Horror en la costa de Oaxaca, un paraíso turístico azotado por las desapariciones masivas

El caso de los jóvenes de Tlaxcala desaparecidos en febrero en la zona ilustra un terror repetido. En dos meses se ha perdido el rastro de 16 personas entre Huatulco, Zipolite y Puerto Escondido, playas emblemáticas del Pacífico mexicano

Turistas en un bar en Mazunte, Oaxaca, México, el 8 de marzo de 2025.Mónica González Islas

De las playas paradisíacas de Oaxaca se llevaron hace una semana a Jacqueline Meza. Lo alertó su madre: la secuestraron cuando cenaba en un restaurante cerca de la arena. De este decorado de película desaparecieron en enero siete hombres. Fueron otros nueve jóvenes, a final de febrero. No se ha vuelto a saber nada de los primeros. Encontraron los cuerpos del segundo grupo a 400 kilómetros, ya en otro Estado, en un coche abandonado. Lo que pasó entre medias, antes de la masacre, todavía es una incógnita, pero las autoridades han reconocido ...

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De las playas paradisíacas de Oaxaca se llevaron hace una semana a Jacqueline Meza. Lo alertó su madre: la secuestraron cuando cenaba en un restaurante cerca de la arena. De este decorado de película desaparecieron en enero siete hombres. Fueron otros nueve jóvenes, a final de febrero. No se ha vuelto a saber nada de los primeros. Encontraron los cuerpos del segundo grupo a 400 kilómetros, ya en otro Estado, en un coche abandonado. Lo que pasó entre medias, antes de la masacre, todavía es una incógnita, pero las autoridades han reconocido que investigan la participación de la policía. Los crímenes han quebrado la idea de paz en esta costa. El refugio de vacaciones de los artistas, el destino de dos millones de turistas cada año y el protagonista favorito de las postales de Instagram es ahora también el escenario de brutales desapariciones masivas.

La vida transcurre con las olas embravecidas del Pacífico de fondo. Pasa lo de siempre en una playa mexicana: se ofrecen masajes, cacahuetes enchilados, pendientes hechos a mano. En Zipolite, la única playa nudista oficial de México, suena reguetón y música electrónica en unos locales todavía a medio gas. Estas semanas son el intervalo entre los grandes picos de afluencia en la zona, la Navidad y la Semana Santa. Pero este año, en el paréntesis, ha mordido la tragedia. Entre este pueblo y Huatulco, a 50 kilómetros, han desaparecido 10 personas. Tenían entre 19 y 29 años. Solo una ha aparecido con vida.

El 28 de febrero, desaparecieron de Zipolite Lesly Noya, de 21 años, y Jacqueline Meza, de 23. También Raúl González y su novia Yamileth López, ambos de 28. A todos los ubican sus familias por última vez en este pueblo, de apenas 1.000 habitantes, con fama de bohemio y libre. “Por favor, les pido de su ayuda, mi hija desapareció la noche de ayer, la levantaron y hasta el momento no sabemos nada”, suplicaba Andrea Cazares, madre de Jaqueline. Una sola publicación para hacer trizas la calma. Así terminaba el mensaje: “La esperan dos pequeños de cinco y tres años de edad”.

Algunos de los jóvenes desaparecidos en Oaxaca: Rolando Evaristo, Rubén Antonio Ramos, Jacqueline Meza , Lesly Noya, Raúl Emmanuel González, Guillermo Cortes, Yamileth López y Angie Pérez.

Más o menos al mismo tiempo, otras dos familias gritaban desesperadas por el destino en Huatulco, el paraíso de las nueve bahías, una de las joyas regionales. La policía del municipio, contaban, se había llevado a Brenda Salas, de 19 años, y a Angie Pérez, de 29. Los agentes las habían golpeado y las habían trasladado a otro sitio, según aseguraba la petición de auxilio que se compartió a los periodistas. Hubo cuatro desaparecidos más en los mismos días, Guillermo Cortés, Jonathan Uriel Calva, Marco Antonio Flores y a Rolando Armando Evaristo, que tenían entre 22 y 29 años. No se sabe ni dónde ni cuándo se los llevaron.

Los 10 jóvenes venían de Tlaxcala, en el centro de México, y procedían de municipios muy cercanos (Apizaco, Santa Úrsula Zimatepec, Yauquemehcan). Nadie ha confirmado que todo el grupo se conociera de antes. Sus vidas se unen al final. Los cuerpos de nueve de ellos aparecieron juntos, en un Volkswagen negro, a la orilla de la autopista que conecta Oaxaca con Puebla. En una extrañeza que ninguna autoridad ha explicado todavía, los agresores dejaron una superviviente: Brenda Salas. Ella también estaba en Puebla, como el resto, pero era la única que estaba viva.

Hay más de seis horas de trayecto en coche desde donde raptaron a los muchachos hasta donde los dejaron. ¿Cómo lo hicieron? ¿Trasladaron nueve cuerpos durante 400 kilómetros o los llevaron vivos? Si es así, ¿dónde mataron a los jóvenes? “¿Cuánto poder tienes que tener para atravesar un Estado con un vehículo cargado de cadáveres? ¿O cuánta impunidad?”, se pregunta un periodista local, que prefiere no dar su nombre por seguridad.

