Vicente Alfonso: “La Guerra Sucia en México ha sido borrada por la versión oficial”

El escritor mexicano denuncia en ‘La sangre desconocida’ los crímenes cometidos contra campesinos y guerrilleros por el Estado, el Ejército y grupos paramilitares durante los sesenta y setenta

Vicente Alfonso en su casa en Ciudad de México.Aggi Garduño

Cuenta el escritor mexicano Vicente Alfonso (Torreón, 45 años) que al terminar una presentación de su novela La sangre desconocida (Alfaguara) se le acercó una mujer agradecida por el relato y le contó que ella había sido víctima de los crímenes que el libro denuncia: terribles vejaciones hechas por el Ejército y grupos paramilitares contra campesinos, guerrilleros, disidentes o toda persona que era considerada como colaboradora con las guerrillas que en l...

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Cuenta el escritor mexicano Vicente Alfonso (Torreón, 45 años) que al terminar una presentación de su novela La sangre desconocida (Alfaguara) se le acercó una mujer agradecida por el relato y le contó que ella había sido víctima de los crímenes que el libro denuncia: terribles vejaciones hechas por el Ejército y grupos paramilitares contra campesinos, guerrilleros, disidentes o toda persona que era considerada como colaboradora con las guerrillas que en los años sesenta y setenta operaban por un cambio de timón en México. Eran los años de la Guerra Sucia, un proceso siniestro que aún sigue impune y silenciado. “Estuve presa dos años”, le confesó a Alfonso aquella mujer, en lo que para él es una muestra de la importancia que tiene la denuncia de estos horrores por parte de la literatura. De esos horrores se ha ocupado Alfonso a lo largo de su trabajo como periodista y escritor en un país donde desde el Estado no solo se ha guardado un elocuente silencio sobre esos crímenes, sino que han sido negados. “Las autoridades siguen diciendo que no tenían conocimiento de estos operativos”, afirma el escritor. Son hechos, dice, “que han sido o borrados, arrollados y oscurecidos por las versiones oficiales y a los que tenemos que volver a ver”.

Pregunta. En su novela describe una lista de horrores cometidos contra los guerrilleros en México durante la llamada Guerra Sucia: “Luego de torturarlos los metieron en costales llenos de piedras y los tiraron al mar desde un helicóptero. O los enterraron vivos. O los obligaron a beber gasolina y les prendieron fuego en un basurero”. ¿Por qué se ha interesado en ese momento macabro de la historia de México?

Respuesta. Por esta campaña de criminalización de las luchas campesinas. Hay también una campaña de desprestigio de sus demandas. Me puse a hacer esta investigación sobre lo que había ocurrido en los años sesenta y setenta, porque me parece que hay muchos paralelismos con lo que está ocurriendo ahora. Creo que hay largos periodos de la historia, hay fenómenos interesantes en nuestra historia reciente, que han sido o borrados, arrollados y oscurecidos por las versiones oficiales y a los que tenemos que volver a ver.

P. ¿Por qué en México las autoridades no se han esforzado más por dar a conocer lo que pasó en esos momentos, en esos años oscuros de la historia mexicana?

R. También me parece que de parte del público no hay mucho interés en conocerlo. ¿A qué me refiero? Por ejemplo, tenemos novelas como Guerra en el paraíso de Carlos Montemayor, que documentan muy ampliamente lo que ocurrió, y tenemos estudios que tienen que ver con la jurisprudencia creada, por ejemplo, con el caso de Rosendo Radilla, que es un caso emblemático de desaparición forzada ocurrida en nuestro país y que se resuelve en favor de la familia y contra el Estado mexicano. Pero se sabe poco. O sea, lo saben unos pocos especialistas, pero no hay difusión. La información puede estar disponible, pero si nadie accede a ella, pues es como si no existiera.

P. ¿Por qué cree que la gente en México no está interesada por temas que forman parte importante de su historia?

R. Sería muy difícil para mí contestar. Lo que sí creo es que junto a esas grandes masas desinteresadas, también hay mucha población que está interesada en los fenómenos y que investiga y que dialoga y que propone.

P. Esa falta de interés puede también beneficiar al Estado mexicano, porque hay una responsabilidad que todavía no se ha esclarecido.

R. Por supuesto, porque las cosas se esconden. Pongo como ejemplo el caso Radilla. La Corte Interamericana de Derechos Humanos obliga y exige al Estado mexicano que haga acciones en pro de la memoria de las víctimas de desaparición forzada, que son más de 500 solo en el municipio de Atoyac [Estado de Guerrero]. Y lo que hace el Estado mexicano es colocar una placa escondida en Atoyac, una placa que no vas a encontrar en internet, que no recibe difusión y que tiene un texto muy ambiguo, porque dice: “En memoria de las víctimas de desaparición forzada”. No dice cuántas son. Entonces es otra vez jugar con la información. Es decir, cumplo, pero sobre mínimos: Tú me ordenaste que hiciera algo que tenga que ver con la memoria, pongo una placa perdida y ya. ¡Por supuesto que se beneficia el Estado y esto ocurre en muchísimos casos!

