Los simpatizantes de Sheinbaum envían un mensaje a Trump: “A México se le respeta”
Miles de morenistas acuden al evento patriotista en el Zócalo capitalino y cierran filas con la presidenta en la defensa de la soberanía mexicana
“Make America Mexicana Again”. El mensaje, plasmado a hilo blanco sobre la cachucha guinda, es un remedo de la icónica prenda ensalzada por los simpatizantes de Donald Trump, la MAGA (“Make America Great Again”). Esta gorra sería algo así como la MAMA mexicana, sin albur. Cuesta 200 pesos en el puesto ambulante que un hombre ha tendido en las orillas del Zócalo de Ciudad de México, en el asfalto recalentado por el sol cenital de mediodía. La presidenta, Claudia Sheinbaum, ha convocado en la principal plaza a miles de simpatizantes a un evento atravesado por los símbolos del patriotismo, muy al alcance de la mano cuando se trata de agitarlo contra Estados Unidos, país vecino con el que los mexicanos tienen una complicada relación de admiración y malquerencia, de necesidad y rechazo. Los asistentes remueven en el aire las banderas de México; cantan con solemnidad el himno nacional; se ponen pintura verde, blanca y roja en la cara; gritan “¡Viva México!” y hacen sonar las cornetas, como si estuviesen en el estadio o como si fuese el Día de la Independencia; por allá camina un hombre vestido de charro; hay también quien carga una figura de cartón de la presidenta ataviada con ropas indígenas; acá se cruza una mujer con un cartel que dice: “Trump, chingas a tu madre”.
Eso tan mexicano, el universo que gira en torno al polisémico verbo chingar diseccionado por Octavio Paz: el chingado, el hijo de la chingada, el que te quiere chingar y el que te chinga, el chingón, el chingador. Trump, un bully, un abusador, un chingaquedito se diría en mexicano. “A mi México lo tiene que respetar cualquier país”, dice Alma Delia Martínez, 35 años, la mujer del cartel dirigido al presidente de Estados Unidos. “Tiene muy mala entraña el señor, debería ser más diplomático, enseñar la educación que tiene”, observa. Sheinbaum había pensado originalmente este acto como una plataforma para responder a la imposición de aranceles a las exportaciones mexicanas por parte de la Administración Trump. La amenaza se conjuró, y el evento de este domingo habría de convertirse, según la mandataria, en “un festival”. Pero no es muy claro que los mexicanos estén festejando. El (mal)trato que ha prodigado el magnate republicano al país latinoamericano ha calado hondo. Y aún quedan por delante cuatro años de la gestión de Trump. “¿Dice que México debería pertenecer a Estados Unidos? Está mal de la cabeza. Y con todo el territorio que nos robaron. Casi la mitad de lo que es Estados Unidos era de México”, dice Marcelino García, de 86 años.
La propia presidenta atiza el recuerdo de las invasiones gringas, la de 1846 y la de 1914, y el “zarpazo” que le dieron al territorio mexicano en 1847. Al mismo tiempo, para conciliar, destaca los momentos de colaboración entre los dos países, como cuando EE UU desconoció al emperador Maximiliano y al golpista Victoriano Huerta, o como cuando el Escuadrón 201 voló al lado de la flota estadounidense en la Segunda Guerra Mundial. Ese ha sido el sello de Sheinbaum ante la trepidante manera de negociar de su homólogo estadounidense: la templanza y la cabeza fría. Se lo reconocen sus simpatizantes en el Zócalo, 350.000 personas según estimaciones del Gobierno de la capital. “La presidenta ha aprendido a relacionarse con él porque no quiere tener problemas; los problemas los está buscando Trump a fuerza”, dice Marcelino. “Está bien que no quiera caer en provocaciones”, agrega, “porque, si le contesta mal, aquel puede iniciar una guerra mundial”.
Nada más había comenzado hablar Sheinbaum ante el Zócalo colmado, el público le gritó a coro: “¡No estás sola, no estás sola!”. En los edificios alrededor había enormes carteles que decían: “Somos un país libre, independiente y soberano. Juntos lo defendemos”, y también: “A México se le respeta. Unidos venceremos”, y también: “México no se vende”. Era este un acto para mostrar unidad pero el ánimo de diferenciarse saltaba a la vista, lo usual cuando se trata de hacer política. Estaban el grupo del sindicato petrolero, el del sindicato de electricistas, el del sindicato magisterial, el del sindicato del ISSSTE; estaban los que fueron llevados por los gobernadores, los llevados por los alcaldes capitalinos o los diputados, esos líderes con aspiraciones que quisieron mostrar su poder de movilización. Hay una diferencia, sin embargo, entre llenar la plaza y mantenerla así. Antes de que la presidenta terminase de hablar, decenas comenzaron a retirarse, agobiados por el sol y el hambre. En las zonas más recónditas de la plaza, muchos dormían o bebían cerveza, al amparo de paraguas y pedazos de cartón para hacerse sombra. Tuvo que recurrir Sheinbaum a mencionar a Andrés Manuel López Obrador, expresidente y líder espiritual de Morena, para despertar a las bases adormiladas, que rompieron en un aplauso pleno.
“El presidente de Estados Unidos debe saber que Sheinbaum no está sola”, apunta Juana Florencio, de 61 años. Acompañada de otras adultas mayores, la mujer resalta la serenidad negociadora de la mandataria mexicana. “Un loco con otro loco, ¿a dónde llegan? En alguno de los dos presidentes debe haber la razón, la prudencia, para manejar la situación, porque, imagínese, si los dos se ponen como el presidente de Estados Unidos, ¿a dónde llegamos, a una guerra?“, sopesa. María Esther Galicia, de 64 años, afirma que tampoco se puede esperar una pelea entre México y EE UU, porque “para pelear hacen falta dos, y la presidenta ha sido muy mesurada, ha mostrado amor a la patria”. “Ella no ha tratado de generar revancha y no se apresuró a imponer aranceles a Estados Unidos, sino que pidió tranquilidad y calma”, desarrolla.
Sheinbaum detalla desde el micrófono los logros de México para frenar el tráfico de fentanilo a EE UU. Los simpatizantes de la mandataria piden reciprocidad en el trato de parte de Washington en lo referente al tráfico de armas por la frontera y que terminan en manos de los cárteles. “Es una injusticia, no se puede quejar Estados Unidos de que hay grupos criminales aquí cuando son ellos los que les dan las armas para sembrar el terror en nuestro país”, dice María Esther. Elba Arrieta, de 70 años, indica que Washington debe cooperar con México para llegar a mejores resultados conjuntos. “Deben ayudar a que no se vendan armas para detener la exportación de drogas. Es una con otra, no pueden poner a trabajar a un país sin dar apoyo”, comenta.
A José Reyes, de 69 años, le molesta el trato discriminatorio que reciben los migrantes mexicanos en Estados Unidos. “Si aquí tratamos bien a los gringos, ¿por qué allá no tratan bien a los paisanos?”, cuestiona. “Es muy disparejo”, dice. Por un momento, le anima pensar que México responda exactamente igual en el trato a los ciudadanos de EE UU, siguiendo el mal ejemplo de Trump. Pero José se detiene, lo piensa mejor y se arrepiente. “Eso ya no. Por uno no deben pagar todos”, dice. La templanza, la cabeza fría, permea y se asienta entre la gente, a pesar de todo este calor.