La ola infinita de casos de coronavirus que golpea al Estado de México

La covid-19 sigue sin dar tregua a la entidad donde mayor número de personas ha fallecido por el virus. Una de cada siete personas que contrajo la enfermedad en el Estado ha muerto

Una mujer mayor entra a consulta en el hospital general de Atlacomulco, Estado de México el 25 de febrero.Aurea Del Rosario (El País)

El último viaje el señor Jesús Rubén Lagunas lo hizo en el atardecer. Caía el sol en la carretera y él recordaba sus años de maestro, de artista. Un rato antes había salido caminando de su casa de Toluca, la capital del Estado de México, y ya se había despedido de todos. “Adiós, Ring”, dijo también hacia el pastor alemán que cuidaba. Apenas le quedaba oxígeno en el tanque, pero llegó al Hospital General de Atlacomulco viendo los sembradíos quemados y a las vacas dormitar. “Amaba viajar en carro”, cuenta su nieta Kristel Martínez. Ambos llevaban varios días de peregrinaje tratando de encontrar ...

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El último viaje el señor Jesús Rubén Lagunas lo hizo en el atardecer. Caía el sol en la carretera y él recordaba sus años de maestro, de artista. Un rato antes había salido caminando de su casa de Toluca, la capital del Estado de México, y ya se había despedido de todos. “Adiós, Ring”, dijo también hacia el pastor alemán que cuidaba. Apenas le quedaba oxígeno en el tanque, pero llegó al Hospital General de Atlacomulco viendo los sembradíos quemados y a las vacas dormitar. “Amaba viajar en carro”, cuenta su nieta Kristel Martínez. Ambos llevaban varios días de peregrinaje tratando de encontrar una cama libre en algún hospital de Toluca. Era enero. “No hay camas ni oxígeno. Así como tu abuelo vienen muchas personas de la misma edad y no los podemos atender”, fue la respuesta de una encargada del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) un par de jornadas antes. Rubén Lagunas tenía 95 años, covid-19, el 60% del pulmón dañado, un tanquecito de oxígeno en el que apenas ya quedaba y una saturación del 75%. Falleció el 17 de enero y el perro aulló.

El Estado de México es la entidad donde mayor número de personas han fallecido por coronavirus, según cifras oficiales. El Conacyt indica que allí han muerto 29.068 ciudadanos y que se han registrado 218.962 casos. Estos números convierten también al Estado gobernado por el priista Alfredo del Mazo en el segundo lugar del país con mayor letalidad por el virus, solo por detrás de Puebla. Una de cada siete personas que contrajo la enfermedad en el Estado ha muerto. Oficialmente, en la vecina Ciudad de México han muerto 1.000 personas menos y tienen más de 560.000 casos registrados.

Antonia Laguna muestra una fotografía de su padre Jesús Lagunas, quien falleció hace dos meses por covid-19.Aurea Del Rosario (El País)

Este indicador se suma a los habituales: el Estado de México es una de las zonas más pobladas y con mayor pobreza del territorio mexicano. Con dos grandes ciudades, Ecatepec y Toluca, a una hora de la capital, que acaparan el mayor número de casos y decesos, y un centenar de municipios rurales con paisaje de película del Oeste, la enfermedad se ha convertido en una trampa mortal. “Tenemos un universo importante de adultos mayores. Somos una población con comorbilidades: hipertensión, cardiopatías y diabetes. Somos un país con obesidad. Todos estos factores se han conjugado para que haya un número de casos tan importante en el Estado”, razona Víctor Durán, subdirector de Epidemiología del Instituto de Salud del Estado de México (ISEM).

Hace justo un año, el 29 de febrero, se detectó el primer caso positivo de covid-19 en la entidad. Era el segundo de la República. Se trataba de un hombre de Tlalnepantla que había viajado a Italia. Fue asintomático. Desde entonces, la espiral de casos comenzó a crecer y arrasar en las poblaciones. “Nunca salimos de nuestra primera gran ola. En agosto y septiembre, tuvimos un descenso marcado, pero la curva nunca llegó a aplanarse. A partir de octubre comenzó el segundo pico y fue más intenso que el primero”, dice a EL PAÍS el doctor Durán. La tragedia llegó a su punto álgido en enero, después de las fiestas de Navidad.

