Carlos S. Maldonado: “Ni Vargas Llosa ni García Márquez podían haber imaginado un personaje tan grotesco y fascinante como Rosario Murillo”
El periodista nicaragüense publica desde el exilio mexicano ‘¡Yo soy la mujer del comandante!’, una “biografía novelada” sobre la “copresidenta” de Nicaragua
Una tarde de otoño de 2021, el periodista nicaragüense Carlos S. Maldonado prepara un asado con amigos en una azotea del centro de la Ciudad de México. Maldonado mira al cielo, que ese día contra todo pronóstico luce limpio, como si el smog le hubiera dado un respiro. Suspira. “Me recuerda al cielo de los domingos en Managua”. En 2018, el reportero cubría el estallido social en Nicaragua. Daniel Ortega y Rosario Murillo, la pareja en el poder, reprimieron el levantamiento con crímenes de lesa humanidad y asesinaron, al menos, a 355 personas, ...
Una tarde de otoño de 2021, el periodista nicaragüense Carlos S. Maldonado prepara un asado con amigos en una azotea del centro de la Ciudad de México. Maldonado mira al cielo, que ese día contra todo pronóstico luce limpio, como si el smog le hubiera dado un respiro. Suspira. “Me recuerda al cielo de los domingos en Managua”. En 2018, el reportero cubría el estallido social en Nicaragua. Daniel Ortega y Rosario Murillo, la pareja en el poder, reprimieron el levantamiento con crímenes de lesa humanidad y asesinaron, al menos, a 355 personas, según un informe de la ONU. Maldonado, cronista en este diario, fue amenazado, apalizado y perseguido. Tuvo que exiliarse en México, donde reside desde entonces. Las heridas y la experiencia de aquellos años se han cristalizado en ¡Yo soy la mujer del comandante! (Grijalbo, 2023), que este viernes presenta en la capital mexicana el editor Ariel Rosales, en la librería El sótano de Quevedo, en Coyoacán, a las 19.00.
El libro es una “biografía novelada” de Murillo, “la figura más interesante de América Latina”. La denominada por Ortega como “copresidenta” de Nicaragua es un personaje complejo: sensible poeta con inquietudes místicas, perdió un hijo en el terremoto de Managua de 1972 que arrasó la ciudad; se alistó a la guerrilla contra el régimen de Anastasio Somoza; tuvo que exiliarse en Costa Rica y, con el triunfo de la revolución sandinista, fue ascendiendo en la jerarquía política, siempre de la mano de Ortega. Tras una metamorfosis, señala Maldonado, se convirtió en “un monstruo” lleno de ambición que culpó a su hija, Zoilamérica Narváez, cuando esta denunció que Ortega la había violado desde que tenía 11 años. “Ni Mario Vargas Llosa ni García Márquez podían haberse imaginado un personaje tan grotesco y fascinante a la vez”, dice el periodista.
Murillo ostenta un gran poder en el régimen de Nicaragua. Sin embargo, es Ortega quien lleva la batuta. “Las decisiones las toma Ortega, es el dictador. Lo que ha hecho es compartir el poder. Murillo administra el día a día del Estado. La ambición de esta mujer ha sido tanta, y la factura que Ortega le debe es tan grande, que ella ha avanzado hasta la línea de sucesión del Gobierno, pero el poder de Ortega lo sostiene el aparato represivo, el sistema judicial, y el Ejército, que él controla. Si él muere antes, sería el fin de la dictadura”.
La novela iba a ser un libro de crónica, basado en un reportaje sobre Murillo que Maldonado publicó en 2016, pero por el camino, los editores consideraron que la historia merecía convertirse en novela. “Me generó muchos conflictos porque soy periodista y todo lo que he escrito está basado en cosas que puedo corroborar. Decidí que todo lo que contase iba a estar sustentado. Son cosas que ocurrieron, pero como a la hora de cocinar, les puse sazón”, matiza el reportero.
