La venganza de los desheredados

Ofrecer una alternativa para salir de la crisis del neoliberalismo lo suficientemente fuerte para no ser subyugada por el poder de las finanzas globales parece ser el único camino realista

Un hombre come al margen de enfrentamientos que se llevan a cabo frente al Congreso, en Argentina, en 2024.Fernando Gens (Getty Images)

En 1964 el sociólogo francés Pierre Bourdieu infligía una grave herida a la promesa educativa de la Francia republicana. En el libro Los herederos: los estudiantes y la cultura, escrito en conjunto con Jean-Claude Passeron, se muestra cómo, contra lo que declaran sus principios, el sistema educativo francés, lejos de contribuir a la desactivación de las desigualdades de clase, no hacía sino perpetuarlas a través de mecanismos tan imperceptibles como implacables. La educación, en resumidas cuentas, seleccionaba a los convocados a formar parte de la Francia sofisticada, heredera de cuotas elevadas de capital cultural familiar, y dejaba fuera de esa república al “país profundo”. Sesenta años después de la publicación de Los herederos, el panorama político y social de la Francia que hoy acude a la urnas, pareciera seguir coincidiendo con el que describía Bourdieu, aunque podríamos decir que al sistema educativo se añaden otros factores profundizadores de la desigualdad como la desindustrialización y el desempleo, el debilitamiento de la protección social y la segregación urbana/racial, por mencionar algunos.

Los resultados de la jornada electoral pueden llevar a la extrema derecha francesa al poder por primera vez. Si ello no ocurre, probablemente el partido de Marine Le Pen y Jordan Bardella tendrá de todos modos la primera mayoría en la Cámara. Ahora bien, más allá de cuál sea finalmente el resultado, lo realmente inquietante es cómo la extrema derecha francesa, que veinte años atrás no superaba el 10% de los votos, hoy se alza como la principal fuerza política sobre todo en los barrios populares y ciudades pequeñas del interior de Francia.

Ciertamente, las condiciones que han hecho posible el avance de la extrema derecha francesa tienen larga data. No se llega a esta situación de un día para otro y sería miope circunscribir sus causas al errado cálculo político de Macron. El historiador norteamericano Gary Gerstle, autor del libro Auge y caída del orden neoliberal, es uno de quienes insiste en situar en el centro de las explicaciones al crecimiento de la extrema derecha a la crisis política y social en la que nos encontramos tras medio siglo de neoliberalismo. A diferencia de lo que ocurría en los ochenta y noventa, cuando el consenso monetarista fue sostenido por gobiernos socialdemócratas y derechistas sin diferencias sustantivas, en la actualidad instituciones como el FMI o el Banco Europeo y principios como la eliminación de todas las restricciones al comercio internacional son puestas en cuestión. Sin embargo, lejos de ser la izquierda la que lidera esta impugnación, es la extrema derecha la que crece.

A un ritmo distinto al de Chile, que ha sido en esto el país más radical, Francia ha tenido también su larga marcha neoliberal administrada por derechas e izquierdas socialdemócratas: entre la política del rigor de Mitterrand en los tempranos ochentas al pacto de responsabilidad de Hollande en 2014 y las reformas liberalizantes de Macron hay una línea de continuidad difícil de ser ocultada. Tampoco podría ocultarse la tenaz oposición de los trabajadores franceses cada vez que se ha intentado lesionar sus intereses y conquistas. Las enormes protestas de 1995 y 2023 contra reformas al sistema de pensiones, en particular, contra el aumento de la edad para jubilar, son un claro ejemplo de esa resistencia.

Pero no es solo en la clase obrera donde se ha acumulado frustración. Con una pesada historia colonial, una masa de jóvenes, hijos de familias migrantes, experimenta la discriminación y el racismo. Recordemos la violenta ola de protestas que incendiaron Francia en 2005 tras el asesinato de dos jóvenes musulmanes que arrancaban de la policía y las manifestaciones que el año pasado estallaron tras el asesinato de Nahel también a manos de fuerzas policiales en Nanterre. Y a las explosiones sociales de la población racializada, habría que sumar los reclamos de los “franceses blancos” precarizados que protagonizaron el movimiento de los Chalecos Amarillos en 2018 y las movilizaciones de los agricultores de 2023.

Era difícil no percibir el malestar social.

La gran pregunta que debemos hacernos, sobre todo quienes pertenecemos al campo de la izquierda, es por qué, con tantos grupos sociales descontentos, y en medio de estas contundentes expresiones del sufrimiento social provocado por la globalización neoliberal, es la extrema derecha la que mejor ha sabido leer las pasiones tristes, el temor, la desesperanza, el sentimiento de desprotección y también la ira que invade el ánimo de extensas capas sociales. El filósofo argentino Diego Sztulwark, buscando entender el apoyo popular a Milei, propone una hipótesis que podría extenderse a Francia y a otros países, y por cierto a Chile: los humillados por la desigualdad encuentran en estas figuras y discursos una forma de humillar a sus humilladores, sobre todo al progresismo bienpensante, portador de una cultura tan refinada como insensible y defensor de una democracia tan abstracta como compatible con la máquina de redistribución de poder y riqueza desde abajo hacia arriba que es el neoliberalismo.

Los llamados a defender la democracia de la amenaza fascista, si bien todavía son audibles para una parte no marginal de la sociedad francesa, vitalmente comprometida con estos valores, para otros sectores, cada vez más amplios, ni la democracia ni el fascismo tienen el peso que tiene la economía de la vida cotidiana, la pérdida del poder adquisitivo, el deterioro de los servicios públicos, la imposibilidad de competir con los precios de productos importados, la discriminación, el desempleo y la convicción de que el futuro no será mejor.

Alcance o no la mayoría absoluta la extrema derecha francesa, el problema de fondo ya está instalado y los desafíos de las izquierdas y la socialdemocracia son enormes. Ofrecer una alternativa para salir de la crisis del neoliberalismo lo suficientemente fuerte para no ser subyugada por el poder de las finanzas globales parece ser el único camino realista. Al menos hoy, a diferencia de lo que ocurría en los años noventa, el consenso neoliberal se haya fracturado y en esas grietas existe la posibilidad de orientar el rumbo hacia el bienestar de los desheredados que hoy expresan su rabia y su desesperación votando por la extrema derecha.

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