¿Hicimos historia, Tatiana?
Exhausta de tanto correr inútilmente por la banda pidiendo el balón para tratar de ser parte de algún gol, de tanto ver cómo su equipo anotaba épicos autogoles, finalmente esta semana renunció
Tatiana Clouthier se cansó de vivir en dos mundos. O en tres. El que creyó que podría ayudar a construir con Andrés Manuel López Obrador, el que con su colaboración, activa o pasiva, se destruyó día a día desde la victoria electoral de 2018, y el que desde fuera le mandaba mensajes de la flagrante contradicción entre sus ilusiones y esfuerzos, por un lado, y la realidad de México en tiempos de AMLO, por otro.
Estaba agotada de intentarlo, de topar con pared. Y por eso, exhausta de tanto correr inútil...
Tatiana Clouthier se cansó de vivir en dos mundos. O en tres. El que creyó que podría ayudar a construir con Andrés Manuel López Obrador, el que con su colaboración, activa o pasiva, se destruyó día a día desde la victoria electoral de 2018, y el que desde fuera le mandaba mensajes de la flagrante contradicción entre sus ilusiones y esfuerzos, por un lado, y la realidad de México en tiempos de AMLO, por otro.
Estaba agotada de intentarlo, de topar con pared. Y por eso, exhausta de tanto correr inútilmente por la banda pidiendo el balón para tratar de ser parte de algún gol, de tanto ver cómo su equipo anotaba épicos autogoles, finalmente esta semana renunció. No hay equipo perfecto, ni vestidor sin riñas. Tatiana lo sabía pero lo aprendió a fuego cuando en la alineación titular del equipo lopezobradorista, y en posición más que ofensiva, su líder colocó a Manuel Bartlett.
El otrora cancerbero de la policía del autoritarismo priista, el rostro de la cultura del fraude patriótico que machacó las ilusiones de la generación de su padre el Maquío, estaría, codo a codo, con ella en el gabinete. Tres décadas después de la caída del sistema, en el momento de la revancha junto a una Clouthier no estaba doña Rosario Ibarra de Piedra, marchita ya para entonces su salud, sino Bartlett. Canija vida, qué pruebas tan amargas le pones a tus guerreras.
Tatiana, hija de su padre y de su madre, no se quedó callada. Lealtad a la Clouthier. Gritones como son, tanto que incluso entre hermanos ventilan en público las cosas, dijo lo que muchos piensan, dentro y fuera del gabinete, que Barlett siempre es una mala idea. No había empezado el partido y la sinaloense migrada a Monterrey mejor pidió su cambio. Se fue al equipo B del presidente, se pasó al Congreso. Se volvió diputada.
Pero a Andrés Manuel no se le dice que no muchas veces. Si antes Tatiana desdeñó ser apéndice en Gobernación, si se refugió en San Lázaro al declinar la subsecretaría de Bucareli, a mitad del sexenio supo que no podría rechazar la invitación para encabezar Economía, un ministerio importante donde sea menos en el gobierno de AMLO.
La hija de un apóstol del empresariado, la hermana de empresarios, la hija adoptiva de la meca empresarial de México, la amiga del empresario y amlista Alfonso Romo, se puso la camiseta que por un lado decía “con AMLO sí”, y que en el otro prometía, y con la Economía también. Ahí empezaron sus dolores de cabeza por la triple esquizofrenia.
Queríamos cambiar a México, Tatiana. Queríamos primero los pobres, sí, precisamente porque también lo decía una Clouthier, esta Clouthier. Soñamos una nueva y más justa economía. Y una relación soberana con los foráneos que invierten acá. Y que quien quisiera hacer empresa, nacional y extranjero, la hiciera, y que el Gobierno ni robara ni estorbara ni corrompiera (ni si dejara corromper) al que emprendía. Lo que soñó el Maquío, y lo que ella pensó que quería su jefe. ¿Pero, realmente, eso quería su jefe?
