Cómo nacen los alebrijes, las fantásticas criaturas mexicanas que desfilan sobre Paseo de la Reforma
Desde hace casi cien años, artesanos de Ciudad de México crean extrañas figuras mezcladas de partes de distintos animales y pintadas de colores alucinantes. El sueño de Pedro Linares se volvió ahora el de todos los mexicanos
Algo extraño sucede en el Zócalo de la Ciudad de México. Varias criaturas amanecen ahí este sábado. Se trasladaron desde una noche antes, aprovechando la oscuridad y las sombras que generan los viejos edificios del Centro Histórico. Ahora hay casi 200 monstruos preparados para avanzar hacia avenida Paseo de la Reforma, la más representativa de la capital. Son los alebrijes que este 2024 desfilan por decimosexta ocasión en el Desfile de Alebrijes Monumentales.
Estas bestias fantásticas del imaginario mexicano nacen de la mano de Pedro Linares, el primero en ponerles un nombre y al que popularmente se le atribuye su creación. Linares es cartonero y artesano de Ciudad de México, nacido en 1906. A los 30 años, una enfermedad lo hizo caer ardiendo de fiebre y pasar varios días inconsciente. Despertó de ese trance con una visión muy específica: un animal conformado por partes de diferentes especies, colorido, lleno de figuras y patrones típicos de la artesanía nacional. Aprovechó sus habilidades con el cartón para mostrarle al mundo lo que vio y decidió bautizar esa creación como alebrije, una artesanía que en 2019, casi cien años después, fue reconocida como Patrimonio Cultural Intangible de la ciudad.
Desde 2007, el Museo de Arte Popular (MAP) se encarga de llevar los alebrijes a la calle en un espectáculo totalmente financiado por esta sede cultural, aunque cuenta con el apoyo logístico del Gobierno local. En un recorrido que ya se ha vuelto tradición capitalina y que prepara la ciudad para las fiestas de Día de Muertos. Cada año las criaturas emprenden su marcha desde el Zócalo, continúan por la avenida 5 de Mayo, saludan a la Torre Latinoamericana, contemplan el Palacio de Bellas Artes desde Juárez y desfilan por Paseo de la Reforma donde finalmente descansan de nuevo, entre las glorietas del Ángel de la Independencia y la Diana Cazadora. Ahí se posan, algunos fieros y amenazantes, otros amigables y hasta sonrientes, ante los ojos de la gente. Se quedan desde el 19 de octubre y hasta el 3 de noviembre.
Pero el desfile y la exhibición son el paso final para los cientos de artistas y artesanos detrás de cada criatura. Ellos viven así la culminación de proyectos que les llevó meses, de noches de desvelo y romperse la cabeza para armar estos cuerpos con esqueleto de papel y cartón que a veces miden más de cinco metros, pero deben ensamblarse en cuartos de apenas dos metros de altura. ¿Cómo es entonces la aventura de dar vida a un alebrije?
Minnehaha: el alebrije mestizo
Miriam Salgado y Alejandro Camacho participan en el desfile desde hace 14 años, pero su relación con el MAP va desde antes. El matrimonio de artesanos y cartoneros fundó La Lula. Juguetes con Tradición, su taller creativo, hace 26 años, ubicado en Xochimilco, al sur de la ciudad. Es el lugar que los vio nacer, crecer y aprender la tradición, y que ahora los hace conscientes de que su entorno también influye en su arte.
La pareja comenzó su taller desde los años noventa, pero fue hasta el 2000 cuando nació La Lula con este nombre, fabricando juguetes que finalmente los llevó a ganar el Concurso Nacional de Artesanías en 2008 y 2009. Una de estas piezas fue a dar al MAP y en 2010 los invitaron a participar en el desfile de alebrijes. Ese año, en su primer intento, ganaron el primer lugar.
Esta vez concursarán con ‘Minnehaha’, un alebrije que nace de sus visitas a Estados Unidos, donde han ido a proyectos colectivos con más artistas populares. Ahí convivieron con las comunidades dakotas, un pueblo nativo estadounidense con una leyenda que cuenta cómo llegó el maíz hasta ellos, fluyendo a través del Río Misisipi. Quieren recordarle a la gente la conexión que existe entre culturas, por más alejadas que estén, y cómo la migración siempre ha existido. “Todas las comunidades siempre hemos caminado, siempre hemos sido migrantes. Hoy tenemos nacionalidades y fronteras, pero la cultura es capaz de romperlas y vincularnos”, señala Camacho.
Esta idea va de la mano con la definición que tienen de lo que es, para ellos, un alebrije. “Los alebrijes son mestizos”, declara Salgado. Para ella, son seres influenciados por muchas culturas, una fusión y mezcla de varios animales que toma un poco de su entorno, de su ambiente y de las otras criaturas con las que convive. Todo eso crea una nueva especie nunca antes vista. “En ese sentido, podría decir que todos somos un poco alebrijes”, dice.
