“Queremos que nos expliquen cómo llegó el hueso de Christian a la barranca”
Las familias de los 43 de Ayotzinapa ven en la reciente identificación de uno de los estudiantes una oportunidad para descubrir qué pasó realmente con ellos
Mientras sufría los rigores de la covid-19 encerrado en casa, el abogado Vidulfo Rosales buscaba la forma adecuada de decirle a las familias de los 43 lo que acababa de escuchar. Era principios de julio. El fiscal del caso Ayotzinapa, Omar Gómez, le había llamado por teléfono para darle la noticia: uno de los huesos enviados al laboratorio de Austria había dado positivo. Era de uno de los estudiantes.
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Mientras sufría los rigores de la covid-19 encerrado en casa, el abogado Vidulfo Rosales buscaba la forma adecuada de decirle a las familias de los 43 lo que acababa de escuchar. Era principios de julio. El fiscal del caso Ayotzinapa, Omar Gómez, le había llamado por teléfono para darle la noticia: uno de los huesos enviados al laboratorio de Austria había dado positivo. Era de uno de los estudiantes.
Rosales identificaba su inquietud con claridad. El fragmento óseo analizado, un trocito de hueso del pie, era tan pequeño que se había consumido en las pruebas realizadas en el laboratorio. “Lo único que quedaba del hueso eran los documentos que habían hecho los científicos donde explicaban los análisis”, detalla. “No se podía entregar nada excepto los papeles… Claro, ¿cómo le explicas eso a la familia? ¿Cómo se lo explicas al resto?”.
Recuperado del virus, Rosales acudió este viernes a la reunión mensual que los familiares de los 43 mantienen con el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Fue una reunión extraña. Fecha esperada en el calendario cada mes, padres y madres llegaron exhaustos en esta ocasión a Palacio Nacional. Vidulfo Rosales y el resto de abogados llevaban días hablando con las familias del hallazgo. El abogado cuenta que decidieron grabar un vídeo y difundirlo entre todos para explicarles los detalles. “Emocionalmente les ha pegado muy fuerte, porque esto despertó en ellos la posibilidad de que sus hijos no sean encontrados con vida”, explica.
Cuando la junta con el presidente acabó, las familias de los 43 se subieron al autobús y viajaron de vuelta al Estado de Guerrero. Acostumbrados a hablar con la prensa, esta vez no dijeron una palabra. En ese autobús iba Clemente Rodríguez, el padre de Christian, dueño del hueso identificado en el laboratorio austriaco. Cuando lo desaparecieron en 2014 en Iguala, Christian Rodríguez tenía 19 años. Don Clemente cuenta en entrevista telefónica que en la reunión con el presidente tuvo un momento a solas con él. “Le dije que habían encontrado un resto de mi hijo, pero que eso no quiere decir que esto se acaba aquí, al contrario, se abre un camino y hay que ir a fondo”, relata.
“Una persona puede vivir con un pie”, argumenta Clemente desde su casa, en Tixtla, a pocos kilómetros de la escuela de Ayotzinapa, donde estudiaba Christian. “Yo le dije al presidente, ‘ustedes están hablando de un resto, que es muy diferente a un cuerpo’. Porque mucha gente me pregunta estos días ‘¿cuándo van a llevar el cuerpo a tu casa?’ Y yo les digo, ‘no hay cuerpo’. Queremos el cuerpo para dar por hecho que mi hijo no está vivo. Mientras no veamos el cuerpo, nuestro hijo está vivo, por mucho que a la gente no le parezca”.
Por primera vez en casi seis años, la discusión sobre el caso Ayotzinapa no gira en torno al asesinato de los estudiantes y su quema en un basurero. Ni a la magnitud o temporalidad de las hogueras que pudo acoger o la cantidad de estudiantes que ardieron en ellas. El relato ahora se centra en una barranca a casi un kilómetro de allí, la barranca de la carnicería. En noviembre, los actuales investigadores encontraron allí decenas de trozos de hueso y entre ellos, el de Christian. Un hallazgo inesperado que se ha convertido en el punto de partida de la nueva narrativa.