En esas fechas se fueron la maestra Emma Longinos, de Santiago Tianguistenco; Jorge, médico interno del hospital de Ecatepec, y su padre; los abuelos de Noé, que vivían en El Oro; el señor Jesús Lagunas, que tuvo que irse a morir lejos de su casa, los padres de Carmela. Todos ellos fallecieron en los hospitales y sus nombres cuentan en los registros oficiales de decesos por covid-19. Pero, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) reveló en su último informe que el Estado de México es la entidad donde mayor exceso de mortalidad se registró de todo el país en 2020. Solo de enero a agosto fallecieron 83.456 personas más que el año pasado. El Inegi sí contabiliza a aquellos que murieron en sus casas, en la calle.

Enfrentar la enfermedad sin trabajo ni ahorros

En la familia de Yazmín y Gisela Mejía se acostumbraron este año a almorzar a días tortillas con sal. Pues más no había. La fábrica de ropa en la que Gisela laboraba cerró a causa del coronavirus. Le hablan a ratos, pero lleva desde noviembre sin un solo turno. Yazmín es enfermera, pero dejó de ejercer para cuidar a sus hijos. En su casa, todavía dañada por el terremoto de 2017, solo se puede utilizar la planta de abajo. Ahí hay un cuarto donde duermen las mujeres y los cuatro niños, un pequeño patio donde cocinan a leña y una sala con las paredes desnudas.

Jazmín Mejía, junto a su hermana mayor Giselle Mejía, muestra en el celular el traje que uso para reconocer a su tía en la morgue. Aurea Del Rosario (El País)

Se sientan serias, amables, en una mesa con mantel de raso, una Biblia y un frutero con naranjas y plátanos. “Van baratas ahora”, ofrecen. Los niños corretean, van y vienen, enseñan sus tareas y a sus gatitos recién nacidos, llaman a la perra, piden el móvil. “Lo que más me duele es no poder dar de comer a mis hijos”, dice Yazmín, que llora porque este año tuvo que explicarles que los Reyes no podían llegar hasta su hogar de Xalatlaco, a escasos kilómetros de los bosques a los que van los capitalinos los domingos. Este año, les dijo, los Reyes tenían que repartir gel y cubrebocas porque la gente se estaba poniendo muy malita.

Las dos hermanas, huérfanas y madres solteras, se contagiaron de coronavirus en la primera ola y todavía sufren las secuelas. Este año han tenido que ver cómo la enfermedad les arrebataba a una de sus últimas familiares. La maestra Emma Longinos, de 59 años, tía política de las Mejía y la mujer que se convirtió en reina el 6 de enero cuando llevó algunos juguetes a los niños. Tahili, de 10 años, todavía presume de su muñeca rubia. Longinos se contagió de coronavirus junto a su pareja, y la familia se gastó las quincenas de la pensión en los tratamientos, en la búsqueda de un centro que los salvara.

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El 20 de enero, llegó sin oxígeno al Instituto de Seguridad Social del Estado de México y Municipios (ISSEMYM) de Toluca. Se gastaron los últimos 500 pesos (unos 25 dólares) en el viaje de ida. “Van a tardar tres o cuatro días en internarla porque no hay camas. No hay camas, me decían. Ella venía con el 60% de saturación. Me decían que la sentara en una silla de ruedas y allí iba a tener que esperar durante días. Sus pulmones estaban destrozados, ya tenía neumonía en los dos”, relata desesperada Yazmín. “¿Qué hago, Diosito? Dios mío, ayúdame. Ayúdame”, gritó. “Sí le grité”. Una doctora conoció el caso y consiguió a las horas una cama. La maestra Longinos estuvo días ingresada, pero no sobrevivió al virus. No les quedaba dinero para pagar los miles de pesos que cuesta ahora un entierro. Fue incinerada. Yazmín le hizo un altar con un bolillo, veladoras, un mantelito blanco, crisantemos y una figura de San Martín Caballero.

