Antes que la democracia caiga
En Chile, al menos, la mezcla entre un sistema electoral proporcional y la ansiedad por un minuto de fama en redes sociales puede más que la disposición democrática
La reciente discusión sobre la reforma al sistema de pensiones chileno reveló una pregunta mucho más honda, respecto del valor de los acuerdos, cuál es el contenido de la democracia, hasta dónde se puede ceder legítimamente y cómo enfrentar el disenso. Chile, como otros países, enfrenta profundas divisiones sobre estos temas, donde frecuentemente las decisiones que afectan la vida en común se toman priorizando el cálculo electoral por sobre el juicio razonado.
Vuelven a mi cabeza dos frases pronunciadas en momentos distintos, pero con paralelos fuertes. “Los grandes acuerdos sí, pero los grandes acuerdos los vamos a poner nosotros, los que no somos de derecha, para que quede clarito”, dijo Daniel Stingo, la noche misma en que había resultado electo como convencional constituyente. Meses después, ya fracasado el primer intento constitucional, Luis Alejandro Silva, del Partido Republicano, sostenía una frase terriblemente simétrica: “Cuando nos hablan ahora de la necesidad de llegar a acuerdos... ¿por qué cresta, siendo mayoría, tenemos que llegar a acuerdos con la minoría? Que ellos se lo ganen”. Aunque los dos fracasos constitucionales fueron bien diferentes entre sí, en esto se parecieron bastante.
Muchos dan la democracia representativa y sus instituciones por descontadas. Pero esa democracia y esos mecanismos no son solamente un puñado de técnicas para resolver conflictos —que, desde luego, lo son— sino también una manera de relacionarnos políticamente. La democracia no se sostiene en que 51 personas valgan, pesen o griten más que 49, sino en el reconocimiento de que la pluralidad social es, en algún sentido, natural y buena. Por lo mismo, la democracia es una cultura, y la manera en que se ejerce la discusión democrática es tan importante como su contenido. Si la pensáramos simplemente como mecanismo, Stingo y Silva tendrían razón: somos más, podemos hacerlo, ¿quién nos lo impide?
Hoy en día la pluralidad parece ser un escollo para lograr resultados. Los sistemas se traban, las discusiones no avanzan, los problemas, lejos de resolverse, acumulan presión. En Chile, al menos, la mezcla entre un sistema electoral proporcional y la ansiedad por un minuto de fama en redes sociales puede más que la disposición democrática. Y así, llega un momento en que ni siquiera tengamos desacuerdos, es que ya no hablamos de lo mismo. Por eso, es necesario retomar aquellas virtudes y hábitos que hacen posible la deliberación. Es el antídoto contra los nuevos ‘Stingos’ y ‘Silvas’ que desde lado y lado hacen imposible discutir por una intransigencia a ratos ciega.
Pedir el cultivo de virtudes se puede tildar de ingenuo, de leve, de un exceso de ‘buenismo’. Es que los tiempos no están para apiadarse de nadie, vamos hacia adelante, con las dos piernas si es necesario. Hablar de virtud no da rating ni me gustas. Pero parece ser uno de los pocos remedios contra el bloqueo en que se encuentra la política. Dado que la pura buena voluntad no basta, al menos para el sistema político debiéramos avanzar en mecanismos que hagan más probable e incentiven ese tipo de comportamientos.
El cultivo de las virtudes democráticas también pasa por aprender a tolerar los disensos, por aceptar la posibilidad de que existan posiciones diferentes respecto de la solución a los problemas; y que esas diferentes aproximaciones no se pueden reducir a la bondad o maldad moral de propios y ajenos. Parte de la trampa en la que se encuentra envuelto del Frente Amplio encuentra su raíz en moralizar la historia reciente de Chile, las decisiones de sus antecesores, la trayectoria institucional, representándolas como puro despojo, transacción y sometimiento. Una caricatura simplona. Bastaba gente con la claridad y la decisión suficiente para cambiar el rumbo. Un ejemplo reciente e infantil se ve en el tuit del Presidente Gabriel Boric sobre las AFP: “A las AFP no les gusta la reforma de pensiones. Es una muy buena señal”. Sin embargo, esta actitud arrogante que rechaza la negociación, ignora la complejidad de los desafíos y confía en eslóganes baratos como soluciones, no es exclusiva de la nueva izquierda - también encuentra eco en sectores de la derecha.
Es cierto que el ‘acuerdismo’ que a ratos se predica puede transformarse en una forma de evadir el conflicto, pero la confrontación radical y sostenida termina salpicando tarde o temprano a las reglas del sistema. Son esos los momentos en los cuales se busca desesperadamente aquello que se fue dilapidando golpe a golpe.