La princesa guerrera de Tingambato: el tesoro de la arqueología mexicana enterrado entre campos de aguacate
La tumba de la joven noble, enterrada con 19.000 objetos de piedra, conchas y armas, cuestiona lo que se conoce sobre la ciudad y los roles que las mujeres pudieron tener en las sociedades mesoamericanas
Hace más de mil años, en el corazón de la región aguacatera de Michoacán, cerca del lago de Pátzcuaro, existió una civilización que habitó de manera constante la región de la ciudad de Tingambato entre el año 0 y 900 d.C. Situado en la entrada de la Tierra Caliente y la sierra fría michoacana, fue un sitio privilegiado que se enriqueció de la red de distribución panmesomericana de conchas que llegaba hasta Sudamérica. Un puente qu...
Hace más de mil años, en el corazón de la región aguacatera de Michoacán, cerca del lago de Pátzcuaro, existió una civilización que habitó de manera constante la región de la ciudad de Tingambato entre el año 0 y 900 d.C. Situado en la entrada de la Tierra Caliente y la sierra fría michoacana, fue un sitio privilegiado que se enriqueció de la red de distribución panmesomericana de conchas que llegaba hasta Sudamérica. Un puente que conectaba el litoral de las costas del Pacífico con zonas más altas y que actualmente, es uno de los yacimientos arqueológicos más importantes, si no el que más, del Occidente mexicano.
Más de 40 años después de su descubrimiento, Tingambato sigue mostrando nuevos tesoros al equipo de arqueólogos que trabajan en la zona, aunque un misterio sigue sin revelarse. El hallazgo de la tumba de una mujer de unos 15 a 19 años, cubierta de manera suntuosa con más de 19.000 objetos de piedras azules, verdes (amazonitas) y conchas marinas ha sido una sorpresa inesperada que pone de cabeza no solo lo que se sabía sobre la ciudad, sino los roles que las mujeres pudieron tener en las sociedades prehispánicas.
La “princesa guerrera” como le ha puesto el grupo de arqueólogos que lidera José Luis Punzo, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), fue encontrada en 2011 cerca de la zona del palacio principal en una tumba que data del año 630 d.C., el periodo de mayor esplendor de la ciudad.
El enterramiento mide 12 metros cuadrados y fue construido con gruesos muros de piedra y tierra, una pequeña puerta y un techo abovedado en espiral con piedra laja, parecido a los que se encuentran en el mundo maya. Lo que encontraron los científicos detrás de aquellas paredes les hizo pensar en un primer momento que se trataba de un guerrero. La mujer descansaba sobre unas losas y estaba rodeada por cinco lanzadardos lujosamente trabajados, conocidos como átlatl, un arma distintiva de la nobleza. Al analizar el ADN del esqueleto, la sorpresa fue mayúscula. El guerrero era guerrera. “Es un ajuar funerario único”, dice el arqueólogo Punzo. “No hemos encontrado un tipo de enterramiento así en el Occidente de México”, recalca.
La mezcla de los elementos masculinos y femeninos en la tumba ha sido algo que ha desconcertado a los investigadores. “Nos hemos dado cuenta de que los roles occidentales a los que estamos acostumbrados son mucho más complejos en las sociedades prehispánicas de cómo pensábamos. Probablemente las identidades y el género eran entendidos de maneras muy diferentes”, señala Punzo. “Me parece algo apasionante”, añade.
Al analizar los objetos elaborados con conchas, entre los que destacan un pectoral cuidadosamente trabajado, una diadema y una orejera discoidal, única hasta la fecha, se descubrió que la mayor parte de las cuentas y pendientes están fabricados con Spondylus princeps, un tipo de caracola abundante en las costas del Pacífico desde Nayarit a Michoacán muy valorada en las culturas antiguas por su intenso color rojizo. Entre los objetos que honran a la princesa, también se encontraron conchas originarias del Caribe, lo que refuerza la teoría de la preponderancia comercial que tuvo Tingambato en la antigüedad.
Para completar el ajuar, las manos de la joven estaban ricamente adornadas con anillos que hacían juego con los sartales de cuentas y conchas marinas atados a los tobillos. El grupo de arqueólogos también encontró 2.000 pequeños caracoles alrededor de la cabeza del esqueleto, lo que hace pensar que fueron insertados en el cabello como parte de la decoración fúnebre.
Punzo, con décadas de experiencia rascando en las entrañas de la tierra michoacana, explica que gracias a un trabajo conjunto con la Universidad de Harvard y la revista National Geographic, la investigación de la princesa guerrera ha hecho avances importantes. Por ejemplo, han descubierto que el cráneo de la joven había sido deformado desde su nacimiento para que tuviera forma cónica con la base abultada, mientras que los dientes habían sido limados para que los incisivos se vieran más prominentes. El arqueólogo considera que estos rasgos, símbolo de belleza y estatus, son pistas que indican que la mujer pudo tener una posición “fundamental y preponderante” en la sociedad de Tingambato.
La tumba de la princesa se encuentra a 70 metros de un osario en el que en los años 70 se encontraron restos humanos de entre 54 y 120 individuos con vasijas, objetos de concha, piedras de colores y espejos de pirita, muy diferente al sepulcro de la mujer, enterrada en solitario. “Creemos que se trata del enterramiento de una familia de personas poderosas de varias generaciones, de gobernadores de esta ciudad”, señala el arqueólogo. “A diferencia de la tumba de la princesa, esta primera tiene una escalinata, lo que nos hace suponer que los cuerpos fueron visitados y se llevaron a cabo rituales. La tumba de la joven estaba sellada con una pequeña pirámide encima de ella”, detalla José Luis Punzo.
El arqueólogo del INAH maneja dos hipótesis sobre la princesa guerrera. Que procediera de un linaje diferente al que regía en la ciudad y por eso fue enterrada por separado o que muriera en labor de parto. “En Mesoamérica las mujeres que morían en parto, lo hacían como guerreras”, explica. Otra revelación interesante es que junto a la joven se han encontrado enterrados dientes de al menos dos niños pequeños. “Dientes de leche que no tienen nada que ver genéticamente con ella”, señala el arqueólogo. “Un misterio todavía por resolver”, agrega. La tecnología geofísica de precisión, el análisis de colágeno por radiocarbono y los estudios de ADN de las muestras encontradas en la primera tumba explicarán cuál es la relación entre la princesa y el resto de personas enterradas en Tingambato.
Después de décadas de trabajos las ruinas muestran una pequeña parte de todo lo que falta por descubrir. El arqueólogo Punzo calcula que la ciudad abarca al menos un kilómetro cuadrado del que por el momento, solo se conocen dos hectáreas. El último año no fue un buen momento para la arqueología mexicana que sufrió el recorte de los presupuestos del Gobierno por la pandemia y en contextos como el michoacano está condicionada por la violencia del crimen organizado. A eso hay que sumarle la difícil tarea de excavar en suelo rico en nutrientes donde los vestigios arqueológicos quedan a más de cuatro metros de profundidad. Punzo reconoce que un contexto así representa un escollo para su labor. “En ocasiones hemos tenido que dejar excavaciones, como en la sierra de Durango, porque no había condiciones de seguridad para seguir trabajando”, afirma.
Debajo de miles de millones de pesos en aguacates, los secretos inexplorados de Tingambato esperan a ser desvelados algún día. La princesa guerrera solo es el primero de ellos.
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