Un secuestro retransmitido: el rapto de los funcionarios de Chiapas y el horror sin fin de la violencia en México
Un confuso rapto de 14 trabajadores muestra los conflictos clásicos entre policía y delincuentes que se dan en otras zonas de México y las balaceras en zonas turísticas son ya comunes en el territorio sureño
El secuestro de 14 trabajadores de la Secretaría de Seguridad de Chiapas evidencia la caída hacia el abismo de la violencia mexicana que está sufriendo este Estado de forma paulatina. Si antes eran otras entidades las que ponían nombre al crimen y los desmanes de los grupos armados, hoy es el Estado del sur el que visita seguido los medios de comunicación con noticias que ponen en guardia a la República. Es...
El secuestro de 14 trabajadores de la Secretaría de Seguridad de Chiapas evidencia la caída hacia el abismo de la violencia mexicana que está sufriendo este Estado de forma paulatina. Si antes eran otras entidades las que ponían nombre al crimen y los desmanes de los grupos armados, hoy es el Estado del sur el que visita seguido los medios de comunicación con noticias que ponen en guardia a la República. Especialistas de Ciudad de México y más de 1.000 agentes buscan estos días por tierra y aire a sus compañeros, que están en paradero desconocido desde el martes. Las noticias son pocas y confusas y el silencio del gobernador Rutilio Escandón, clamoroso. Lo poco que se sabe del asunto llega desde unos videos en los que los retenidos, en aparente buen estado, leen las exigencias de los captores para recobrar su libertad: que destituyan del cargo a Francisco Orantes Abadía, subsecretario de Seguridad del Estado; Roberto Yahir Hernández Terán, director de la policía fronteriza; y Marco Antonio Burguete, director de la policía Estatal preventiva.
En otro video, piden que estos tres funcionarios le digan a su jefe, “el Pulseras”, que libere a la persona que tiene secuestrada: “Ella no tiene nada que ver, al igual que nosotros, estamos pagando justos por pecadores. Por favor”. Esta última comunicación, de confirmarse su autenticidad, indicaría un pulso de los captores a la policía estatal para forzar un intercambio de personas. Las comunicaciones grabadas por los retenidos revelan que el asunto que traen entre manos los secuestradores es con la policía estatal. “No hay problema con otro tipo de autoridades”, dice el funcionario que lee el papel.
Mientras las familias reconocen a los suyos en las grabaciones y piden que se atiendan las reclamaciones para poder reencontrarse con ellos, Andrés Manuel López Obrador ha tratado el tema en otro tono: “Lo mejor es que los liberen, si no les voy a acusar con sus papás y con sus abuelos”, advierte a los secuestradores. El presidente dijo que se trata de enfrentamientos entre grupos, algo “relevante y común”, pero aseguró que no tienen que hacerse daño, ni ellos mismos, ni a gente inocente que está cumpliendo con su responsabilidad.
Y poco más. Las informaciones son incompletas y se van conociendo a retazos. El presidente ha hablado de que son trabajadores del penal de Ocozocoautla. Se sabe que entre ellos hay un jardinero, porque la esposa así lo ha contado: “No le hagan daño, solo es un jardinero”, pidió. Las mujeres que viajaban con ellos en una furgoneta cuando los interceptaron y que fueron liberadas, según algunas informaciones, han dicho que los apresados son todos hombres. Para mayor confusión, tan siquiera se conoce el número exacto de personas retenidas, al principio se habló de 23, luego de 16, ahora de 14.
Por qué los han secuestrado es una pregunta aún por contestar. De la última grabación hecha pública podría inferirse que hay una persona detenida por la policía estatal para la cual los delincuentes solicitan su liberación tomando como rehenes a estos trabajadores. O la destitución de los funcionarios señalados. Quizá ambas cosas.
A los trabajadores les han permitido tranquilizar a sus parientes en el mensaje emitido: “A nombre de nuestros compañeros, que nos encontramos muy bien, para que no se preocupen nuestras familias”, dice el encargado de leer el documento. En las imágenes se les ve de pie, sin mordazas, o bien de rodillas con las manos en el suelo, como en un ritual religioso, repitiendo todos lo que el portavoz señaló antes, se entiende que obligado por sus captores: “Pagamos justos por pecadores, por favor, por favor”.
Chiapas, en ocasiones territorio de esperanza, y siempre de abandono, gozaba de cierta paz si se comparaba con otras zonas del país, podridas por el narcotráfico y las balas. Esa situación está dejando de existir. Este miércoles, desde una motocicleta lanzaron una granada que explotó dentro de la Secretaría de Seguridad Pública de Tapachula, al sur del Estado. Muy cerca, en el municipio Frontera Comalapa, cientos de vecinos abandonaron hace apenas un mes sus casas por los enfrentamientos entre grupos armados. Las organizaciones de derechos humanos denuncian además que los criminales están obligando a jóvenes de las comunidades a unirse a sus filas, bajo amenaza de muerte.
Pero las luces de emergencia se habían encendido mucho antes. El año pasado por estas mismas fechas, una balacera a plena luz del día en San Cristóbal de las Casas, el corazón turístico y simbólico de Chiapas, desató el caos, dejó un muerto y el hediondo olor de la violencia organizada bajo la imagen idílica de un pueblo cuyo nombre, en honor a fray Bartolomé, remite a un entendimiento humanitario.
Los encapuchados buscaban el control del mercado más próspero de la ciudad. Y sacaron sus armas largas, obligando a la población a resguardarse en locales cercanos durante horas. El presidente los llamó entonces “grupos de choque cercanos a la delincuencia organizada”. Quizá ya hayan subido de categoría en la escala de la violencia. Otra señal anterior: en diciembre de 2021, en la entrada de Tuxtla, cerca de donde han secuestrado a los trabajadores, volcó en una curva un tráiler. En el accidente murieron 55 migrantes que iban escondidos en la bodega del camión. Otros 105 resultados heridos. El suceso reveló las nuevas rutas para los negocios del crimen organizado.
Además, el turismo deja dinero, un olor que el crimen, organizado o no, detecta de inmediato. Esa es la razón de que muchos de los destinos mexicanos más apreciados por los viajeros sufran de inseguridad, de Acapulco a Cancún. San Cristóbal era un remanso de paz, a pesar de los muchos visitantes que frecuentaban sus calles y sus mercados. Ya no hay la seguridad de antes. Hace algo más de dos meses, de nuevo las armas hicieron acto de presencia para asesinar a balazos al artesano Jerónimo Ruiz, líder de Almetrach, la Asociación de Locatarios de Mercados Tradicionales de Chiapas. Otra vez Chiapas. Nadie es ajeno a la violencia que está entrando en uno de los Estados más bellos y políticamente románticos del mundo, donde hubo un tiempo en que desde allí los altavoces de los zapatistas gritaban que otro modo de vida era posible.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país