El arte mexicano mira hacia adentro: la fascinación de una generación por los ancestros y sus deidades
María Sosa, Tania Ximena, Octavio Aguilar o Ulises Matamoros son un generación de artistas que, usando técnicas de la antropología y la historia, concentran sus obras en su propio pasado borrado por la historia colonial
Y si la historia, esa que borró las voces que desde el volcán de Toluca le hablaban a los sabedores que conocían el clima, esa que desapareció deidades prehispánicas y las tergiversó en demonios, esa que volvió la técnica de los purépechas de pulir la caña de maíz para hacer guardianes de la selva en Cristos, si esa historia fuera vista como un material escultórico posible de modelarse, ¿no podrían ser los artistas escultores de un nuevo presente, narradores simbólicos de una nueva historia?
Entre museos y galerías una generación mexicana de artistas-antropólogos, artistas que toman pre...
Y si la historia, esa que borró las voces que desde el volcán de Toluca le hablaban a los sabedores que conocían el clima, esa que desapareció deidades prehispánicas y las tergiversó en demonios, esa que volvió la técnica de los purépechas de pulir la caña de maíz para hacer guardianes de la selva en Cristos, si esa historia fuera vista como un material escultórico posible de modelarse, ¿no podrían ser los artistas escultores de un nuevo presente, narradores simbólicos de una nueva historia?
Entre museos y galerías una generación mexicana de artistas-antropólogos, artistas que toman prestadas las metodologías de investigación antropológica e histórica, artistas-montañistas que viven con los pueblos que narran y que empiezan a ser parte activa de las culturas ancestrales con las que trabajan, parecen tomarse la plástica mexicana para darle otro lugar al pasado.
“A diferencia de lo que ocurrió con otras generaciones que estaban fascinadas con lo que se producía en materia de arte en Europa y Estados Unidos, esta generación de artistas mexicanos entre los 35 y los 45 años está conscientes del enorme capital simbólico de su pasado, un capital que quieren reavivar, reactivar, darle otra mirada, otra vuelta”, explica el curador independiente Michel Blacsube, radicado hace más de dos décadas en el país. “¿Por qué razón mirar hacia otro lado si México tiene un pasado precolombino muy cargado y vivo? Las tradiciones no mueren en México, se mantienen y se entretienen por una población que las vive y que las ha reactivado incluso a pesar de que hace siglos fueron prohibidas por los españoles. Los artistas han empezado, cual antropólogos, a indagar en esas tradiciones”.
No es difícil percibir esto gravitando en la escena mexicana. La artista María Sosa expuso recientemente en la feria de arte Material dos Teresïchas, figuras arqueológicas de Michoacán, que eran usadas para convocar las lluvias, para proteger las casas o los cultivos y a las que se les daba leche, agua y flores. Las versiones escultóricas de María están hechas en caña de maíz, una elección matérica que tiene que ver con lo que significa este tallo en la cultura purépecha: el maíz es el origen del hombre. “Hay una episodio en la fundación de Michoacán que dice: “tráete los dioses, los que se cargan, los que son ligeros”, estas son deidades purépechas que estaban hechas de caña de maíz, pero los colonizadores llegaron y las quemaron, pero se quedaron con la técnica para pedirles que esculpieran Cristos. Quería traer esas deidades, de las que poco o nada sabemos, a su cuerpo original”, explica Sosa. Cada una de las Teresïchas tiene una mano detrás pintada con algodón teñido de añil que sentencian: “protejan el bosque”, “protejan la selva”. La invocación de la artista es que las manos humanas le sirvan ahora a esas deidades revividas para cuidar la tierra.
“Mi trabajo nace de una pregunta por la violencia colonial. Si el colonialismo y los conceptos derivados de él, como el clasismo y el racismo, habían creado un imaginario y estaban sustentados por una imaginería que había permitido que eso se perpetuara en el tiempo, ¿qué podía yo como artista, como creadora de imágenes, hacer para contrarrestar esto?”, se pregunta María Sosa, quien en su serie Xipe recrea a partir de mantas -que son vestidos y a su vez amuletos- la deidad mesoamericana de la regeneración, Xipe Totec. Con esos vestidos-objetos se busca renacer a un mundo que esté más conectado con la tierra.