P. Usted menciona en su novela al Grupo Sangre, un grupo paramilitar que cometió atrocidades. También narra una escena terrorífica, relacionada con los militares, que llegan a un pueblo del Estado de Guerrero y convocan a la gente a una cancha y mientras van llegando, los van asesinando, incluso a niños. ¿En su proceso de investigación pudo determinar quiénes daban estas órdenes? ¿Fue el Gobierno mexicano? ¿El Ejército actuaba por su cuenta?

R. Pues hay debates al respecto. Por supuesto que las autoridades siguen diciendo que no tenían conocimiento de estos operativos, pero Carlos Montemayor demostró a partir de sus investigaciones y dio informes en su momento a la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Él dice que actuaban de manera sistemática y que tenía que haber una coordinación detrás. Mi impresión, a partir de lo que he logrado investigar, es que efectivamente así era. La cuestión es demostrarlo. Sí existían también estos grupos como el Grupo Sangre. Mientras escribía la novela pensé: si escribiéramos una novela de vampiros en México tendría que ser algo así. Es decir, un grupo de hombres que salían de noche vestidos de negro a sacar a los campesinos de sus casas de manera sumamente violenta. Se los llevaban y no regresaban esos campesinos. No es una historia de terror, desgraciadamente es real.

P. ¿Ha podido documentar quiénes estaban al frente de estas agrupaciones?

R. Pues hay algunos nombres, pero la gente de las comunidades tenía muchísimo miedo. Sí hubo quien se dedicaba a dejar testimonios, pero hay mucho silencio alrededor y aún ahora mucho miedo. En aquel momento el Ejército usaba disfraces. Es una historia que corre ahí, pero que es perfectamente creíble. Los militares se ponían uniformes de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y llegaban a una comunidad y estaban ahí trabajando, pero al mismo tiempo estaban vigilando. Y de pronto se iban los trabajadores y se llevaban a tres o cuatro sospechosos de colaborar con los grupos guerrilleros. Entonces la gente le empezó a tener mucho miedo a los empleados de la Comisión Federal de Electricidad, al grado de que ahora, me decía un especialista aunque no sé qué tan real sea, hay pueblos en los que no hay electricidad y en donde las líneas eléctricas dan la vuelta porque nunca los dejaron entrar a electrificar. En todo caso sí es evidente que hay una desconfianza de los pobladores hacia las figuras de autoridad. Y es una desconfianza que yo creo que es muy fundada porque los veían ahí llevarse a sus familiares y no volvían nunca.

P. ¿Durante su investigación pudo dar con nombres de militares que tuvieron una participación activa en estos hechos?

R. Sí, sí, es un tema muy delicado e incluso dí con gente que había convivido con estos militares. Me voy a reservar los nombres. En Guerra en el paraíso Montemayor da nombres, fechas, lugares absolutamente reales. Ahí se puede ver quiénes actuaban. Incluso se puede ver que había pugnas al interior del Ejército, porque había mandos que proponían más bien un acercamiento en otro tenor a los pobladores frente a los que decían hay que arrasar, hay que descargar ahí el latigazo para que aprenda la población. Son perfectamente creíbles estos debates al interior del Ejército, aunque sabemos que el Ejército siempre presenta una sola cara y es una institución que exige mucha disciplina.

P. ¿Qué consecuencias tiene para México que estos crímenes hayan quedado impunes?

R. Muchísimas. Digamos que es un problema incluso cultural de nuestro país. Es decir, la poca confianza en las instancias de procuración de justicia hace que veamos como algo absolutamente remoto e improbable el obtener algún tipo de este resarcimiento del daño. Imagínate cómo opera también eso desde el otro lado, en las filas de la delincuencia, con esta premisa de impunidad garantizada. A mí han preguntado muchas veces por qué volver la vista atrás. Pues porque son cosas que siguen inconclusas. No sé, son heridas que siguen abiertas y que no hemos terminado de asimilar. Al principio de la novela digo que nada es tan difícil de limpiar como la sangre. Pues nuestra historia reciente tiene esa mancha de sangre y tenemos dos opciones: decir bueno, asumimos que ahí está o hacemos algo en función de cómo trabajar la memoria, cómo asimilarla para que no se repita.

P. Pero eso requiere de un Estado que se quiera involucrar. ¿Cree que el Gobierno actual tenga ese interés?

R. Creo que de parte del presidente López Obrador hay más interés de lo que ha habido en ocasiones anteriores. De parte del PRI, para empezar, se negaban los hechos. Mira la matanza de Tlatelolco, de lo ocurrido en 1968. Yo he escuchado a muchísima gente decir que incluso es un mito urbano, que no murieron estudiantes, que la matanza fue zafarrancho de muchachos y eso es otra vez parte de esta operación como de inteligencia destinada a neutralizar estos momentos dolorosos. Creo que ahora hay mucha más disposición de la que había antes, cuando abiertamente se negaba todo.

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