Los desastres naturales se ensañan con el México más pobre
El abandono institucional, la informalidad, la precariedad o la falta de planificación urbana y gestión del riesgo son algunas de las razones que se esconden detrás de los fallecidos y afectados por los fenómenos extremos de los últimos meses
Los desastres naturales que han golpeado México en los últimos meses se han ensañado especialmente con su población más pobre. Hay algo en común en el perfil de los fallecidos y afectados, en el espacio que habitan en el mundo, tanto en el plano geográfico como en el social. Expertos entrevistados por EL PAÍS señalan la falta de planificación urbanística y de prevención del riesgo, la informalidad de los asentamientos y la pobreza que reina en ellos como algunos de los principales motivos de estas tragedias. Todas las fuentes consultadas coinciden en señalar que los desastres, en realidad, no ...
Los desastres naturales que han golpeado México en los últimos meses se han ensañado especialmente con su población más pobre. Hay algo en común en el perfil de los fallecidos y afectados, en el espacio que habitan en el mundo, tanto en el plano geográfico como en el social. Expertos entrevistados por EL PAÍS señalan la falta de planificación urbanística y de prevención del riesgo, la informalidad de los asentamientos y la pobreza que reina en ellos como algunos de los principales motivos de estas tragedias. Todas las fuentes consultadas coinciden en señalar que los desastres, en realidad, no tienen nada de naturales: se trata de fenómenos determinados por factores sociales, económicos y políticos. Es decir, 100% humanos. Es decir: prevenibles.
Las graves inundaciones que sufrió Tula de Allende (Hidalgo) a principios de septiembre desplazaron a 10.000 personas y dejaron 17 decesos: todos ellos, pacientes en un hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social, una institución pública, a menudo saturada, donde acuden enfermos que no pueden costearse el acceso a la sanidad privada. En Tlalnepantla, Estado de México, un derrumbamiento en el cerro Chiquihuite mató a cuatro vecinos y obligó a evacuar 126 casas, en un barrio donde muchas de las viviendas se habían construido informalmente, sin la supervisión adecuada, ganándole poco a poco metros a la montaña en una zona proclive a los aludes y con una superficie poco estable. Además, sus habitantes habían denunciado en numerosas ocasiones su situación, pero nadie les escuchó. “Cayeron piedras esta misma semana y no hicieron nada”, protestaba una residente a este diario.
El huracán Grace provocó 11 muertos y 62 municipios quedaron afectados tras su paso por los Estados de Veracruz y Puebla, en comunidades predominantemente campesinas que se dedicaban a la ganadería y la agricultura. Ecatepec (Estado de México) ni siquiera padeció un huracán, solo unas lluvias más fuertes de lo habitual, pero el terreno —con una urbanización que abarca el 98% de su superficie, de acuerdo con expertos consultados— no pudo resistirlo. Se produjeron riadas y deslaves que se llevaron la vida de dos personas. Otras 100.000 se vieron damnificadas, de una manera u otra.
Solo en México, de 1970 a 2019 se han registrado 6.655 muertes en 202 desastres diferentes, según un informe de la Organización Meteorológica Mundial. De acuerdo con una clasificación de esta agencia especializada de las Naciones Unidas, en los países considerados “en desarrollo” (pobres) y los “desarrollados” (ricos) de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe, el número de desastres se ha repartido a partes iguales. Sin embargo, el 76% de los de fallecimientos se han producido en los países “en desarrollo”. Un estudio de USAID, la agencia de desarrollo internacional y acción humanitaria de Estados Unidos, encontró que en Latinoamérica una de cada seis personas —106 millones de 600 millones— viven en condiciones precarias en asentamientos informales.
Vicente Andrés Sandoval Henríquez, investigador en la Unidad de Estudio de Desastres de la Universidad Libre de Berlín, explica desde la capital alemana durante un intercambio de correos que “los eventos naturales extremos”, como terremotos, erupciones volcánicas o inundaciones, son los fenómenos que accionan el gatillo de los desastres, pero no sus causas de fondo. El problema, dice, se produce cuando un desastre se encuentra con una sociedad poco preparada y vulnerable. Sandoval, que también es editor en la Revista de Estudios Latinoamericanos sobre Reducción del Riesgo de Desastres, lo ejemplifica así: “Los terremotos no matan. Los que matan son los edificios que colapsan por su baja calidad, porque están mal construidos o localizados en un área no apta para la edificación”.
—Los desastres naturales, ¿afectan más a comunidades pobres?
