Ese giro dramático llamado Atlas
En 1951 el equipo rojinegro llegó al partido decisivo para ser campeón de Liga: mi abuelo fue al estadio, mi papá también, estaban en espacios diferentes, uno del lado de las Chivas, el otro del lado atlista
Me gustaría platicarles una historia. Como caricaturista, lo que se me da más fácil es que lo que cuente tenga un giro dramático y sufridor detrás. Como buen aficionado al Atlas, ¡siempre tiene que haber drama!
A los 14 años mi padre, José Trinidad Camacho Valdivia, comenzó a trabajar para ayudar a su mamá y mantener la casa… Él era único varón de la familia, rodeado por su madre y cuatro hermanas. Su primer empleo fue como mensajero en un laboratorio dental, movido por la necesi...
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Me gustaría platicarles una historia. Como caricaturista, lo que se me da más fácil es que lo que cuente tenga un giro dramático y sufridor detrás. Como buen aficionado al Atlas, ¡siempre tiene que haber drama!
A los 14 años mi padre, José Trinidad Camacho Valdivia, comenzó a trabajar para ayudar a su mamá y mantener la casa… Él era único varón de la familia, rodeado por su madre y cuatro hermanas. Su primer empleo fue como mensajero en un laboratorio dental, movido por la necesidad ya que solo unas semanas antes mi abuelo -su padre- José Trinidad Camacho Alanís se convirtió en el típico cliché de el que “se fue a la tienda a comprar cigarros”. En este caso tardó nueve años y finalmente sí regresó … Pero cuando mi papá tenía ya 22 años.
Mi abuelo al parecer se fue a trabajar a Los Ángeles, no logró que el sueño americano le diera la oportunidad del éxito que se imaginaba, y sobre todo, extrañó no ver al equipo de sus amores: las Chivas del Guadalajara. De alguna manera esa necesidad de ver jugar en vivo al campeonísimo hizo que además recuperara la memoria y de pronto se acordó que tenía familia, como si pareciera que en su recuerdo dicha familia se quedó detenida en el tiempo, como abducida por extraterrestres. Cuando se encontró de nuevo con ellos les dio un carrito de cuerda a mi papá y a mis cuatro tías muñecas. Totalmente fuera del contexto de su edad.
Mi abuela le volvió a abrir las puertas de su casa, solo que él debería estar en otra habitación, una que era de mi papá, con banderines y fotos del equipo equivocado: todo era rojinegro, había fotos de Cubero, de Zetter del Dumbo López, leyendas del Atlas.
Así es. Mi papá decidió irle al equipo que por naturaleza era el enemigo a vencer, el que representaba todo lo opuesto a lo que un hijo de un aficionado de Chivas tendría que ser. Pero, ¿cómo decirle a un hijo que no vio en ocho años que eso no es lo que le había enseñado desde pequeño? Si se fue por unos cigarrillos tigres sin filtro hasta Los Ángeles debieron de estar más buenos y la cajetilla debió ser de caja dura.
En el año 1951 el Atlas llegó al partido decisivo para ser campeón de Liga, mi abuelo fue al estadio, mi papá también, estaban en espacios diferentes, uno del lado de las Chivas, el otro del lado atlista. Hace 70 años el Atlas le ganó 1- 0 al Guadalajara, con gol de penal de Edwin Cubero para coronarse. Seguro que en silencio mi papá pensó: “¡Ándele cabrón, pa ´que se le quite!”.
Yo nací en 1961, mi hermano Alejandro en 1963. Mi papá se encargó siempre de decirnos que nuestro corazón es del Atlas, mi abuelo durante nueve años, hasta que murió, nos llevaba de regalo de cumpleaños camisetas de las Chivas y balones con el escudo del Guadalajara. Mi papá escondía esas camisetas, o las regalaba a los hijos de sus empleados en el laboratorio dental, nos decía que esas camisetas eran malditas, que los colores eran horribles y que nuestra sangre era rojinegra. Parte fanatismo real y parte rencor por el origen de los regalos. Ese abandono que nunca perdonó.
En los años setenta nos llevó a ver todos los partidos del Atlas. Recuerdo bien la alineación del equipo en ese tiempo: Chavarín, el Berna García, Pepe Delgado, Brambila, Amaury Da Silva, Abel Verónico, Tilín Méndez... Todos dirigidos por el Pistache Torres. Y no fallábamos ni un día, ya fuera miércoles o sábados -que era cuando el Atlas jugaba sus partidos de local- en el monumental Estadio Jalisco.
Tuve la fortuna de ver a Héctor El Gato Brambila detenerle un disparo de bocajarro al mismísimo Pelé en un partido Atlas contra el mítico Santos. También tuve la desgracia de verlo perder contra el Unión de Curtidores y que se fueran a la Segunda División. El siguiente año regresaron nuevamente a Primera. ¡Qué sobresaltos del alma por dios! ¡Por eso digo que soy atlista de hueso colorado, sí señor! He seguido a mi equipo en las buenas, en las malas y en las de en medio.
Mi hijo de 14 años no le va al Atlas, le va al Barcelona. Y no le va al Atlas por la simple razón de que no ha ganado ningún campeonato desde hace 70 años, el Barça sí. Quiero que el Atlas gane, con la esperanza de que Chema se haga atlista, que vea que sí se puede ganar otro campeonato, más allá de solo “jugar bonito”. Ese sería mi argumento. La otra opción que tengo es apelar por el drama e irme sin avisar a comprar cigarros. ¡Pa´ que se les quite!
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