Los cuerpos fueron colocados exactamente en el punto donde acaba Oaxaca y empieza el Estado de Puebla. La intención y efecto del traslado no es casualidad: la atención se alejaba de la costa oaxaqueña y también de sus autoridades. Todavía no se habían entregado los cuerpos de los jóvenes a sus familias y Jesús Romero, secretario de Gobierno de Oaxaca, ya insistía ante la prensa: “Huatulco es un destino seguro para todas las familias, para todos los oaxaqueños, para todos los viajeros, y hay todas las condiciones para acudir y viajar”.

Turistas en un bar en Mazunte, Oaxaca, México, el 8 de marzo de 2025. Mónica González Islas


El turismo es un motor y una esperanza en este Estado mísero, donde el 60% de la población vive en condiciones de pobreza (el 20%, casi 600.000 personas, en la pobreza extrema). Solo en Huatulco y Puerto Escondido, los dos polos de este tramo de costa, 50.000 empleos dependen del turismo. La derrama económica que dejaron los visitantes en 2024 superó los 12.700 millones de pesos (unos 579 millones de euros), según los datos de la Secretaría de Turismo estatal.

Mientras los turistas llegan y llegan (entre ellos, cada vez más extranjeros), el gobernador de Oaxaca, Salomón Jara, de Morena, presumía de las bajas cifras de delincuencia. “Es el quinto Estado con menos delitos por cada 100.000 habitantes”, se enorgullecía el mandatario, que desplegaba una narrativa de efectividad, contando las reuniones mantenidas, los equipos formados y coordinaciones establecidas. Lo hacía el 17 de febrero. Faltaban nueve días para que todo saltara por los aires.

El caso ha conmocionado al país, por lo salvaje y también por lo raro. Oaxaca se había mantenido alejada de las masacres que han estrujado a otras zonas de México. Aquí no hay un caso como el de los 43 estudiantes desaparecidos de Iguala (Guerrero), o el de los 72 migrantes ejecutados de San Fernando (Tamaulipas). En un país con 110.000 desaparecidos, solo 746 corresponden a este Estado, según las cifras de la Secretaría de Gobernación. Detrás de ese registro —que aglutina personas sin localizar desde 1952— se esconden los siete hombres que desaparecieron en mayo de 2024 en Puerto Escondido (entre 23 y 46 años) y otros siete que se esfumaron de camino a esta localidad (tenían entre 17 y 41) en los primeros días de este año. Después de ellos, fueron los jóvenes de Tlaxcala. Es decir, en menos de un año 25 personas se han esfumado de estas playas, 16 en los últimos dos meses. La pregunta vuelve una y otra vez al punto de partida: ¿qué está pasando en la costa de Oaxaca?

Vista aérea de la playa La Entrega en Huatulco, Oaxaca.Mónica González Islas

“Zona de tolerancia”

Esta franja de litoral salvaje es considerada una zona de llegada, almacenamiento y distribución de droga hacia el resto del país. Los locales recuerdan las avionetas aterrizando en mitad de la selva baja o las lanchas arribando de noche con los cargamentos a las calas de arena fina. En el último ejemplo, hace dos semanas, la Secretaría de Marina incautó una embarcación con más de 670 kilos de cocaína en Huatulco. ¿Cuántas pasan por cada una que atrapan? “Es un lugar muy importante para el trasiego”, apunta un reportero, “que no registraba hasta ahora graves incidentes violentos”. La discreción es la mejor aliada del narcotráfico.

Un empresario de la región lo describe como “una zona de tolerancia”. Nadie —ni población ni autoridades— denuncia al crimen organizado porque ellos presumen de “cuidar y proteger” la zona: prohíben los robos y el cobro de piso, no aprueban drogas como el cristal o las violaciones a mujeres, no se permiten los “excesos” porque espantan al turismo y molestan al negocio. Esta rutina, que no es nueva ni única de la costa oaxaqueña, le permite al crimen seguir afianzar los tentáculos: “Es como una tríada del poder, los narcos son empresarios, los narcos son políticos, y los narcos son narcos”, sintetiza una reportera local.

Vista aérea de la Bahía Santa Cruz, Huatulco, Oaxaca, México.Mónica González Islas

11 asesinatos en un fin de semana

El mismo día que desaparecieron los muchachos, mataron a un activista medioambiental, Cristino Castro, que llevaba toda su vida defendiendo su tierra, Barra de la Cruz, frente a los desarrollos inmobiliarios que se pelean por convertir esta costa en la nueva Riviera del Pacífico. Una operación meticulosa que ya vivió antes Cancún, Playa del Carmen, Tulum, o incluso Acapulco. También ese fin de semana apareció asesinado un empresario de Huatulco, José Alfredo Lavariega, conocido como El Jocha, cuya muerte se ha tratado de vincular a la desaparición de los muchachos de Tlaxcala.

Una semana después de su secuestro, nadie se acuerda de los jóvenes en Zipolite. Tampoco hay policías investigando ni militares que tengan que vigilar la zona. Las pesquisas de quiénes y cómo pudieron llevarse a 10 personas están estancadas. Está en marcha el patrón viejo, creado por el Gobierno de Felipe Calderón en la llamada guerra contra el narco, de criminalizar de las víctimas de desaparición forzada. La justificación de que si se los llevaron, en algo andaban, que si los masacraron, se lo merecían por haber hecho algo primero.

Esos engranajes giran y el plan parece el de siempre: esperar hasta que llegue otra masacre, otra tragedia que aleje los ojos de la que pasó aquí. Mientras los ríos subterráneos continúan su trasiego y los turistas mantienen el decorado, como una parte clave e inconsciente de la escenografía. Bailan salsa y cumbia, pasean desnudos por la arena. Como si a los que se llevaron no fueran, en realidad, otros como ellos.

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