Las historias mexicanas no contadas
La pregunta, por su parte, que alienta el trabajo de la artista Tania Ximena, reconocida por su documental Pobo Tzu es por esa estrecha relación que en México se teje entre el paisaje y lo sagrado ancestral. Tras crecer en Jalapa, viendo las majestuosas nieves del pico de Orizaba y empezar a explorar como montañista las faldas de los volcanes más emblemáticos, su búsqueda empezó a circundar sobre una idea: ¿Cómo nos volvemos a vincular con los territorios desde lo espiritual? “Me hice montañista desde 2019 porque las montañas en México son lugares sagrados. Comencé trabajando en el Nevado de Toluca, que era un espacio para nuestros ancestros meramente ritúalico, era un lugar de purificación, una cacerola gigante con lagos, que tiene muchos vestigios arqueológicos, como rayos de madera que se han conservado y se sabe que se usaban en los rituales de lluvia”, cuenta la artista.
Los murales de semillas de gran formato de Tania Ximena, que entre los tonos amarillos del maíz y los rojizos del frijol dibujan con perfección las formas del Iztaccihuatl y Popocatepetl, delatan ese encuentro determinante que la artista tuvo en las montañas con los tiemperos: meteorólogos tradicionales que heredaron saberes ancestrales para leer las señales del clima, sabedores que, desde sueños o visiones que les llegan después de ser atravesasos por un rayo, crean un puente entre la naturaleza y lo humano.
“Para mi trabajo artístico he acompañado a uno de los grupos de tiemperos de Amecameca de Juárez, y a uno de los grupos de San Pedro Nexapa. Llevo dos años viviendo allá, para estar más cerca del clima, de los volcanes, de ellos y de la ritualidad. Ellos tienen un calendario ritual de cosechas de todo el año. Ahora comienzan las ceremonias de bendición de las semillas, luego se siembra y luego se acompaña el crecimiento de la siembra con la ceremonias de lluvia. Finalmente, se agradece cuando termina el año”, explica la artista que ha representado en sus grandes murales estos calendarios e invocaciones que se les hacen a las semillas como centro de la cosecha, del alimento, como centro de la vida.
María Sosa y Tania Ximena son solo dos representantes de un grupo amplio de artistas mexicanos que ha empezado a indagar en los elementos más enraizados, ocultos o negados, incluso, de su cultura para expresarlos en sus obras. El curador Michel Blacsube recuerda que cuando llegó a México, a principios de los 2000, para trabajar con la colección Jumex, estaban las estrellas del arte como Francys Alys y Gabriel Orozco, y muchas de los artistas más jóvenes de ese momento, buscaban “de forma neurótica y obsesiva” ser apadrinados por esos maestros famosos. “Pero lo que me tocó con la generación del 2018, cuando empezó la sexta edición del programa semillero de artistas del BBVA con el Museo Carrillo Gil, era completamente diferente: estos jóvenes estaban emancipados de los famosos de los años 90 y desarrollaban sus propias temáticas, sin ningún complejo, con una total libertad de expresar lo que querían trabajar”.
Los trabajos de Octavio Aguilar, en la sierra de Oaxaca, representando a Kontoy, el héroe mítico, deidad dual y protector del orden cosmológico de la cultura Ayuuk. El de Ulises Matamoros Ascención, que pertenece a una comunidad indígena de la mixteca poblana y en el que ha reflejado las tensiones y contradicciones de un doble habitar: “en periferias y centros, en exclusiones e inclusiones”. La obra de Santiago Borja que trabaja en las intersecciones entre el arte, la antropología y la arquitectura interviniendo con tejidos ancestrales edificios emblemáticos del modernismo en el mundo, son ecos de este mirar hacia adentro que llena el arte mexicano de una especialidad que parece seducir al mundo.
La artista María Sosa engloba este fenómeno colectivo y generacional de una bella forma: “El cuerpo es un archivo, esas cosmogonías sobrevivieron en nosotros sin nombre y reconocerlas en nuestra obra es hermoso. Los saberes tradiciones, el pasado prehispánico, es un vasto conocimiento que estamos ciegos a ver porque te dicen “tú no eres indigena”, cuando puede ser un saber sanador para toda la humanidad, al final, lo universal no existe, son solo localidades hechas universales”.
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