Jesús, Óscar y Jeison: la amistad que destrozó el incendio de Juárez
Los tres jóvenes venezolanos estaban junto a la puerta 33 del muro con Estados Unidos cuando llegaron las patrullas migratorias. Solo uno de ellos escapó y puede contar la historia. El más joven falleció en el Instituto de Migración, el otro está en prisión acusado de haber provocado el fuego que ha dejado 39 muertos
Eran tres todavía el lunes a las 15.00 horas. Cuatro días más tarde solo uno puede contar su historia. Está muerto Óscar José Regalado y tenía 25 años. A Jeison Daniel Catarí le han dado de alta de sus heridas y lo han metido dentro de una cárcel, de forma preventiva, acusado de haber provocado el incendio que ha dejado 39 muertos en Ciudad Juárez. Jesús —nombre ficticio— se sube la capucha y llora negand...
Eran tres todavía el lunes a las 15.00 horas. Cuatro días más tarde solo uno puede contar su historia. Está muerto Óscar José Regalado y tenía 25 años. A Jeison Daniel Catarí le han dado de alta de sus heridas y lo han metido dentro de una cárcel, de forma preventiva, acusado de haber provocado el incendio que ha dejado 39 muertos en Ciudad Juárez. Jesús —nombre ficticio— se sube la capucha y llora negando con la cabeza. “Yo me escapé de la migración, mano. Yo me escapé o también estaría ahí dentro”. Ahí dentro es un cuarto de paredes altas que ahora tiene las ventanas chamuscadas, ahí dentro es un edificio federal, del Instituto Nacional de Migración, que el lunes se convirtió en una morgue.
Estaban en la puerta 33 del muro que separa Juárez de El Paso, en Estados Unidos, vigilando como zopilotes, atentos al hueco que lleva al otro lado, al sueño. Entonces vieron llegar a las dos camionetas de migración. Con dos agentes por vehículo, Jesús hizo cálculos y se echó a correr. Dice que Jeison no podía hacer eso por “su discapacidad”, era cojo, le costaba caminar: “Por eso lo arrestaron”. Óscar eligió quedarse con él, sabía que si lo deportaban no iba a poder hacer el camino de vuelta a Juárez él solo. “No lo quiso dejar solo, no corrió: para quedarse con él”, dice ahora este muchacho, de 26 años, flaco y cansado, que ha perdido a sus amigos.
Estaban acostumbrados a que migración los agarrara por no tener los papeles en regla. En la primera ocasión, tras pasar por el centro de detención de Juárez, los mandaron a Ciudad de México, la segunda a Tapachula y la última a Aguascalientes. Después había que regresarse: eso era tiempo, dinero y peligro. México se ha convertido en la parte más temida de la ruta hacia Estados Unidos para los venezolanos. Aquí —dicen— enfrentan extorsiones, robos, el miedo a que los secuestren, a que los desaparezcan sin poder avisar a sus familias, a que los detengan, a la Bestia, a la policía, a los carteles. Como escudo, forman grupos: van enhebrando la familia de la ruta.
Jesús conoció a Óscar, el Gordo, hace seis meses, en la selva. Cruzaron el Darién y siguieron para arriba convertidos en hermanos. No recuerda en qué momento del camino se les unió Jeison, de 28 años. Llegaron hace más de tres meses a Ciudad Juárez —el tiempo se pliega y estira en los recuerdos migrantes— y sobrevivían limpiando los vidrios de los coches. No era mucho, pero con eso aguantaban, esperando la oportunidad de cruzar. En eso andaban el lunes cerca del muro: “Viendo si podíamos avanzar”.
La aparición de los agentes migratorios truncó el día, pero al principio no parecía más que eso. Cuando llegó con el resto del grupo, Jesús le pidió a otro venezolano un móvil para marcar al suyo, que se había quedado en la mochila de Óscar. Hizo una videollamada y contestaron ambos. Mandaron una última foto dentro de la patrulla de migración: salen sonrientes.
