‘¡Yes she can!’

La importancia que ha adquirido la crisis habitacional en la elección presidencial de EE. UU es un reflejo de esta realidad. En Chile, tenemos nuestra propia crisis habitacional. Más de dos millones de hogares necesitan algún tipo de apoyo estatal para acceder a una vivienda adecuada

Un cartel anuncia apartamentos en venta en el exterior de un edificio residencial en Santiago, Chile, en febrero de 2024.Cristobal Olivares (Bloomberg)

“Si queremos hacer que sea más fácil comprar una casa para las nuevas generaciones, necesitamos construir más unidades y limpiar el camino de regulaciones desactualizadas que hacen más difícil la construcción de viviendas para las clases trabajadoras de este país. ¡Esta es una prioridad! Y ella tiene un nuevo y audaz plan para llevarlo a cabo”.

Con estas palabras, en la convención del Partido Demócrata del pasado 19 de agosto el ex presidente de EE. UU, Barack Obama, daba cuenta de uno de los ejes programáticos de la campaña electoral de Kamala Harris: enfrentar la crisis de acceso a la vivienda. El plan de la actual vicepresidenta conlleva el desafío de producir más de 3 millones de viviendas en 4 años, un esfuerzo que no se veía en décadas. “Un hogar es más que simplemente una casa” dice Harris en un spot de campaña recientemente publicado, donde enumera las múltiples puertas que se abren para el desarrollo de las personas a través de una vivienda adecuada.

El plan de Harris destaca tres elementos fundamentales: incentivos tributarios para la construcción de viviendas dirigidas a las clases medias y bajas, un subsidio de 25 mil dólares para quienes compran una vivienda por primera vez, y un fondo de más de US$ 40 mil millones destinado a impulsar iniciativas de los gobiernos locales para construir viviendas en zonas bien ubicadas, ya sea para arriendo o propiedad. Harris entiende que es necesario convocar al sector privado y a los gobiernos locales, así, busca diferenciarse de su oponente republicano, Donald Trump, quien se enfoca en el control migratorio para contener la demanda de vivienda y la creación de nuevas ciudades como una forma de aumentar la oferta.

Como suele ocurrir en la dinámica electoral, cuando los problemas afectan directamente a grandes grupos de la población, se vuelven prioritarios en la agenda política, convirtiéndose en temas clave para captar votantes. La importancia que ha adquirido la crisis habitacional en la elección presidencial de EE. UU es un reflejo de esta realidad, y es probable que este fenómeno comience a observarse en otros países, dada la naturaleza global del problema de acceso a la vivienda. Aunque el plan de Harris no está exento de críticas, busca ofrecer una propuesta audaz y con sentido de futuro en un tema que puede ser palanca para el desarrollo, al tiempo que responde a necesidades urgentes de la ciudadanía.

En Chile tenemos nuestra propia crisis habitacional. Más de dos millones de hogares necesitan algún tipo de apoyo estatal para acceder a una vivienda adecuada, más de 100 personas al día se mudan a asentamientos informales, y apenas el 13% de los hogares creen que podrán comprar una vivienda. Además, tenemos los niveles más bajos de permisos de edificación de las últimas tres décadas, y la producción de viviendas subsidiadas se mantiene en torno a las 60 mil unidades anuales, lo que no logra cerrar la brecha entre oferta y demanda. Así, se hace evidente la necesidad de una estrategia audaz y disruptiva liderada por el Estado en su conjunto.

Responder a la crisis en Chile, además de audacia y determinación, requiere la capacidad para identificar las palancas clave que permitan movilizar el sistema. Probablemente, esto implique fijarse una meta de producir al menos 100 mil viviendas de interés público anuales, es decir, 400 mil soluciones habitacionales en un período de 4 años, lo que permitiría comenzar a reducir la brecha entre la demanda y la oferta. También se requiere planificar integralmente la infraestructura, los servicios y las viviendas en las 10 ciudades capitales que concentran el 70% del déficit habitacional, promoviendo la oferta de suelo en zonas bien localizadas. Este desafío demandaría una inversión que supera los US$ 60 mil millones, por lo que requerirá la capacidad de crear mecanismos e incentivos para atraer a la inversión privada en pos de estos fines de interés público.

Para todo lo anterior, sin duda será necesario agilizar las normativas de planificación urbana, aumentar la certeza y rapidez en la obtención de permisos de edificación, fomentar la densificación equilibrada en torno a servicios y transporte, y diseñar programas que ofrezcan soluciones innovadoras para grupos mayoritarios de la demanda hoy sin respuestas acorde, como los hogares unipersonales, las personas mayores y los sectores medios. Aunque desafiante, este enfoque tiene el potencial de generar importantes beneficios para el futuro del país en términos de crecimiento, empleabilidad, cohesión social y salud.

Durante el presente y el próximo año, Chile tendrá importantes procesos electorales, los cuales podrían ofrecer una ventana de oportunidad para impulsar una estrategia de este tipo, un plan audaz que, sobre los aprendizajes de las últimas décadas, ofrezca un proyecto de futuro que nos devuelva una ambición como país por objetivos desafiantes. ¿Qué candidatos y candidatas asumirán esta causa como una pieza central de su gobierno y aliviarán la frustración y fragilidad habitacional que sienten millones de personas en nuestro país? Aún está por verse.



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