Entre Jack el Destripador y el conde Drácula
Uno de los candidatos presidenciales argentinos, Sergio Massa o Javier Milei, llegará al poder el 20 de noviembre. Ante esa realidad, ¿no es nuestro deber escoger al mal menor? Y en ese caso, ¿cuál es de los dos?
Puestos a escoger, ¿a quién le confiaría sus hijos? ¿A Drácula o a Jack el Destripador? ¿O a quién le compraría un auto? ¿Y quién cree que lo perjudicaría menos a usted, a su familia, a sus amigos, a su barrio y a su país? ¿Y a quién votaría? ¿Elegiría a uno de los dos como presidente?
Ese es el dilema que por estos días atosiga a millones de argentinos. Según muestran las encuestas, entre el 5 y 12% de los 35,3 millones habilitados no saben a quién votarán en la segunda vuelta de las elecciones del domingo 19 de noviembre. ¿A Sergio Massa? ¿A Javier Milei? ¿Cómo decir cuando, como ...
Puestos a escoger, ¿a quién le confiaría sus hijos? ¿A Drácula o a Jack el Destripador? ¿O a quién le compraría un auto? ¿Y quién cree que lo perjudicaría menos a usted, a su familia, a sus amigos, a su barrio y a su país? ¿Y a quién votaría? ¿Elegiría a uno de los dos como presidente?
Ese es el dilema que por estos días atosiga a millones de argentinos. Según muestran las encuestas, entre el 5 y 12% de los 35,3 millones habilitados no saben a quién votarán en la segunda vuelta de las elecciones del domingo 19 de noviembre. ¿A Sergio Massa? ¿A Javier Milei? ¿Cómo decir cuando, como publicó Martín Caparrós días atrás en estas mismas páginas, “el menos malo ya es malísimo”?
Massa es el prototípico argentino cuentacuentos de las películas. Y no lo digo yo. El expresidente Mauricio Macri –con quien rivalizó, se alió y luego rivalizó otra vez–, lo apodó “ventajita”. Y la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner –con quien se alió, rivalizó y volvió a aliarse… por ahora–, le dijo “fullero” en la cara, hace poco, con una sonrisa envenenada y frente a las cámaras de televisión. Es decir, tramposo.
Él es consciente de su mala fama. Y como buen vendedor de autos usados –con el mayor de los respetos para los abocados a ese noble comercio–, trata de colorearlo de otro modo. Como en los debates presidenciales, cuando dijo, palabras más, palabras menos, que lo critican porque está abierto al diálogo. Falso. Le endilgan que su palabra vale menos que una peseta hoy en España.
Para muchos, sin embargo, Massa encarna la última opción que le queda a Argentina para no caer en la antipolítica o para terminar con la democracia tal y como la conocemos desde el final de la dictadura, 40 años atrás. Y así es como intelectuales, actores, escritores y otras figuras públicas salieron a abogar a favor de Massa o, al menos, en contra de Milei.
¿Quién es Milei? Es un economista liberal libertario con antecedentes de inestabilidad emocional, con agresividad latente –cuando no explícita–, con empatía personal deficiente, con bajísima tolerancia al disenso y con problemas para la interacción social, pero que supo encarnar el hastío de un amplio sector de la Argentina con el sistema de partidos imperante o, en sus propias palabras, con la “casta política”.
Al igual que Massa, Milei también es consciente de las prevenciones que genera. En ocasiones ha dicho que es demasiado vehemente; en otra, debió disculparse con una periodista a la que había agredido verbalmente; y en otras más se mostró resultadista. “La diferencia entre un genio y un loco es el éxito”, ha dicho más de una vez, apostando a que la historia la escribirá él, si gana.
Para muchos, sin embargo, Milei encarna una oportunidad concreta de terminar con el statu quo, de barrer con los políticos tradicionales que durante las últimas décadas sumieron a la Argentina en el estancamiento económico con alta inflación, con pobreza y desigualdad en ascenso, con inseguridad y narcos en las calles, y con muchos jóvenes en los aeropuertos, yéndose al exterior.
Así las cosas, el dilema para muchos argentinos podría reducirse a una pregunta: ¿cuál es tu límite: Massa o Milei?
Esa pregunta opaca, sin embargo, una tercera opción: no ser parte de la segunda vuelta, ya sea por la vía de la abstención, del voto en blanco o de la anulación del voto. Porque, al decir de muchos que evalúan esta opción, entre un plato de piedras y un plato de bosta, prefieren quedarse sin comer. Con un argumento adicional: votar Massa o Milei le daría a quien triunfe mayor legitimidad de origen. O dicho en otras palabras, llevaría al ganador a creer que tiene un respaldo popular que en realidad no tiene y que deberá ganarse, día a día, para forjar su legitimidad de ejercicio.
Esa posición abre, a su vez, otros múltiples interrogantes de difícil respuesta. ¿No votar o anular el voto o votar en blanco es realmente una opción? Si las cifras de ausentismo, votos nulos o blancos son muy elevadas, ¿reflejarían el descontento ciudadano con Massa, con Milei y con el sistema electoral que nos llevó a esta situación? ¿O esta tercera posición esconde un acto de cobardía? ¿Cómo distinguiremos a quienes expresarán su rechazo de ese modo de quienes sólo quisieron lavarse las manos y que otros decidan por ellos?
En cualquier caso, lo cierto es que el lunes 20 uno de los dos, Massa o Milei, llegará al poder. Y ante esa realidad, ¿no es nuestro deber como ciudadanos escoger al mal menor? Y en ese caso, ¿cuál es de los dos? Eso nos devuelve al inicio de este texto, y a las dudas que carcomen a millones de argentinos que no saben qué hacer. Por eso son días tristes, inciertos y de duda en la Argentina. Cuando cumplimos cuatro décadas de democracia, iremos a las urnas arrastrando los pies.
Acaso lo único positivo que podemos extraer de esta encerrona es que nos obliga a reflexionar. Así es como muchísimas personas que no suelen hablar de política dedican charlas de café, cenas y almuerzos a evaluar a ambos candidatos, a cruzar información con familiares y amigos, y a preguntarse qué hacer. De eso trata una polis. En eso consiste ser ciudadano. Y acaso esta sea una gran oportunidad para preguntarnos cómo llegamos a esto, extraer lecciones y corregir lo necesario –en el sistema electoral, en los sistemas de partidos, en la administración de la cosa pública, en la gestión del interés general y del bien común– para que en el futuro no tengamos que elegir, otra vez, entre Drácula y Jack el Destripador.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS América y reciba todas las claves informativas de la actualidad de la región.