La brutal redada en toda la ciudad había colapsado el centro de detención de Juárez. Las autoridades —municipales, estatales y federales— habían estado llevando migrantes desde la mañana. Estas estancias funcionan a la práctica como pequeñas cárceles para extranjeros sin papeles. A los detenidos los separan por hombres, mujeres y familias. Les revisan y retiran desde los celulares hasta los cordones de las zapatillas. A los que no vienen con hijos los meten en una sala amplia, detrás de los barrotes.
En un video publicado en redes sociales momentos antes del incendio, por José Alexander Leal Peñas, de 21 años, se ve una sala con colchonetas de colores en el suelo, con los retenidos aburridos, charlando o tumbados. La cámara da un paseo hasta el baño y en un instante se ve a Jeison. Jesús explica que el móvil entró como entra lo que está prohibido: con dinero. Así también conseguían a veces cigarrillos de los guardias.
No está claro cómo empezó el fuego. El presidente Andrés Manuel López Obrador explicó que los detenidos quemaron varias colchonetas como protesta porque iban a ser deportados. Es posible que fueran a ser deportados. Los migrantes cuentan que las condiciones del centro son feroces e incluyen hambre y sed. Los agentes migratorios reconocen que no suelen tener agua para dar a los detenidos, aunque estén encerrados durante horas. La Fiscalía General de la República (FGR) apuntó en un primer momento que consiguieron la primera chispa pelando unos cables y dijo después que todavía había que investigarlo. Los migrantes insisten en que en esas paredes que conocen bien no hay tomas eléctricas. Un abogado que ha interpuesto una denuncia contra el delegado del Instituto de Migración en Chihuahua señala que uno de los detenidos pudo conseguir un encendedor. Era posible conseguir un encendedor.
Hay 32 segundos de imágenes filtradas de una cámara de seguridad para tapar todas las preguntas. En esa grabación se ven dos focos con fuego dentro de la celda. Se ve a un migrante que da una patada a la verja cerrada con un candado. Se ve a otro que se asoma entre los barrotes para dirigirse a los guardias. Se ve a tres agentes abandonar la sala uno tras otro, sin mirar siquiera a los detenidos. Y tras 15 segundos, ya no se ve nada. El humo lo ha ocupado todo.
Después llegan los bomberos; rompen el candado, hacen un boquete en el edificio para que empiecen a salir los gases, hacen 68 viajes: sacan muertos a 37 hombres que hacía 15 minutos estaban vivos y a 31 heridos —dos morirían más tarde en el hospital—. Apilan los cuerpos en la entrada del edificio. Los fotógrafos captan los rostros, los cuerpos semidesnudos, carbonizados.
Óscar José Regalado es uno de los fallecidos. También Joel Alexander y Rannier Edelber Requena Infante y Samuel José Marchena Guilarte. Todos jóvenes, venezolanos, maltratados y optimistas. Fuera los esperaban sus amigos, su familia lejos de la familia.
La Fiscalía General de la República acusa a Jeison de comenzar ese incendio. Le imputan los delitos de homicidio y lesiones. Los mismos cargos que a tres agentes federales y a dos miembros de la empresa de seguridad privada Camsa. Cinco de los seis han sido ya detenidos, vinculados a un proceso judicial y enviados a prisión preventiva. Según el registro nacional de detenciones, Jeison Daniel Catarí Rivas fue detenido el jueves a las 5.30 por policías ministeriales en el hospital 35 del IMSS de Ciudad Juárez. En un registro médico del miércoles todavía aparecía reportado con diagnóstico delicado.
Sus amigos no han podido hablar con él, no saben dónde lo tienen, no entienden y sobre todo, no creen. “Era bien tranquilo el Jeison”, dice este viernes Jesús, ya descompuesto, “que saquen el video completo de las cámaras de seguridad, que se vea bien lo que ocurrió”. Lleva desde el lunes la misma sudadera marrón, de béisbol, que le queda varias tallas grande. “Vea, esta chamarra me la regaló el Gordo, él era mi hermano”, dice este muchacho que está a 4.600 kilómetros de su casa, “a mí ya no me importa irme para arriba, yo ahora lo que quiero es que se sepa la verdad, lo que a ellos les pasó”.
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