Alberto Montt: “México es un país que duele, en especial cuando te importa”
El ilustrador publica su nuevo libro ‘México, la obra maestra del diablo’ y habla sobre lo que ama y lo que odia del país más efervescente de Latinoamérica
El ilustrador Alberto Montt (Quito, 50 años) escribe al final de su último libro: “Por favor, no me apliquen el artículo 33 de la Constitución”. Ese artículo prohíbe a los extranjeros opinar sobre la política mexicana, aunque también se ha convertido en un el recurso que los extranjeros y los nacionales utilizan para bromear cuando alguien de fuera toca algún tema espinoso de México. Y de esos, en el país hay muchos.
Sobra decir que la mayoría de las cos...
El ilustrador Alberto Montt (Quito, 50 años) escribe al final de su último libro: “Por favor, no me apliquen el artículo 33 de la Constitución”. Ese artículo prohíbe a los extranjeros opinar sobre la política mexicana, aunque también se ha convertido en un el recurso que los extranjeros y los nacionales utilizan para bromear cuando alguien de fuera toca algún tema espinoso de México. Y de esos, en el país hay muchos.
Sobra decir que la mayoría de las cosas que salen de la boca de Alberto Montt son una broma, una ironía o un sarcasmo, también cuando es entrevistado. Sin embargo, el ilustrador ecuatochileno, uno de los grandes artistas del cómic en Latinoamérica, es un tipo serio que no deja pasar la menor ocasión para mezclar la risa con un buen madrazo de realidad. Su humor ácido y satírico le han granjeado un gran número de seguidores en todo el mundo. Sería una pena ser Alberto Montt y no sacar a relucir el talento para contar las cosas insólitas que pueden pasar en un país como México. De lo más hilarante a lo más sórdido, o como dice el propio autor: “México transita todo el tiempo entre el negro y el blanco. Jamás les dijeron que existen los grises”.
Después de su libro ¿Ansiedad? ¿Cuál ansiedad?, llega a las librerías con un nuevo título: México, la obra maestra del diablo (Planeta, 2023) en el que cuenta las cosas mexicanas que más le vuelan la cabeza y lo hace de la mano de su personaje mítico, un diablito que refleja la parte más humana de las personas.
Pregunta. “Lujurioso, excesivo y masoquista: así es el apasionante país que hace del drama su símbolo nacional”, dice usted de México. ¿Este libro es un acto de valentía o un acto suicida?
Respuesta. Yo no lo habría definido como un acto suicida hasta que tú me lo dijiste. Básicamente en este momento me lo estoy cuestionando y estoy empezando a pedir que por favor paren todo, que recuperen los ejemplares y que me salven de la hecatombe que se me viene.
P. Se lo comento porque es bien sabido que a un mexicano solo le puede criticar otro mexicano. Ojo, como la crítica venga de algún extranjero...
R. [El libro está enfocado en dos públicos distintos] Uno es mi público que ya me conoce y con ese no tengo ningún resquemor. Y otro es el mexicano promedio que levanta el libro. Ahí estoy supeditado un poco a la suerte e incluso al ánimo con que el mexicano o la mexicana decidan tomarlo en un determinado momento. Es verdad que el mexicano es sensible y de armas tomar. Al mismo tiempo, considero que el libro no es en ningún caso una crítica y está más cercano a la observación. De todas formas, ahora que me lo dijiste tiene su encanto y estoy dispuesto a correr el riesgo.
P. En el libro habla del masoquismo, los excesos, la negación, la vanidad, la pasión y los pecados de México. ¿Cómo decidió elegir estos temas?
R. Yo soy muy amante de México y muy odiante de México también, como todos los mexicanos. Siempre he pensado que los mexicanos son masoquistas por un sinnúmero de razones y que son apasionados por un sinnúmero de razones. Por ejemplo, hablar de la comida en México puede estar en la categoría de pasión, pero también en la de masoquismo. ¿Cuántas veces te dijeron “pica nomás tantito” y después estabas en el hospital con desgarros abdominales? Esa clasificación me ayuda a contar una historia de México donde todo está relacionado. Hablo de todo lo que siento con respecto a este país, pero en ningún caso es crítica, es más la observación de quien ama a México, lo conoce y sabe cuáles son los puntos flacos.
R. ¿Qué es lo más fascinante de la comida mexicana para usted?
R. Para mí lo maravilloso de la comida mexicana ni siquiera son los sabores y las combinaciones, es la malicia. Hay una maldad en la cocina mexicana que es inherente al pueblo. O sea, hay una un dolor que es fantástico, lo pongo en el libro cuando digo que cuando eres mexicano creces con el superpoder de que no te pueden decir nada que realmente hiera porque tu familia te está destruyendo todo el tiempo y esa malicia a mí me fascina y creo que tal vez por ahí también he sido capaz de conectar con la gente en México. No me genera ansiedad, me genera expectación, tengo muchas ganas de sentarme en [la librería] El Péndulo, ver si alguien lo levanta y ver qué pasa cuando lo lee. Y bueno, si el pueblo mexicano decide comprar 14 ediciones y quemarlas en el Zócalo, alguna ganancia tendré y podré después volver a México disfrazado y comer tacos al pastor.
