegar a esas zonas, los vecinos repiten la frase de Ricardo: “Pudo ser peor. Hay gente más afectada”. La realidad es que la devastación se extiende por todo el municipio y la historia de Ricardo se repite por toda la región. Veracruz encabeza la lista de decesos, con 32 muertos y 14 desaparecidos.

En Poza Rica las calles siguen cubiertas de lodo, los comercios permanecen cerrados y miles de familias tratan de rescatar lo poco que quedó entre los escombros y el agua estancada. Los militares, marinos y servidores de la nación se reparten como pueden por las zonas afectadas. Entre los vecinos crece la frustración. Muchos aseguran que las autoridades reaccionaron tarde y sin coordinación. En el centro de las críticas se encuentra la gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle, quien minimizó la situación al afirmar que el desbordamiento había sido “ligero”: “La Gobernadora solo viene a tomarse fotos. Lo más desesperante es que no se nota el avance. El Gobierno tiene los recursos, municipales, estatales y federales, pero no se ve reflejado. No deberían escatimar ni poner pretextos”, reclamó Leopoldo, un habitante de la colonia Ignacio de la Llave, a inicios de la semana.

A unos kilómetros, en el municipio de Álamo Temapache, el paisaje es similar: casas derrumbadas, muebles amontonados frente a las puertas y vecinos que hacen largas filas para recibir las donaciones de la Cruz Roja. En el vecino Estado de Puebla, donde también estuvo EL PAÍS, los habitantes buscaban todavía desaparecidos el lunes. Tres municipios, tres tragedias unidas por las inundaciones y por la sensación de abandono que dejaron las tormentas. Hidalgo, San Luis Potosí y Querétaro son los otros Estados afectados.

En 1999, la recuperación de la familia Olarte fue lenta y sin ayuda del Gobierno. “Era estudiante, una maestra nos regaló unos colchones y mis compañeros despensas. Nos tomó unos cuatro meses construirnos una pequeña casa de madera y cartón”, relata Ricardo. Confía que esta vez la situación podría ser diferente y que las autoridades brindarán apoyo. “Vinieron a censar, ya hicieron un registro de lo que perdimos”, asegura. Lo más urgente para él es un apoyo económico que le permita volver a empezar su negocio.

Después de 26 años, la historia se repite sin sistemas adecuados de prevención o respuesta ante emergencias. Ricardo observa las ruinas de su hogar y su negocio: “Hay que volver a empezar desde cero”.

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