El fútbol ecuatoriano bajo ataque de las mafias: cinco jugadores asesinados en el 2025
El asesinato del futbolista Mario Pineida expone la creciente violencia en Ecuador, donde el crimen organizado y las apuestas deportivas han convertido a los jugadores en blanco de sicarios
La policía de Ecuador confirmó la detención de dos personas vinculadas al asesinato de Mario Pineida, el futbolista del Barcelona Sporting Club que, en la tarde del 17 de diciembre, se convirtió en otra víctima de la violencia imparable de Guayaquil, la ciudad más violenta del país. Pineida, quien hasta ese momento había sido una de las estrellas más destacadas del fútbol ecuatoriano, se encontraba en una carnicería del sector de Samanes, en el norte de la ciudad. Un barrio más, uno de esos donde la rutina se mezcla con la amenaza constante de la muerte.
Las cámaras de seguridad del local, mostraron el horror del crimen y la frialdad de los atacantes. En las imágenes, uno de los sicarios se acercó con calma, apuntando directamente a Pineida. El futbolista, desconcertado, levantó los brazos, como si pensara que aquello no era más que un robo común. Pero no lo era. El hombre vestido de negro, sin titubear, descargó al menos una docena de disparos contra él mientras el sonido de las balas resonaba con una brutalidad aterradora en el local.
Mientras tanto, el otro agresor, con un casco de motociclista que cubría su rostro, se desplazó rápidamente hacia la pareja del jugador, que se encontraba a unos metros, en otro mostrador. En cuestión de segundos, la mujer cayó al suelo, víctima de una ráfaga de disparos. Los trabajadores, que intentaban protegerse de las balas refugiándose detrás de unas cajas, fueron testigos de la violencia que se desató en ese instante. Pero antes de huir, el sicario de Pineida se acercó al cuerpo de la mujer, y con la misma frialdad, disparó contra ella.
La escena, que además de en las cámaras quedó grabada en la memoria de los testigos, se transformó en otro capítulo doloroso en la cadena de tragedias que marcan la vida diaria de Guayaquil, donde la violencia se despliega sin previo aviso, en cualquier lugar. Un escenario donde el miedo se ha convertido en un compañero cotidiano de quienes habitan la ciudad.
Pineida se suma a la lista de futbolistas asesinados en 2025, el año más violento en la historia de Ecuador. Es el quinto en caer. Otros tres jugadores han sobrevivido a ataques armados, víctimas de sicarios. El año inició con un atentado contra Richard Mina, de Liga de Quito, quien fue herido en un presunto robo en Guayaquil. En septiembre la violencia alcanzó su punto álgido: tres futbolistas fueron acribillados en un lapso de días. Maicol Valencia y Leandro Yépez, del club Exapromo Costa, fueron asesinados en un hotel en Manta, en la costa central de Ecuador. Apenas una semana después, Jonathan González, de 31 años, fue baleado en la cabeza en su casa de Esmeraldas, una ciudad fronteriza con Colombia. Este crimen revelaría, más tarde, la sombría conexión entre las mafias de las apuestas deportivas y el fútbol ecuatoriano.
Jonathan González había recibido una amenaza para que perdiera un partido que terminó en empate. La presión por amañar partidos se convirtió en un juego mortal para los futbolistas. La lista de víctimas continuó: Ariel Suárez, de 21 años, jugador del club Orense, sobrevivió a un ataque armado en Machala, aunque su pareja quedó en estado crítico. Bryan Angulo, de Liga de Portoviejo, también salió ileso de un atentado cuando se dirigía a su entrenamiento.
En noviembre, el asesinato de Miguel Nazareno, una de las promesas del fútbol ecuatoriano, volvió a conmocionar al país. El joven deportista, de solo 16 años, fue ejecutado de un tiro en la cabeza en su casa, en Guayaquil, un crimen que reflejó la creciente violencia que acecha a los futbolistas en Ecuador. La amenaza constante de los sicarios, la presión de las apuestas deportivas y la corrupción vinculada a los amaños de partidos han transformado el fútbol en un deporte de alto riesgo. Los jugadores, que deberían ser admirados, se han convertido en víctimas, atrapados entre el nuevo nicho que han encontrado las mafias y la inoperancia de un Estado incapaz de controlar la espiral de violencia.