En ese mismo hospital para los trabajadores del Estado, en esa misma sala con paredes de vidrio y sillas metálicas, esperaron a ser atendidos durante día y medio Miguel Ángel Martínez, y su hijo Araham, ambos enfermos de covid. “Sabíamos que si nos íbamos, para ellos era mejor. Si queríamos una cama, teníamos que esperar”, cuenta este estudiante de doctorado en Canadá, que vino a pasar la Navidad a México. El subdirector de Epidemiología del ISEM niega que el Estado de México llegara a la saturación hospitalaria. Y cifra los niveles ocupación en los días críticos en el 86%, para camas generales, y un 83%, con ventilador. Pero las familias refieren una lucha extenuante por conseguir atención médica.

Jazmín con sus hijas y sobrinos en uno de los cuartos de su casa en el Estado de México. Aurea Del Rosario (El País)

Un mes después, la familia Martínez recibe en su casa rosada de Toluca. Todos llevan careta y cubrebocas. Siguen respetando la distancia de seguridad entre ellos: duermen en habitaciones separadas, no se tocan, no se abrazan desde hace meses. La covid-19 entró en este hogar plagado de fotos de familiares sonrientes el 26 de diciembre. Terminó infectando a seis de los siete miembros. En la casa de tres plantas, pasaron la enfermedad el señor Rubén Lagunas, sus dos nietos, Kristel y Abraham, y su yerno, Miguel Ángel. El principal recuerdo es la angustia, el viacrucis para conseguir el oxígeno, la medicación, una cama en un hospital.

Miguel Ángel entró en el ISSEMYM con un 30% de posibilidades de sobrevivir. En la cama 217 estuvo 11 días, salió y le aplaudieron, con el brazo en alto gritó: “Sí se pudo”. “Yo estaba ahí y solo pensaba ‘tengo que salir y agradecer a mi familia que me ha salvado”, cuenta Martínez, quien fue maestro y ahora conducía un taxi. “Yo era muy terco, muy escéptico, no creía en la enfermedad del covid, decía que eran puros cuentos, pero cuando me pegó a mí, híjole”, cuenta y enseña las manos llenas de heridas, también secuela de la enfermedad. Cuando salió del hospital, su suegro ya había fallecido en Atlacomulco. “Espero que la historia de mi familia le pueda servir a alguien para tratar de estar alerta, porque cuanto antes se atiendan, más posibilidades tienes de recuperarte”.

Miguel Martínez, sus pulmones tuvieron daño en 50% a causa de la covid 19. Los médicos le han pedido utilizar oxigeno por tres meses más. Aurea Del Rosario (El País)

Desde Alemania, Kristel Martínez reflexiona, incluso en la tragedia, del privilegio de su familia. “Nos gastamos 150.000 pesos en dos meses. ¿Cómo lo van a hacer quienes no tienen?”, dice por teléfono. Ahora ha empezado una campaña en Colonia, donde trabaja como investigadora molecular, para recaudar dinero para las familias del Estado de México que lo necesiten.

El virus no da tregua

El director del Hospital General de Atlacomulco, Antonio Cruz, tiene el despacho, los pasillos, infestados de cajas de cartón. Etiquetadas con “covid-19”, contienen batas, guantes, gel, medicamentos. Los insumos que un hospital gratuito necesita para tratar de hacer frente a una crisis sanitaria que ha saturado los recursos sanitarios de todo el planeta. En este centro se atiende a ocho municipios del norte del Estado de México. “Las zonas más marginadas, con una extrema pobreza”, resume Cruz. Lo eligieron como hospital covid de la región por tener la mayor capacidad resolutiva, “a pesar de las deficiencias”. Cuentan con 60 camas, que durante la cresta de la ola estuvieron todas ocupadas, ahora hay 19. Aquí acuden los pacientes que no tienen derecho a acceder a ningún otro hospital. Ofrecen gratis el oxígeno, el personal médico y una cama. En muchas ocasiones no disponen de los medicamentos, ni de un catéter o de los tubos de ventilación mecánica, y los familiares, que esperan día y noche en la puerta del hospital, deben acudir rápido a las farmacias.