Uno de los puntos más polémicos de ¡Yo soy la mujer del comandante! es cómo recrea la violación de Ortega a su hijastra: “Yo sabía que la relación entre Murillo y Zoilamérica tenía un peso increíble en esta historia. He hablado varias veces con ella, y le dije que estaba escribiendo el libro y que quería entrevistarla, pero no quería hablar más. Entiendo su miedo y su silencio después de todo el horror que sufrió. Fue muy valiente cuando puso la denuncia, fue un terremoto político brutal en toda la izquierda latinoamericana. No quería en ningún momento revictimizarla. No me inventé nada, las escenas están sacadas directamente de lo que sufrió esta mujer. Son brutales, lo sé, pero quería dejar constancia de que el hombre posiblemente más poderoso de Centroamérica, comandante de la revolución, utilizó su poder para abusar de su hijastra de 11 años, y ninguno de los líderes del Frente Sandinista tuvieron la valentía de pararlo. El cuerpo de Zoilamérica Narváez fue el sacrificio que hicieron los líderes sandinistas para no ensuciar la imagen de la revolución”.
En 2018, la población nicaragüense se levantó contra el régimen. “En primer lugar, no me lo creí. Yo pensaba que la sociedad estaba aletargada. Los nicaragüenses habían sufrido tanto... Pero Ortega quiso imponer una reforma que reducía las pensiones. Salieron a protestar un montón de viejos y los reprimió con violencia. La foto de los señores sangrando movió al país. Y al día siguiente hubo un estallido. Yo me levanté a las siete, puse las noticias y dije: ‘¿Qué está pasando aquí?’. El país se paralizó: campesinos montando barricadas; Masaya se levantó; los jóvenes, que creíamos apolíticos, tomaron las universidades públicas. Pensé que era el fin de Ortega. Luego dotó de armas de alto calibre a sus escuadrones de la muerte y comenzó esa matanza espantosa”.
Alrededor de 300.000 personas huyeron de Nicaragua, la mayoría para refugiarse en Costa Rica. Maldonado fue uno de ellos: “A mí me golpearon en una plaza pública, me amenazaron, me humillaron, me vigilaban, me perseguían hombres armados. Hasta que un día me dijeron: ‘Van por vos’. Aterricé en México con una mochila, mi computadora y unos pantalones vaqueros. Entré en una depresión brutal. No sabía qué hacer con mi vida por primera vez en mucho tiempo. Sufrí mucho, lloraba todas las noches. A esta altura, con 40 años, nunca me imaginé que me iba a pasar una cosa así. He visto también que mi cuerpo, físicamente, ha cambiado. Me miro en el espejo y me veo cansado. Todo esto es producto del exilio: puede ser un refugio que te da libertad, pero te carcome, te envejece, te amarga. Yo me di cuenta en un momento en que tenía mucho odio”, relata.
Los disidentes que no pudieron escapar fueron encarcelados en prisiones consideradas por la comunidad internacional como agujeros negros de los derechos humanos. A principios de febrero, Ortega y Murillo liberaron a 222 presos políticos, entre ellos personalidades históricas de la revolución sandinista como Dora María Téllez, antigua compañera de armas de Ortega. El régimen inmediatamente los desterró en un avión a Estados Unidos. Todos fueron privados de su nacionalidad por decreto. Unos días después, a la lista se sumaron otros 94 nicaragüenses, entre ellos los escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli, también figuras históricas del sandinismo, en el exilio desde años antes.
La publicación del libro podría suponer que Maldonado sufriera el mismo castigo, pero dice que ya no teme al régimen: “¿Qué me pueden hacer más a mí? Me sacaron de mi país, me quitaron la vida que tenía. Yo soy hijo de la Revolución, qué quieren que les diga, a mí no me van a quitar eso. Nací en 1982, en una Managua que todavía sentía la fuerza del cambio que se había producido después de 47 años de dictadura. Que Ortega lo haya transgredido es cosa aparte. A mí me gusta dividir sandinismo y orteguismo. Yo sé que sobre todo los jóvenes lo meten todo en un mismo saco, y tienen todo el derecho del mundo. Hay que decir que la revolución cometió horrores”.
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