El análisis de los restos permitió la primera identificación de uno de los 43 estudiantes desaparecidos en más de cinco años. Una certeza que alimentó sin embargo todas las incertidumbres enquistadas en este tiempo. Dice Clemente Rodríguez: “Queremos saber qué pasó realmente, cómo llegó ese resto ahí a esa barranca, quién lo llevó ahí. Y quiénes fueron los actores intelectuales. Está el Ejército, la policía municipal de Iguala, la policía ministerial, la de Huitzuco, la federal”. Y más todavía: ¿qué hay del resto de estudiantes? ¿Por qué los anteriores responsables de la fiscalía no buscaron más en ese lugar?
Hasta ahora, la única identificación realizada era de un hueso que había pertenecido a otro estudiante, Alexander Mora. En ese caso, sin embargo, las familias sospecharon. El hallazgo del hueso de Alexander se produjo en 2014 en circunstancias extrañas, sin presencia de peritos ajenos a la vieja fiscalía. Los padres nunca confiaron en los investigadores que entonces lideraban las pesquisas. Fueron ellos los que construyeron la versión del basurero, la célebre verdad histórica, divulgada a finales de ese año: un grupo criminal apoyado por policías locales atacó a los estudiantes en Iguala la noche del 26 de septiembre de 2014. Los atacantes se llevaron a 43 muchachos, algunos ya muertos, al basurero de Cocula, cerca de Iguala. Allí mataron a los que seguían vivos, juntaron los cuerpos y les prendieron fuego. Luego tiraron los restos a un río cercano. El hueso de Alexander habría aparecido en una bolsa en el río.
Desde 2015, investigadores independientes cuestionaron la versión del basurero y de los restos hallados en el río. Primero fue el GIEI, el grupo de expertos auspiciado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que llegó a México a estudiar el caso. Ese año, el GIEI denunció que la versión del basurero se había construido principalmente en torno al testimonio de detenidos que podrían haber sido torturados. Años más tarde, la ONU acabaría dándoles la razón.
El GIEI aportó también un peritaje realizado por un experto en dinámica de fuego, José Torero, que descartaba que el basurero hubiera albergado un fuego de la potencia y las dimensiones necesarias para deshacer 43 cuerpos. Los investigadores, liderados entonces por Tomás Zerón, recularon. Dijeron que ellos nunca habían hablado de los 43, sino de un grupo grande de estudiantes.
El abogado chileno Francisco Cox, integrante del GIEI, viajó a México hace unos días para acompañar a las familias tras la identificación del hueso de Christian. “La barranca era un lugar que los investigadores conocían en 2014. Siempre dijimos que se tenían que agotar todas las líneas de investigación y no abandonarlas sin más, algo que señalamos desde el primer informe. Y lo que se quiso con la verdad histórica fue cerrar el caso”, critica.
Después del GIEI, otro equipo de investigadores independientes, el Equipo Argentino de Antropología Forense, EAAF, publicó un informe sobre el trabajo de búsqueda que habían hecho a lo largo de más de año y medio en el basurero, con el permiso de los investigadores de la vieja fiscalía. El EAAF planteaba una tesis complementaria a la del GIEI y concluía que en el basurero no había restos de un fuego como el que planteaba el equipo de Tomás Zerón.
Mercedes Doretti, integrante del EAAF, cuenta que “en el basurero no había restos no quemados y eso nos llamó mucho la atención, porque no podíamos sacar ADN de ningún lado. (...) Lo que digo es que en el basurero no hay muestras como las de la barranca, que sí han podido ser analizadas. Por eso es un error pensar que como la barranca está a 800 metros del basurero, puede ser parte de lo mismo. No, lo de la barranca es una pieza de un puzzle nuevo”.
La identificación del hueso del pie de Christian obliga ahora a los investigadores a trazar su recorrido desde la noche de los hechos, a su hallazgo en la barranca de la carnicería en noviembre. Aunque es posible que nunca se sepa del todo qué pasó. Cox advierte: “Hay que tener en cuenta que ha pasado mucho tiempo y puede ser que nunca tengamos una narrativa tan clara y ordenada como cuando tú la fabricas. No hay que tener expectativas desmedidas. Hay que llegar a donde te lleve la evidencia”.