Entre la tristeza y las críticas: la despedida de los mariachis de la Plaza Garibaldi a Vicente Fernández
Los músicos del epicentro de la música ranchera en Ciudad de México recuerdan el legado del cantante, una figura polémica en el gremio
Las noches de la Plaza Garibaldi tienen desde hace décadas una serie de nombres propios, artistas cuyas canciones resuenan en sus cuatro esquinas, en sus viejas cantinas, en las gargantas de las decenas de músicos callejeros que habitan el templo al aire libre de la parranda de Ciudad de México. Leyendas a las que la muerte no venció: José Alfredo Jiménez, Chavela Vargas, Javier Solís, Lola Beltrán, Juan Gabriel. Y Vicente Fernández, ...
Las noches de la Plaza Garibaldi tienen desde hace décadas una serie de nombres propios, artistas cuyas canciones resuenan en sus cuatro esquinas, en sus viejas cantinas, en las gargantas de las decenas de músicos callejeros que habitan el templo al aire libre de la parranda de Ciudad de México. Leyendas a las que la muerte no venció: José Alfredo Jiménez, Chavela Vargas, Javier Solís, Lola Beltrán, Juan Gabriel. Y Vicente Fernández, que ha fallecido este domingo a los 81 años por una pulmonía en su Guadalajara natal, uniéndose a la lista de estrellas eternas de la canción mexicana. Aunque, al contrario que al resto, su despedida se recibe tanto con tristeza como con frialdad e incluso duras críticas entre sus compañeros del gremio.
Lejos de grandes celebraciones, esta mañana en la plaza apenas se ven algunos grupos de gente, unas cuantas cámaras de televisión y mariachis aburridos buscando clientela. “Es que hoy es la virgen de Guadalupe”, explica Diego Ramírez, músico callejero, “posiblemente mañana ya sea un día que se le dedique nada más a él”.
—¿Hablo verdades? ¿O prefieres las mentiras?, pregunta Carlos Arguijo, mariachi desde hace 40 años en la Plaza Garibaldi.
—Las verdades.
—Es que mucha gente viene aquí a la plaza, como las televisiones, y nos pagan dinero para que hablemos bien de Vicente Fernández, pero en realidad es falso, porque aquí no se le quiere a él. Aquí se quiere a Pedro Infante, Javier Solís, José Alfredo... Vicente fue una persona que nunca apoyó a la música mexicana, nunca hizo nada por el gremio. Era muy insolente, muy creído. Él también empezó desde abajo y cuando estaba arriba nunca volteó a vernos. Piden algunas canciones de él, claro que sí, tiene sus éxitos, no se le quita su mérito, pero no lo queremos. Creo que es un sentimiento general, pregúntele a cualquiera. Garibaldi despide a la gente que la quiso, cuando murió Juan Gabriel mucha gente vino, vieron su calidez como humano, como persona.
La de Vicente Fernández fue una figura polémica. Querida y odiada, como suele decirse en estos casos. Pese a que uno de sus apodos era el hijo del pueblo, fue criticado en sus últimos años por su cercanía al PRI, el partido que gobernó durante más 70 años México, acusados de corrupción, estafas electorales, o de represión, como las matanzas contra el movimiento estudiantil de 1968 y 1971. Fernández representaba al hombre tradicional mexicano. Conocido mujeriego y criticado por misógino. Cuando en 2012 tuvo cáncer, llegó a decir que no quería un trasplante de hígado de un homosexual o drogadicto. No soportaba a Juan Gabriel por su homosexualidad y siempre se le sospecharon vínculos con el narco, según recogió recientemente la periodista Olga Wornat en una biografía no autorizada del cantante.
Y, sin embargo, su huella es innegable en la música popular mexicana. “Fue uno de nuestros iconos. Nos seguimos manteniendo porque la gente nos pide sus canciones. Vicente Fernández siempre está en el repertorio, igual que José Alfredo o Javier Solís. Le cantó al pueblo, y el pueblo lo abrazó. Por eso todos estamos un poco tristes por su fallecimiento”, sintetiza Miguel Rentería, que todas las noches desde hace 35 años entona los himnos de Fernández en Garibaldi.
De lo mismo vive Mario Grajales, que con su americana demasiado grande, su camisa violeta, unos zapatos desgastados y la funda de la guitarra a cuestas considera terrible la muerte de Chente. “Aquí la mayoría carecemos de educación, somos analfabetos, algunos músicos de escuela, otros de oreja. Vicente era un individuo que nos estaba dando una calidad mejor a los que no tenemos ese estatus, ese prestigio. Para mí es una tragedia. Yo toco por otras partes y todo el público del centro del Distrito Federal nos pide mucho su música”, narra con emoción.
Del Callejón de los Locos, una de las bocacalles que desembocan en Garibaldi, la cara b de la fiesta, lugar de residencia de muchos mariachis, un rincón con mal olor y charcos de agua estancada, emerge Felipe Luna, un músico que asegura haber vendido más de 25.000 discos de música norteña en su juventud. Guarda un gran resentimiento por Fernández: “Grababa yo en CBS y él me corrió de la compañía. Corrió a muchos. Toco sus canciones porque lo piden los clientes, pero no me gusta. Mucha gente le echará de menos porque no saben quién era, no los lastimó”.
“Yo trabajé mucho con Vicente Fernández, grabé la trompeta de la mayoría de sus canciones. También grabé con José Alfredo, con Javier Solís... pero terminaba en el estudio y venía a trabajar aquí a la plaza, porque allá luego no pagan”, recuerda con una sonrisa Antonio Guzmán, habitante de la noche de Garibaldi desde hace más de 60 años. El trompetista es pragmático con la figura del cantante: “Aquí todo el mundo puede hablar de todos, pero no hay un día que no toquemos sus canciones, con eso nos mantenemos, es lo que la gente pide”.
En el Tenampa, el bar más emblemático de la plaza, las caras en pintura de Chavela Vargas, José Alfredo o Vicente Fernández contemplan a los clientes desde las paredes y bendicen la cantina, que fue su lugar de refugio en tantas noches de borrachera. Debajo del mural de Fernández se ha colocado un homenaje al mariachi, con una gran corona de flores en la que se lee “Tenampa te recuerda”. Suena una canción en la planta baja, donde un grupo ameniza la comida de una pareja. Ernesto Jiménez, responsable del local, describe como el artista representaba la esencia del establecimiento: “Es una persona que siempre está presente aquí por sus canciones y su música… y a los comensales les lleva muy fuerte, llegan preguntando por el cuadro, pidiendo canciones de él”.
La muerte de Fernández no ha detenido el ritmo de la vida en Garibaldi. Los mariachis trabajan, los turistas pasan, y las rancheras y norteñas se cantan con toda la fuerza que permiten las gargantas. “Lo siento por él, pero tenemos que seguir comiendo”, remata otro músico que prefiere no dar su nombre. “Si la gente de aquí estuviera de acuerdo con la forma en que se portó hubiera muchos tristes, pero yo les veo muy tranquilos a todos, no hay comentarios, no hay nada de Vicente, veo a todos alegres como si nada hubiera pasado”, añade Victor Piña, miembro de una banda norteña.
Pero, como defendía el mariachi Antonio Guzmán, ya sea con desprecio, frialdad, o admiración, continuarán sonando aquellas canciones que cantaban a los corazones rotos. Los clientes seguirán pidiéndolas, los músicos seguirán tocándolas. Y por las noches de Garibaldi se corearán esas letras de perdedores, cuando se ha besado la lona, se ha saboreado el polvo y el alcohol empieza a difuminar las luces, las formas y el buen juicio.