En su tercer intento presidencial, durante meses de precampaña y campaña, López Obrador fue estricto e incluso intolerante al machacar en el vestuario al equipo con que tenían que sumar, que se acercaba la hora de la victoria, que tenían que comenzar a pensar en que serían gobierno, en que tendrían mucho más que un movimiento, que mandarían en el país.
En reuniones que por entonces el aspirante sostenía con sus colaboradores la orden era precisa. Adiós al incendiario discurso preparatoriano de la lucha de clases, moderación en las palabras, precisión en los gestos que telegrafiaran que sí tenían la estatura de miras para la inclusión, la templanza para negociar y sumar, el talante de la tolerancia. Cuidado con el que deje escurrir resabios, nada de afilar los cuchillos de la venganza.
Tatiana y Poncho Romo fueron parte de los fondos de los cheques expedidos en función de esa credibilidad de que no iniciaría un sexenio de locuras, de disparates, de arrebatos, de sectarismo, de populismo.
Pero a la semana del triunfo, el propio excandidato mandó la nueva señal. En esos cónclaves dibujó cómo habrían de plantarse en la cancha: es la hora de que el poder económico vea que tenemos todo el poder político, fue la instrucción dada al equipo. De ahí a la cancelación del aeropuerto de Texcoco solo había un tris. Y con ese chasquido de dedos López Obrador desacreditó la palabra de Romo y puso en entredicho las interlocuciones de Tatiana.
Aquella decisión de hace cuatro años es el trasfondo de la renuncia de esta semana de Tatiana. ¿Cuarenta y ocho meses es mucho o poco tiempo para comprender que no eran compatibles los sueños de la que fue nombrada jefa de campaña en 2018 y los verdaderos deseos del candidato triunfador en ese año?
Máxime que en los dos tercios del sexenio ya transcurridos Texcoco fue solo el inicio de medidas similares. A pesar de ello, al ser nombrada Tatiana creyó que su jefe quería que le ayudara a estimular la economía. No quiso ver que era imposible hallar la cuadratura al adefesio que recibió: la ley sí es la ley y AMLO incumple el T-MEC lo que a su vez desincentiva la inversión.
Le faltó preguntar o le faltó escuchar. Preguntar en la secretaría a la que llegó en enero de 2021 qué tanto les tomaban en cuenta, qué tanto quiso el presidente enterarse, empaparse, entender que México es mucho más que las plazas de sus pueblos, sus brechas y lugares remotos, mucho, muchísimo más que Palacio Nacional. ¿A cuántas fábricas había ido López Obrador en sus dos primeros años? ¿A una por mes? ¿Ni a una por mes? ¿A una por trimestre? Fríos, fríos…
Le faltó escuchar lo que es ensordecedor. Su jefe descapitalizó secretarías y reguladores. Su jefe trasladó cualquier negociación, cualquier disputa, cualquier trámite, cu-al-quier trá-mi-te, a Palacio.
¿Qué sector quieren? ¿Telecomunicaciones? ¿Energía? ¿Comercio Exterior? El presidente tiene fotos de un gabinete, paritario o no, de opereta: ellas y ellos, la mayor parte del tiempo, solo son actores de reparto. El que canta en todos los actos de cualquier asunto es uno y solo uno. Ya saben quién. ¿Así decíamos en la campaña, no, Tatiana? Gran invento publicitario. Ni hay que nombrarlo para saber de quién hablamos. Mas a él le gustó demasiado: casi nada contiene a quien ni apelativo requiere.
A pesar de la evidencia, Tatiana, como otros en el gabinete, como no pocos fuera de él, quiso seguir reconciliando sus tres mundos. Ni modo de rajarse, tenemos que ayudar al presidente a que sea lo que quisimos aunque el muestre que ni le interesa ni quiere eso que quisimos. Qué pesada es la nostalgia cuando no la dejamos ir. Queríamos un México donde los militares no fueran exactamente lo que son ahora: incontenibles.
