La abogada de 104 años que estudió en la universidad a escondidas: “Nunca anduve pensando en marido”
Catalina Meléndez del Villar fue una de las 14 mujeres que se tituló como abogada de la Universidad de Chile en 1948. Hoy relata los vaivenes de una existencia marcada por el machismo
“Tía, por favor cuénteme cómo es la vida en Santiago”, se leía en una carta escrita por una sobrina nieta a Catalina Meléndez del Villar, una abogada chilena, que hace unas semanas cumplió 104 años. La carta es de hace más de 40 años. La remitente, Carmen Gloria Núñez, hoy tiene 49, y en ese tiempo y hasta el día de hoy vive en Viña del Mar. Le enviaba cartas a Catalina para saber cómo era la existencia de esa mujer que se movía en la capital chil...
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“Tía, por favor cuénteme cómo es la vida en Santiago”, se leía en una carta escrita por una sobrina nieta a Catalina Meléndez del Villar, una abogada chilena, que hace unas semanas cumplió 104 años. La carta es de hace más de 40 años. La remitente, Carmen Gloria Núñez, hoy tiene 49, y en ese tiempo y hasta el día de hoy vive en Viña del Mar. Le enviaba cartas a Catalina para saber cómo era la existencia de esa mujer que se movía en la capital chilena y era tan independiente. Esas interrogantes y admiración hacia su tía abuela, ya centenaria, perduran. Hoy las preguntas de la sobrina nieta suenan así: “Tía, ¿Cómo le llevó la contra a su papá para estudiar Derecho?. O así: “Tía, ¿Y usted viajaba sola?”. También así: “¿Y nunca le dijeron nada por no querer casarse?”.
En una mañana bajo un cielo azulísimo en la ciudad de Viña del Mar, sentadas lado a lado, tía abuela y sobrina nieta hilan la historia de Catalina. “Cuando creces como mujer tienes que armar tus referentes femeninos y, cuando yo era chica, eran bien clásicos todavía: la mujer que se casa y tiene hijos. Y la tía era como un referente distinto, fue ver que hay otras formas de ser mujer”, cuenta Carmen Gloria y agrega que ella, psicóloga de profesión, siguió un camino parecido al de Catalina: “Tampoco me casé, tampoco tuve hijos. Hice una vida muy independiente”.
Catalina Meléndez nació en el norte chileno un 13 de marzo de 1920 en la oficina salitrera Sargento Aldea, de la que su padre era administrador. Fue la menor de 10 hermanos y la única en ir a la universidad. En su familia querían que se formara, pero en algo relacionado con la contabilidad. “Mi papá quería que estudiara, pero al gusto de él. Por lo menos seguí mis gustos”. Sus gustos, las letras y las leyes. Enfatiza a lo largo de la conversación en su pasión por el Derecho: “Mi profesión la había tomado como una broma porque me encantaba”. Ella es algo así como un testigo viviente del verso confuciano “elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida”. Escondida, con esas agallas propias de la juventud, y con una cómplice –una tía conocida de la familia– dio exámenes libres para poder matricularse en la carrera de Derecho en la Universidad de Chile.
“Éramos muy pocas, estaba lleno de hombres”, dice Catalina rememorando las salas de clases universitarias, donde asevera que pasó los tiempos más bonitos de su vida. “Tía, lo otro que me contaba es que en los exámenes eran muy duros con usted, le preguntaban cosas rebuscadas”, le comenta Carmen Gloria. La centenaria asiente: “Sí, en general a las mujeres nos tomaban muy fuertes los exámenes”, dice ella. Su sobrina recuerda que, hasta hace no tantos años, su tía abuela se despertaba en las noches teniendo pesadillas de esos interrogatorios.
Catalina se tituló en 1948, año en el que solamente lo hicieron 14 mujeres de un total de 86 alumnos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su tesis lleva por nombre De la transferencia de derechos sociales en las sociedades anónimas y de la reunión de acciones en manos de un solo accionista, que aún se puede leer y tocar en la biblioteca de la universidad. Pronto será digitalizada con el fin de crear un repositorio de las tesis de las mujeres que estudiaron en esa casa de estudios. En una carta enviada para su cumpleaños número 104, el actual decano de Derecho de la Universidad de Chile, Pablo Ruiz-Tagle, le decía a Catalina: “Estudiar Derecho en los años 40 sin duda fue un desafío enorme que usted asumió con decisión, que hoy, 60 años después es un ejemplo para nuestros estudiantes y para nuestra comunidad universitaria”. Para su cumpleaños también representantes del Colegio de Abogados de Chile reconocieron su trayectoria y la visitaron personalmente.
Siempre con un pañuelo que acaricia con sus dos manos, Catalina recuerda: “En esa época no nos miraban mucho a las mujeres. Claro que hubo algunas que se destacaron, pero muy poquitas”. Recalca el porqué de esa discriminación: “Simplemente por el hecho de ser mujeres, por no ser como ellos, los varones”.
Por no ser como ellos, el ejercicio de su profesión no fue fácil. Como notaria en Santa Cruz, una localidad del valle central chileno, se enfrentó al machismo de los terratenientes. Ellos se negaban a ir a verla en persona y siempre mandaban a empleados para que hablaran con Catalina. “Estos huasos con plata [dinero] hacen lo que quieren”, dice otra sobrina que recuerda las quejas de la abogada. Pero también otros hombres le abrieron la puerta de lugares prohibidos en ese tiempo para las mujeres. En Taltal se sumó a las tertulias que hacían los poetas Mario Bahamonde y Andrés Sabella y era de las asistentes que se quedaban hasta el amanecer.
En una época en que, según la Cepal, cinco era el promedio de hijos por mujer en Chile, Catalina se negó a que le pusieran un anillo en la mano izquierda. “Nunca anduve pensando en marido, tuve muchos pretendientes, pero no tenía ganas de casarme”, dice. Luego explica: “Quería estar yo sola y actuar sola. No quería que un hombre me estuviera exigiendo lo que a él le gustara y sabía que ninguno me iba a recibir en esas condiciones”. Recuerda que tenía varias compañeras que lo único que pensaban era en casarse, y Carmen Gloria agrega: “Oiga tía, usted me contaba que había un profesor que le decía a las mujeres que, si habían entrado a Derecho para encontrar marido, estaban equivocadas porque ahí iban a encontrar a puros hombres pobres”. Ambas se ríen. Sobre el rol actual de las mujeres, la abogada dice: “Yo viví en un tiempo en el que la mujer no actuaba mucho. Pero ahora es totalmente distinto, una mujer hace y deshace lo que se le antoja”.
El amor por su trabajo lo complementó con la fascinación por viajar: Argentina, Perú, Bolivia, las Islas Galápagos, Francia, España, Rusia, China. Pero París es el lugar que aún le quita suspiros: “Había tantos lugares donde pasar la noche, con harta música y linda”, dice. Sus viajes favoritos eran en barco: “Me encantaba mucho navegar, no sé por qué el mar me atrae tanto”. Su sobrina nieta se asoma con una respuesta: “A lo mejor porque en las salitreras no había mar”.
Aún se ilusiona con planes de viajes, se imagina recorriendo nuevamente las calles europeas. A sus 104 años no se atemoriza con el término de su vida: “Yo no pienso en eso, pienso en lo que estoy pasando, en si tengo algo que me gusta hacer. Pero ponerme a pensar cuando tenga que morirme o que me queda poco tiempo, eso lo dejo a un lado”.
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