Pulso con la Suprema Corte, abrazo al Ejército y derechos de las mujeres: la primera semana de Sheinbaum como presidenta

El arranque del nuevo Gobierno muestra el estilo de gobernar de la mandataria, un equilibro entre la herencia de Andrés Manuel López Obrador y sus propias prioridades para el sexenio

La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, durante su conferencia de prensa matutina en Palacio Nacional, el 4 de octubre en Ciudad de México.Sáshenka Gutiérrez (EFE)

Los políticos y los analistas de la oposición han sostenido hasta el cansancio que la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, no es sino una copia del exmandatario Andrés Manuel López Obrador. Y, si no su copia, sí su “títere”, en el sentido de que será él quien gobierne desde el rancho en Chiapas al que se ha retirado, en una suerte de reedición del Maximato de Plutarco Elías Calles (obradorato, para el caso). La primera semana de Sheinbaum en la principal magistratura del país demuestra lo contrario. La presidenta, que en los tiempos de campaña electoral ofrecía una plataforma de “continuidad con cambio”, ha recuperado algunos leitmotivs del obradorismo, pero también ha mostrado su estilo de gobernar, aquellos atributos que definen sus prioridades políticas, su relación con las instituciones y con el público, lo que la distingue de su antecesor, eso que en el porvenir podrá definirse como propiamente sheinbaumista. La oferta de dar continuidad al legado de López Obrador, modificando el rumbo en algunos aspectos, le dio a Sheinbaum más de 35 millones de votos, lo que la convirtió en la presidenta más votada de la historia.

Los elementos que Sheinbaum ha abrazado de la herencia de López Obrador fueron evidentes desde el primer día de su mandato. La presidenta, al igual que su antecesor, acudió al Zócalo capitalino —la principal plaza pública del país— a darse un baño de masas, a rendir protesta ante el pueblo, en términos del vocabulario oficialista. Allí recibió un “bastón de mando” entregado por comunidades indígenas y numeró 100 objetivos de su Gobierno, tal como hizo López Obrador hace seis años. Pese a las similitudes, desde ahí dibujó también los cambios venideros. La mandataria, una científica pionera en México en los estudios sobre el cambio climático, anunció el impulso a las energías renovables, una materia ausente en la agenda obradorista, muy volcada a las fuentes fósiles. Sheinbaum también hizo énfasis en la centralidad que tendrán las mujeres en su Gobierno, en contraste con López Obrador, que, si bien tuvo un gabinete paritario, mantuvo una relación ríspida con el movimiento feminista.

La presidenta también ha puesto su sello en el formato y contenido de las conferencias Mañaneras —otro elemento heredado. Las comparecencias de la mandataria son menos improvisadas y más esquematizadas. Cumplen más la función de rendir cuentas que de arena de confrontación política, como ocurrió en los años de López Obrador. Habrá sin embargo días dedicados al repaso de lecciones de historia y otros para reclamar “falsedades” publicadas en los medios, siguiendo el ejemplo del exmandatario.

El segundo día del Gobierno de Sheinbaum coincidió con la conmemoración de la matanza de estudiantes el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco. La presidenta, que ha se ha definido a sí misma como “hija del 68″, instruyó que el Gobierno reconociese oficialmente que la masacre fue un crimen de de lesa humanidad y ordenó que el Estado pidiese una disculpa pública a las víctimas. Horas más tarde, La mandataria viajó a Acapulco (Guerrero) para supervisar la atención a los damnificados del huracán John. Desde la zona del desastre, requirió que se diese celeridad a la reparación de calles y al suministro de agua potable a la población.

La efeméride y la visita a Acapulco tuvieron un potente simbolismo, pues esa agenda implicó aplazar la tradicional ceremonia de Salutación de las Fuerzas Armadas. En México, es costumbre que, el primer día de cada sexenio, el Ejecutivo acuda al Campo Marte para recibir de parte de los mandos y las tropas del Ejército y la Marina el juramento de lealtad y subordinación al poder civil. Sheinbaum prefirió dar prioridad a la conmemoración del 2 de octubre —en la matanza, de hecho, participaron militares— y a los damnificados del huracán.

No significa, sin embargo, que la presidenta haya marcado distancia de las Fuerzas Armadas. Al contrario, siguió la ruta comenzada por López Obrador: defendió que el Ejército tiene un origen popular y que siempre ha respetado a la autoridad elegida democráticamente, y anunció que tanto militares como marinos se encargarán de la construcción de la red ferroviaria de trenes de pasajeros y de más puertos marítimos. En la gestión obradorista, el Ejército acumuló protagonismo en registros de la esfera pública más allá de la seguridad, ya como constructor, ya como administrador de empresas estatales. La línea, en este aspecto, será la misma.

Sheinbaum también ha defendido la polémica reforma que somete a la Guardia Nacional —un cuerpo policiaco civil— al control del Ejército. La estrategia de seguridad de la presidenta se ajusta al manual de su antecesor: eludir los enfrentamientos directos de las Fuerzas Armadas con los grupos criminales y profundizar los programas sociales dirigidos a los jóvenes, con el objetivo de que estudien o trabajen. En el plano de las ayudas sociales, la presidenta ha prometido que el salario mínimo seguirá aumentando, y ha afirmado que buscará sacar adelante la reforma que reduce la jornada laboral a 40 horas semanales, un terreno al que no quiso entrar López Obrador para no incomodar a los empresarios.

En materia feminista, la mandataria dará prioridad a un programa de transferencias sociales a mujeres de 63 y 64 años en recompensa por su trabajo no remunerado en el hogar. También ha anunciado un cúmulo de reformas tendientes a mejorar la calidad de vida de las mujeres: para reducir la brecha salarial, para protegerlas de un agresor en casa y de la violencia vicaria, para que en todos los Estados haya fiscales especializados en feminicidio y para que los tres órdenes de Gobierno estén integrados de manera paritaria. Sheinbaum también ha lanzado una Cartilla de Derechos de las Mujeres, que busca educar en materia de violencia de género y que será distribuida a nivel nacional.

La presidenta ha definido también sus campos de batalla política. En la ceremonia de su investidura presidencial, Sheinbaum acudió a saludar a Norma Piña, la titular de la Suprema Corte, lo que fue visto como un gesto de conciliación tras los meses de pelea fomentados por López Obrador. La tregua, sin embargo, duró pocos días, luego de que el grupo mayoritario de ministros del Supremo decidió explorar un recurso para echar atrás la reforma al Poder Judicial, que somete al voto popular la elección de todos los jueces. Aunque la mandataria expresó su inconformidad con la actuación de los ministros, no los descalificó, como hacía el expresidente. “No vamos a caer en ninguna provocación”, ha dicho. “No tiene sustento lo que está haciendo la Corte”.

En la danza del continuismo y el contraste, Sheinbaum ha acuñado un pleito de López Obrador: la pelea porque el Rey Felipe VI de España pida perdón por los abusos cometidos en la Conquista. La presidenta decidió no invitar al representante del Estado español a su investidura, llevando la relación bilateral a una tensión diplomática extrema. Sheinbaum ha insistido en que el Rey se disculpe. El monarca ha ignorado la petición y ha defendido un debate sobre la historia “libre de prejuicios”. Son escasos los días de la nueva Administración, pero los primeros cimientos de eso que la presidenta llama “el segundo piso de la Cuarta Transformación” ya han sido colocados.

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