Kevin Kaarl y la nostalgia de los chicos de rancho: “Se me da mejor componer sobre tristeza”

El artista publica su cuarto disco, ‘Ultra sodade’, producido por su gemelo Bryan, un éxito de la música independiente con el que recorrerán América y Europa este año

Kevin Kaarl en Ciudad de México, el 27 de febrero.Aggi Garduño

Kevin y Bryan son chicos de pueblo. Dos gemelos de 24 años de Meoqui, un pueblito de Chihuahua de ambiente ranchero donde puedes caminar a todas partes, con sus vaqueros, su ganado, sus campos de cultivo, su río. Los hermanos son gente tranquila, “campirana”, las prisas les agobian. Por eso no terminaban de encontrarse a gusto en su adolescencia como miembros de una orquesta de banda sinaloense, donde sobresalían por tímidos y callados, algo raros, con gusto ...

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Kevin y Bryan son chicos de pueblo. Dos gemelos de 24 años de Meoqui, un pueblito de Chihuahua de ambiente ranchero donde puedes caminar a todas partes, con sus vaqueros, su ganado, sus campos de cultivo, su río. Los hermanos son gente tranquila, “campirana”, las prisas les agobian. Por eso no terminaban de encontrarse a gusto en su adolescencia como miembros de una orquesta de banda sinaloense, donde sobresalían por tímidos y callados, algo raros, con gusto por grupos de folk extranjero poco populares por esos rumbos. Y por eso uno se pregunta qué tal reaccionará ese carácter relajado el mes que viene, cuando empiecen una adrenalínica gira con más de medio centenar de fechas por América y Europa para presentar Ultra sodade, el cuarto disco como solista de Kevin Kaarl, el primero producido por Bryan y grabado en su casa, que acumula millones de escuchas desde que fue lanzado el día de San Valentín, números difíciles de alcanzar para los artistas, como ellos, independientes.

Los gemelos están recostados en el sofá de un hotel de Ciudad de México la última tarde de febrero, a contraluz del sol que se cuela por un gran ventanal a sus espaldas. Los dos llevan gorra, visten sencillo y parecen algo aburridos después de todo el día encerrados en esa habitación que flota a unas cuantas decenas de pisos sobre el Paseo de la Reforma, donde uno a uno han recibido a un séquito de periodistas para promocionar el disco. Kevin habla como canta, con una voz profunda, cálida y arrastrada, con fuerte acento del norte. Bryan se mantendrá más callado durante la conversación, e intervendrá de vez en cuando para apuntalar el relato de su hermano.

La música los rondó desde niños. Su abuelo les regaló una guitarra cuando tenían seis años. Kevin ganó un concurso en la escuela. “Estaba chiquito, cantaba feo, pero daba ternura”. Poco después se unieron a la banda municipal, donde Kevin tocaba la flauta travesera y Bryan, la trompeta. Pasaron también por el coro del colegio: algunos de sus primeros recuerdos en la música son en mítines del PRI, cantando el himno nacional o boleros de Los Panchos, “con muchos niños, pura guitarra y voces”. A los 10 años, entraron a la banda sinaloense. Recuerdan pasar la madrugada del Día de la Madre dando serenatas por las calles a tantos pesos por canción, pero, sobre todo, las fiestas en antros, “más desmadrosas, de buchones, de gente un poquito ahí medio peligrosa”, en las que les contrataban por horas y no les dejaban irse.

No era el hábitat natural para dos preadolescentes. “No era algo normal para un niño, pero te lleva a tener cierta experiencia”, reconoce Kevin, noches y noches sobre las tablas antes de que les saliera la barba. El ambiente tampoco era el mejor: los dos recuerdan lo “tóxico”, las bromas crueles constantes, los egos y envidias, el sentir que ese sentimentalismo que años después les ha hecho famosos allí estaba fuera de lugar y era motivo de humillación. Kevin no aguantó el desgaste y lo abandonó a los 14, asqueado con la música. Bryan todavía siguió cuatro años más, hasta los 18.