Cajas de insumos médicos para tratar covid 19 llenan la recepción del Hospital General de Atlacomulco.Aurea Del Rosario (El País)

En la austera entrada, un hombre aprovecha las horas para tejer una flor en una servilleta, en las esquinas se acumulan los cartones y las cobijas para el frío de la madrugada, y los tacos para el desayuno. Noé Cruz llegó anoche cuando internaron a su padre por covid-19, Juan, de 60 años, tras 18 días con el virus. Se enfermó toda su familia y perdió a sus dos abuelos. Ahora está esperando su turno en la videollamada.

Aquí una trabajadora social equipada con un tableta conecta a los enfermos, aislados en las zonas de riesgo, con sus familias. Tienen tres minutos al día. Pero a Fernando Miranda le ha dejado un ratito más. El joven trata de convencer a su madre, Macaria Miguel, de que no la pueden atender en casa. “Me quiero ir”, se oye la voz rota de la mujer. “Te tienes que quedar hasta que te estabilices. Le estás echando muchas ganas, pero tú viste lo difícil que es conseguir oxígeno. ¿Dónde chingados vamos a conseguir el tanque? Agarras y te sales a lo mejor lo logras, a lo mejor no. Esto es tu vida, no es un juego. Échame una mano”, suplica sin parar Miranda, que consigue aguantarla otro día más, ya van cinco.

“La gente tiene miedo de venir y quedarse aislada, que sea la última vez que lo ven. Muchos prefieren morirse en casa”, cuenta el director del hospital. El centro acaba de salir de su punto crítico, pero la pesadilla no ha terminado. “Somos todavía una zona de riesgo alto, tenemos cinco hospitalizaciones y dos decesos diarios por covid-19”, señala. En enero llegaron a siete decesos por jornada. Una presión que también ha hecho mella en su personal. Les faltan médicos generales, de urgencias, intensivistas y de medicina interna. Cruz, sentado tras un póster de Teotihuacán, hace un llamado a los médicos del Estado, del país: “Los necesitamos, tenemos contratos disponibles”. Todo el personal de su hospital ya ha recibido las dos dosis de la vacuna de Pfizer.

Fernando Miranda habla con su madre Macaría Miguel en una videollamada en el área de trabajo social del hospital. Aurea Del Rosario (El País)

La vacunación se ha convertido en la gran esperanza del país. Además de Ecatepec, la segunda ciudad más poblada del país, Atlacomulco es uno de los 27 municipios rurales del Estado de México donde ya se han vacunado a todos los adultos mayores. En el último jueves de febrero, la plaza del pueblo luce tranquila. Los limpiabotas volean ordenados, la fuente borbotea como si nada y es día de mercado. Alejandra Marcial limpia los nopales y cuenta que le dolió el pinchazo, pero poco. En un banquito junto a su nieto está Alfonso Gómez, de 83 años, que dice estar “algo mejor” por la vacuna, pero que nada va a cambiar en su vida de campesino. Adela y su marido, de 74 años, llevaban sin salir en toda la pandemia y ahora gracias a la dosis están mucho más tranquilos de salir a hacer compras. En la cerería de la plaza, el señor Arturo Ortega, de 70 años, da un repaso al que ha sido su negocio durante 25 años, que ahora llevan sus nietos. La vacuna “psicológicamente” le ha venido muy bien, para este año “tan malo”. Y resume en una frase el pensamiento de un país: “Que se acabe, que esta chingada pandemia nos está hundiendo a todos”.

El Gobierno del Estado tiene ahora puesta la vista en el siguiente obstáculo: la Semana Santa. El doctor Victor Durán comenta que se están anticipando y, además de medidas de aforo, se van a implementar test rápidos en Jueves y Viernes Santo en los que han sido destinos turísticos históricamente como Chalma. Este año, los viacrucis en el Estado de México van a seguir marcados por las filas en las pruebas de antígenos.

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