P. ¿Diría que su humor también es malicioso o que, al menos, trata de incomodar?
R. Más que pretenda incomodar, es súper sincero. Y hoy en día vivimos en una época en donde la corrección política ha pasteurizado absolutamente todos los canales de comunicación. Pretendo que mi humor ocupe el espacio que antes ocupaba el punk, que es el de tocar pelotas. Siento que es necesario incomodar para poder hacer pensar. Pero hay un cierto porcentaje de las cosas que hago que sí invitan a reflexionar, a veces a golpes, a veces con caricias. Mi idea de que el humor debe responder a mi pensamiento y a mis necesidades y eso es lo que me permite también después enfrentarme a un grupo de veganos furibundos con antorchas y trinches, porque puedo defender mi punto, es lo que pienso y siento.
P. ¿Y qué es lo que hace falta para ir por ese camino y pisar algunos callos: valentía, inconsciencia...?
R. Creo que más bien es una profunda conciencia y tomar ejemplos que todavía quedan en el camino. Veo a gente que dice cosas que, pese al espectro de la corrección política, son capaces de hablar claramente y que se ganan muchos enemigos, pero al mismo tiempo ganan muchos adeptos. En este caótico mar de la hipercorrección necesitamos islas de salvataje.
P. ¿Cómo diría que ha sido su relación con México a lo largo de estos años?
R. La primera vez que llegué físicamente, después de haber consumido México toda la vida a través de la televisión, fue muy extraño. Tenía la sensación de bajarme y reconocerme en todo. Mi evolución desde ese momento hasta hoy sigue siendo de descubrimiento y sorpresa constantes, como una persona que entra con el alma abierta a un país y a su pueblo. Siento que probablemente todos los latinoamericanos nos pasa que estamos empapados de visualidad mexicana. Siempre me ha parecido el Japón de Latinoamérica porque tiene una historia que va desde lo visual, lo conceptual, lo culinario, lo emocional... No hay otro país como México. Realmente soy un fanático y espero que el libro un poco refleje eso. Aunque hay descontentos también, obviamente. Extrañeza y dolores. México es un país que duele, en especial cuando te importa. Desde su inestabilidad política, Ayotzinapa, las inequidades, el mundo fresón que es poco empático...
P. ¿Qué opina de la capacidad que tienen los mexicanos de reírse de sus propias desgracias o de la capacidad de reírse hasta de la muerte?
R. Es algo inherente al mexicano por sus orígenes precolombinos: la relación con la vida que incluye la muerte. Y eso significa vivir a mil. Saben que el día de mañana te revienta un volcán, pasado mañana tienes un terremoto, después un huracán... Son gente que ha aprendido a resignificar su dolor, resignificar su vida y eso les permite que el taco que se comen cada vez sea glorioso.
P. ¿Y usted, qué aprendizaje saca de todo esto?
R. Trato de adoptar ciertas fórmulas mexicanas de interacción para con el mundo. Como por ejemplo, la resignificación constante de los dolores y las desgracias. Chile es un país mucho más correcto, más organizado, menos corrupto y, sin embargo, es el país que vende más ansiolíticos en el mundo. Estoy seguro de que México tiene un nivel de felicidad muchísimo mayor al de Chile. Eso, insisto, no lo sé, pero lo intuyo.
P. ¿Hay algo que no soporte de México?
R. La impuntualidad. Es una cosa que me puede volver loco, pero es por mi obsesión ridícula. Yo sé que en México funciona y saben que cuando te dicen a las 15.00 todo el mundo espera que sea a las 16.00 para empezar a las 17.00, pero es algo que odio profundamente.
P. ¿Podría contarme la anécdota más loca o más insólita que le haya pasado en México?
R. Te la cuento, aunque no sé si se pueda publicar porque es brutal. Yo estaba en Bacalar y había un lugar de pollos que se llamaba ‘Pollos estilo Sinaloa’. Entonces quise probar esos pollos porque no tenía idea de qué se trataba. Llego, me bajo. Eran las 16.00 o 17:00 de la tarde y había un señor con los pollos. Le digo: ‘Buenas, hola, quisiera un pollo’, y me dice: ‘Sí, por supuesto’. Y le pregunto: ‘Oiga, ¿cómo es el estilo Sinaloa?’ Para de cortar, se me queda viendo los ojos y me dice: ‘Quemado, descuartizado y en bolsa’. Eso te hace ver cómo funciona el sentido del humor mexicano y de nuevo la resignificación de su realidad.
P. ¿Dónde están los límites del humor?
R. Creo que los límites del humor están en la calidad de la construcción del humor. Que la construcción de ese relato haga que la otra persona se desconecte y entienda la realidad de la que tú estás hablando desde un punto de vista nuevo. Vuelvo al chiste del pollo. En ese momento yo me reí, pero también me fui pensando en todo lo que había detrás y eso fue gracias al humor. El humor estuvo muy bien construido y me permitió entrar en un espacio en el que yo antes no había podido entrar. Yo, por ejemplo, no puedo hacer humor sobre desapariciones en general, ni en Chile ni en México, porque me atañe; pero esto no quiere decir que yo crea que nadie puede hacerlo.
Quienes quieren poner límites al humor están profundamente equivocados y le están haciendo un flaco favor a todo lo malo que hay en el mundo hoy en día, que tiene que ver justamente con esta idea de que existe algo que es correcto y que todo el resto es inválido.
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