Bryan y Kevin Kaarl, músicos mexicanos.Aggi Garduño

Durante unos años, Kevin persiguió otros proyectos. Quería ser director de cine o fotógrafo. Estudió comunicación en la universidad, pero lo dejó a los tres semestres. Para esa época, los corridos tumbados empezaban a pegar. A Bryan le gustaba hacer la segunda voz, así que le pedía a Kevin que hiciera la primera. Versionaban a Ariel Camacho y Christian Nodal, se grababan y luego lo subían a sus redes sociales. Kevin pensó en componer un tema propio para así poder dirigir el video, que era lo que realmente le movía en ese momento.

La segunda canción que creó y la primera que hizo pública, Amor viejo, funcionó bien en internet. “Dije: ‘Va, chance y me va bien en la música’, y poco a poco fui dejando la idea de ser director de cine, nunca dirigí ese video musical que quería hacer”. Sus tres primeros discos, Hasta el fin del mundo (2019), San Lucas (2019) y París, Texas (2022) los trabajó en solitario. Kevin compone solo, en su cuarto, e intenta que su música transmita la intimidad de estar tumbado con él en la cama mientras rasguea la guitarra, quizá con una luz anaranjada y vinilos esparcidos sobre el colchón, como en la portada de Ultra sodade.

Morna chihuahuense

Y esta es la primera vez que graba así, con un productor. Si ya de por sí es difícil tener a alguien ajeno opinando sobre qué agregar y qué quitar a tus canciones, la cosa se complica un poco más si esa persona es tu hermano. “No quiero que nadie mueva cosas ni meta sonidos que tal vez no van conmigo. Somos gemelos, hemos estado toda la vida juntos, y sí batallamos a veces, sí hubo discusiones en el estudio por lo tercos que somos, pero siempre a los cinco minutos ya estamos bien. Me gustó mucho el trabajo que él [Bryan] hizo como productor, metió demasiados sonidos muy buenos y siento que el álbum no hubiera quedado igual sin él”. Bryan se quita mérito: “Lo que puedo decirte que hice al 100% fue la mezcla y la edición. La producción yo creo que fue un 50-50 Kevin y yo”.

La idea de Ultra sodade nació un día en el coche con la novia de Kevin, Ashley. “Ella escucha muchísima música, pero en exageración, todos los días descubre nuevas canciones. Si se pone a reproducir su lista te vas a topar las canciones más extrañas que vas a escuchar en toda tu vida, pero también unas canciones muy bonitas, géneros que ni siquiera conocías”. Por los altavoces salió la dolida e inconfundible voz de Cesária Evora, la reina de la morna de Cabo Verde, entonando Sodade. Kevin se prendó de la morna, de aquel canto que transpiraba melancolía. Decidió redoblar la apuesta y hacer un disco conceptual entero sobre el desamor y la ruptura. “Yo tengo pareja y estoy feliz con ella, pero aun así terminé componiendo un álbum hablando totalmente de lo contrario”.

—¿No se enfadó ella?

—Fíjate que sí, no llegó a enfadarse, pero sí a quedarse pensativa, como: ‘¿Por qué escribiste esto? ¿Tal vez es lo que piensas que va a pasar con nosotros?’. Pero al final entendió que a mí se me da mejor componer sobre tristeza, es un campo más abierto donde puedo usar más palabras y donde puedes desahogarte mejor.

Quizá tenga algo que ver con la depresión crónica que Kevin sufre desde 2015. “Era como estar viviendo sin vivir, como estar muerto, yo me sentí muy muerto en esos tiempos. Y tuve que andar como perdido un buen rato”. De la peor época, nació París, Texas. Ahora, dice, está mejor gracias a la terapia y la medicación. “Pensé que no existía esta parte de la vida, yo no sabía que se sentía realmente estar activo y presente. He logrado disfrutar. Es una vida muy impredecible. Suceden todo tipo de cosas y te dan muchas ganas de hacer de todo y sientes que tienes en tu mano el poder de vivir”. Por el momento, la carretera y dos continentes los aguardan. Y si aquello no termina de funcionar, Bryan lo tiene claro: siempre les quedará el pueblo.

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