Queríamos un México un país, sí, que por el bien de todos primero los pobres, pero no pobres dependientes de los programas sociales, sino con apoyos, posibilidades y libertad para progresar. Maquío lo hubiera firmado. Tatiana lo intentó. Andrés lo saboteó.
Tatiana fue y vino acarreando balones. Los empresarios la buscaban y ella sudó al llevar temas al presidente. Sudó de tanto intentarlo, sudó de tanto aguantar el revire de eso no Tatiana, eso tampoco, y esto de nueva cuenta no. Llegó el momento en que ella misma decía a sus interlocutores: eso ni lo voy a intentar, ya tuve bastante regaños.
En una antesala de la liguilla del descenso, México recibió una oportunidad para evitar ser penalizado por violar reglas. Había 75 días para revertir el marcador, para encontrar un acuerdo, para no llegar a los penaltis. Y justo cuando estamos en ese tiempo extra Tatiana volteó a la banca y dijo: sáquenme de aquí. Si la más entusiasta, si la que no tenía nada qué jugarse sino su prestigio e interlocución con sus paisanos originales y adoptados, tira la toalla, ¿estamos por sacar un buen resultado en el T-MEC?
Entra a la cancha una jugadora que no padece los rigores de la contradicción. Raquel Buenrostro, artífice del desbarajuste que condenó a pacientes a no tener medicinas y quebrantahuesos desde el SAT, será feliz en Economía.
Porque hará lo que le pida su jefe sin importar lo que pida o requiera el país. Así en Hacienda como oficial mayor, así al recaudar impuestos hasta el jueves pasado, así al apretar empresarios de aquí a la siguiente campaña. Así no sirva ni para detener la inflación, menos para acelerar la producción, ni para detonar inversiones. La vida sencilla de los que acatan porque enajenaron la conciencia, llámense como se llamen, Raquel o Marcelo o Claudia.
Orgullosa, en 2019 Tatiana publicó sus memorias. Hicimos historia, decía el título. Quizá fue un poco prematuro, y un bastante entusiasta, titular con esa jactancia las andanzas de una campaña, los detalles de una alianza política entre una sinaloense y un tabasqueño.
¿Hicimos historia, Tatiana?
La historia de un país que dejó de crecer incluso antes de la pandemia. La de las familias con niños con cáncer y las víctimas de la violencia desoídas en Palacio. La de Bartlett y Rocío Nahle empoderados y succionando el presupuesto de la ciencia. La del trenezote y el aeropuerto de los militares, ni siquiera del presidente.
Sin embargo y que quede claro, la culpa no es de Tatiana. Creer no es pecado. Mejor tarde que nunca para abandonar el barco de los duros, de los inflexibles, de los sectarios, de los masiosare.
No te vayas a la porra, Tatiana. O sea, ya te fuiste en un sentido, ya no estás más donde creíste que ibas a servir; ahora no te vayas a otro lado que tampoco sirve. La tribuna que ayuda no es la que pretende a toda costa anular al árbitro, ganar con trampas, amedrentar a los contrarios, vencer sin convencer.
Hay más mundo que el pasado que no fue, que el presente que salió pésimo. Hay más México que el del lopezobradorismo. Muchos Méxicos, como pudiste ver en el despacho de Economía. Muchos mexicanos, diferentes y legítimante distintos: muchos de esos que luego de la misa y el helado dominical, tu padre se afanó en enseñarles a ti y a tus hermanos, encaramados en una guayín, en los parajes lejanos a los barrios acomodados de Culiacán, para que no olvidaran lo pequeño que es el privilegio.
El Maquío sigue vigente. Conductas echeverristas del actual sexenio actual lo han reivindicado.
Queda mucha historia por hacer. Seguro en alguna partecita de esas tareas pendientes pronto de nueva cuenta se escuchará la atronadora voz sinaloense de esta Clouthier, que tiene mucha más carrera que un asiento entre la fanaticada de un equipo muy, pero muy corto de recursos.
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