Camacho complementa la importancia del término para sus obras: “Debemos pensar el mestizaje como una forma de definición de nuestra cultura, eso la hace universal. No hay ninguna 100% pura, todas han estado en este proceso de mestizaje y por eso el alebrije se vuelve una figura tan representativa de una ciudad, pero también de un país… Todos la entienden porque es una fusión de muchas cosas”.
Tlacuate: el heredero de la tradición
Roberto Gutiérrez y Graciela Rodríguez también son esposos. Llegan al MAP con una cajita de cartón, sosteniéndola con cuidado y llevándola a todas partes. Dentro tienen una criatura con cara de tlacuache, pero con un cuerpo más alargado y flaco, como lagartija. En la cola lleva a sus crías. Tiene flores azules en las patas delanteras y manchas de jaguar en las traseras. Su cara se ve sonriente. “Se llama Tlacuate”, dice Rodríguez.
“Nos inspiramos en el tlacuache por todo lo que representa. Su aspecto no es tan colorido ni agradable y la gente lo maltrata, pero es protagonista de leyendas muy bonitas, es el único marsupial mexicano y su nombre, que viene del náhuatl, quiere decir ‘pequeño tragafuego’. Desde ahí te atrapa, te enamora”, explica ella. La figura final, que “no es tan monstruosa” como las de otros artistas, medirá 2,20 metros de alto. Querían informar a la gente sobre este simpático marsupial y la importancia de cuidarlo; “que la gente se empape para protegerlos”.
Llevan en las artesanías y la cartonería más de 14 años. Ella es parte del Colectivo HR: Hermanas Rodríguez. Son tres hermanas que comenzaron a hacer sus propias piezas, un poco como pasatiempo, hasta que se convirtió en un trabajo que les ha dado lo necesario para proveer a sus familias. Roberto Gutiérrez se integró al colectivo y ahora con su esposa hacen piezas por su cuenta, incluyendo también a sus hijos, pero especialmente a dos de sus hijas. Ambas son profesionistas: una es licenciada en Danza Contemporánea y la otra se graduó como ingeniera del Politécnico, pero ver a sus padres dedicarse al arte las convenció de elegir otro camino.
“Siempre están dispuestos a empapelar, pintar, moldear. De lo poquito o mucho que los hemos jalado, ahora dos de nuestras hijas ya tienen sus propios clientes y se dedican a la cartonería”, dice sonriendo Gutiérrez. “Nos sentimos muy orgullosos de saber la técnica, pero más de transmitirla y ver que ahora ellas lo ejecutan”.
Rayuela: la modernidad en la artesanía
Patrick Sandoval y Selene Cruz comenzaron a experimentar con el papel y el cartón, pero tuvieron una inclinación hacia el arte desde siempre. Su curiosidad los llevó a inscribirse a talleres y tener un aprendizaje autodidacta hasta que vendieron sus primeras piezas. Sus clientas eran sus tías y las obras eran centros de mesa para una fiesta. Ella es licenciada en Administración y él en Arquitectura, pero ninguno se veía ejerciendo su carrera. Decidieron juntarse y fundar Calacafé, que primero fue una cafetería “porque necesitábamos algo para mantener el arte”, pero finalmente se transformó en su propia marca de artesanías.
Ya pasaron 15 años desde entonces y han obtenido grandes resultados en su camino. Entre sus clientes están Ferrari, Mercedes Benz y Netflix. Además, el año pasado ganaron el primer lugar en el Desfile de Alebrijes Monumentales con Oros, un agresivo gallo con patas de caballo, orejas de murciélago y cola de pez beta que puso a prueba sus habilidades para asegurar que se mantendría de pie y no colapsaría en medio del recorrido. Ellos apuestan por la innovación respetando la tradición.
“Hacemos cosas más urbanas. Sabemos que es un evento tradicional pero tratamos de poner en nuestras piezas algo que nos muestre a nosotros. No somos de familias ancestrales que toda la vida hicieron alebrijes ni nacimos sabiendo de artesanías. Crecimos con influencias del graffiti, del arte pop, y queremos que nuestras piezas tengan esa visión”, dice Selene. Patrick agrega que respetan las formas tradicionales, pero quieren aportar su granito de arena para que la disciplina siga evolucionando.
Este año participan con ‘Rayuela’. Un tigre con alas de águila y cola de serpiente que hace malabares con su propio cuerpo, un coloso de 3,5 metros de altura ensamblado en un pequeño departamento de la ciudad que puso a prueba sus habilidades. “Todos nuestros alebrijes los diseñamos pensando que son protectores del taller. Nos gusta que sean animales que puedan existir, tratamos de darles una historia y que tengan movimiento. Este, por ejemplo, juega con su cola y hace que la obra interactúe con ella misma”, menciona Patrick, sosteniendo un celular donde muestra fotos de su alebrije.
Su inspiración viene de obras de maestros de la escultura como Rodin, pero también de obras clásicas de pintura japonesa. Al nombre llegaron porque escuchaban un tango del mismo nombre mientras trabajaban. Les pareció acertado porque la palabra remite a una canción, un libro y un juego, una mezcla de ideas parecidas a las que construyen un alebrije.