—Absolutamente. Si mira todas las estadísticas sobre desastres encontrarás que los que más mueren y sufren sus efectos son las personas más pobres. Los grupos sociales más marginados, como los migrantes. Esto sucede porque estas personas viven en condiciones más inseguras, en zonas sin planificación, sus viviendas no cuentan con el diseño apropiado. Además, hay otros factores preocupantes. Un estudio global del Banco Mundial encontró que en los desastres la mortalidad en las mujeres es superior a la de los hombres. Se puede exacerbar la desigualdad de género, están más expuestas a crímenes, tienen más dificultad para acceder a ayudas económicas...
Analiese Richard, profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana que ha investigado ciclos de inundación y sequía en el valle de Tulancingo (Hidalgo), considera que “el no planear la expansión de las ciudades es una muestra de la indiferencia hacia personas pobres y migrantes, pero también una pérdida de oportunidades para implementar estrategias de prevención y de recuperación de desastres a largo plazo”. Además, añade otro matiz: los denominados como desastres “lentos” —degradación de suelos, cambio climático o deforestación— afectan especialmente a poblaciones rurales, “ya de por sí marginadas, porque reducen la capacidad de sustento de sus territorios, y esto los arroja a la merced del crimen organizado”.
Óscar Adán Castillo, investigador en la Universidad Intercultural del Estado de Hidalgo, y Felipe de Alba, director general del Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública, han observado las consecuencias de los desastres, especialmente inundaciones, en las metrópolis mexicanas. De Alba expone que “hay una construcción sociológica del desastre que sí afecta especialmente a los pobres, un perfil sociológico del afectado”. En el caso de la ciudad, este fenómeno tiene que ver con cómo se ha producido el desarrollo urbano desde la primera mitad del siglo XX, a través de la segregación del espacio con la llegada de grandes flujos de población rural a las ciudades. “Los pobres no tienen dinero para vivir en el centro por altos costes del suelo, y tienden a poblar la periferia” sintetiza Castillo, “ahí nace un proceso de invasión, ocupación e irregularidad, del que el Estado se mantuvo desapegado, dando lugar a una serie de condiciones de vulnerabilidad”.
Prevención o asistencialismo
Uno de los problemas principales es la falta de prevención ante el desastre. Solo se atiende a los fenómenos extremos a posteriori, cuando ya ha sucedido una tragedia. “Los medios comunican la consecuencia, no el riesgo”, expone Castillo. “Se ha incorporado el discurso de la resiliencia en las políticas públicas, pero en términos operativos solo se responde ante el desastre a través de prácticas asistencialistas que favorecen la formación de clientelas políticas. En ese sentido, hay un usufructo político del desastre”, continúa el académico. “Y los pobres de Ecatepec o Tula no quieren saber de resiliencia, han aprendido toda la vida a vivir de la precariedad”, sentencia. “Es una idea también racista esa de que el pobre aguanta”, añade de Alba. Ambos consideran que el abandono institucional no es algo exclusivo de un partido o gobierno, sino que forma parte de un proceso social y político que viene de muchos años atrás y afecta en muchos planos y niveles.
Como ellos opina Irasema Alcántara-Ayala, parte del departamento de geografía física de la Universidad Nacional Autónoma de México y experta en investigación integral del riesgo de desastres. En un artículo de 2019, Desastres en México: mapas y apuntes sobre una historia inconclusa, Alcántara-Ayala señalaba que algunos factores de riesgo en la Ciudad de México tienen su raíz en la conquista española [1521], cuando “se rompió el equilibrio con la ‘generosa tierra’ por la desecación de los lagos de la gran Tenochtitlán”. “La prevalencia de visiones centradas en la respuesta a la emergencia, en lugar de un enfoque de manejo integral del riesgo de desastre, es todavía común en diversas partes del mundo y México no es la excepción”, continúa el texto.
Conseguir desarrollar una estrategia de prevención de desastres es algo complejo, aunque constituye un objetivo hacia el que caminar, señala Sandoval Henríquez. “Los desastres han acompañado siempre a la humanidad, no podemos evitarlos al 100%, pero tenemos la responsabilidad como sociedad de estar preparados, invertir en infraestructuras, sistemas de alerta temprana, concienciar sobre los riesgos… Todas estas cosas pueden hacer una gran diferencia”. El problema principal, según este investigador, es que las decisiones relacionadas con la prevención están sometidas a los aspectos económicos. Además, el cambio climático ha hecho saltar por los aires los esquemas previos. “El desarrollo que nos llevó al cambio climático, el modelo capitalista y extractivista, genera más riesgos de lo que los reduce. Hay una teoría que defiende que a muchos gobiernos les interesa seguir llamando a los desastres ‘naturales’, para no responsabilizarse de las causas de fondo”, añade.
Las sociedades antiguas culpaban a los dioses por los desastres. Ahora, se culpa a la naturaleza. “Pero ya es hora de que pasemos a responsabilizarnos de dónde y cómo construimos esos riesgos”, concluye el académico.
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