Oribe Peralta, el goleador de oro de México, se retira
El futbolista, marginado durante su juventud, se retira a los 38 como uno de los grandes delanteros mexicanos
La mayor certeza sobre Oribe Peralta (Torreón, 38 años) es que las oportunidades le llegaron tarde. Peralta brilló en el fútbol hasta los 27 años, edad que en el mundo del balón se acerca a la madurez. Pero cuando se encendió, este magro futbolista tocó el cielo: multicampeón de Liga, goleador y ganador de la medalla de oro en el césped de Wembley frente a Brasil. Antes de ser el delantero más codiciado durante la dé...
La mayor certeza sobre Oribe Peralta (Torreón, 38 años) es que las oportunidades le llegaron tarde. Peralta brilló en el fútbol hasta los 27 años, edad que en el mundo del balón se acerca a la madurez. Pero cuando se encendió, este magro futbolista tocó el cielo: multicampeón de Liga, goleador y ganador de la medalla de oro en el césped de Wembley frente a Brasil. Antes de ser el delantero más codiciado durante la década pasada, fue un jugador más, relegado por los entrenadores e ignorado por los reclutadores. Este 12 de enero ha terminado su historia con el fútbol.
Peralta aprendió del oficio del fútbol en los llaneros. La tierra era parte de sus botines que empezaban a brillar en las pequeñas ligas locales en La Partida, en el Estado de Coahuila. Su padre, Miguel Ángel Peralta, le aleccionó para que se esforzara al doble o triple porque sabían que estaban en desventaja frente a otros chicos. “La perseverancia fue lo que me llevó a ser lo que ahora soy”, contó el hoy exfutbolista a EL PAÍS, en 2017. Su primer equipo se llamaba Los Vagos, lejos de ser un equipo formativo. En sus inicios sufrió una de las peores lesiones para un futbolista: fractura de tibia y peroné. Estuvo un año sin jugar, un duro golpe para sus inicios.
El delantero Peralta probó suerte en las Chivas de Guadalajara, bajo el mando del argentino Óscar Ruggeri, pero no triunfó. Se mudó a Monarcas Morelia donde le permitieron jugar, pero no cobraba. Se marchó al León que en 2003 jugaba en la Segunda División. El Monterrey le fichó por dos temporadas. Sus goles aún no lograban atraer la atención, aunque en 2005 jugó un partido amistoso con la selección mexicana frente a Argentina. Ricardo La Volpe, el entrenador en ese tiempo, había visto un algo especial. Oribe, sin embargo, no volvió a ser llamado al Tri hasta 2011. La peregrinación de Peralta pasó por Chiapas y luego en Santos Laguna. Los medios mexicanos le apodaban Cepillo, por la forma de su cabello, y uno más duro, Horrible Peralta por su aspecto físico.
El 2010 marcó el inicio de su fulgurante despertar, el delantero empezó a hacerse adicto a marcar goles con Santos al grado de hacerse titular, por fin, en el equipo. En la temporada 2011-2012 hizo 28 goles en 40 partidos y ganó la Liga. La selección mexicana de menores de 23 años se fijó en su desempeño. Le reclutó para reforzar, como jugador de experiencia, a un grupo que quería competir en los Juegos Olímpicos de Londres. La apuesta llamada Peralta funcionó: ganaron la medalla de oro en los Juegos Panamericanos y luego conquistaron los Olímpicos en 2012.
Peralta fue crucial para que México ganara el oro más impredecible: anotó cuatro goles en el torneo, dos de ellos frente a la Brasil de Neymar y Marcelo, en la final. El estrellato de Peralta fue inmediato: el futbolista más querido y figura pública número uno. De ser el Horrible Peralta pasó a ser el Hermoso Peralta. Le fichó el América, ganó dos Ligas mexicanas y jugó dos Mundiales de Clubes. Salvó a la selección mexicana de perderse el Mundial de Brasil 2014 en el repechaje. Cambió los brackets por las carillas dentales y apostó por cuidar su imagen. Fue rostro de la marca Puma.
La decadencia ocurrió desde 2018 cuando fue llamado para el Mundial de Rusia, pero jugó menos de cinco minutos. En el América le relegaron a la banca. En 2019 protagonizó uno de los fichajes más polémicos en México al ser fichado por las Chivas, enemigo principal del americanismo. El club de Guadalajara esperaba de él ser un líder y capataz en el vestuario. Y, claro, goles. En tres temporadas como rojiblanco solo pudo anotar dos goles y el banquillo su guarida. Se marchó del equipo cabizbajo.
“Siempre estuve ligado a un balón. Si me preguntaras... Ese fue el gran éxito de mi vida. El balón para mí es alegría. El balón ha sido mi confidente. En su rol de maestro ha sido severo, ha retado mi existencia. Fue gracias a un balón que encontré mi rumbo”, dice Oribe Peralta en un vídeo de despedida. “Hoy que tomo un nuevo rumbo, tú sigue rodando, querido amigo”, cierra el mexicano. El momento del ocaso ha llegado.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país