Un hombre sepulta vivo a su sobrino en un acto de brujería en la selva peruana

El niño indígena, de 11 años, fue rescatado por campesinos. Su familiar lo culpaba de la muerte de su abuela y lo enterró junto a su cadáver

Miembros de la comunidad asháninka, a la que pertenece el niño enterrado vivo en el departamento de Perú.Franklin Briceno (AP)

Se escuchan quejidos debajo de la tierra. Una respiración acelerada que se va haciendo cada vez más tenue. Son jadeos que imploran auxilio. Es una mañana de enero en la espesura de la selva peruana, exactamente en la comunidad nativa de Chequitavo, en el centro poblado de Oventeni, provincia de Atalaya, en Ucayali, una región que colinda con Brasil. A las afueras del pueblo, un tío cegado por su dolor y sus supersticiones acaba de perpetrar una atrocidad.

A Rubén Sabino Oviriano se le murió la madre a causa de una tuberculosis. Pero no quiso entrar en razones ni aceptar la realidad. Acudió donde un curandero y le preguntó qué la había matado. El sujeto, en un hecho incomprensible, le dijo que había sido una obra maligna de su sobrino, el hijo de su hermano, un niño menudito de 11 años que todavía no ha terminado la primaria.

Encolerizado, Sabino Oviriano urdió un plan. Le pidió al niño que lo acompañara a enterrar a su abuela paterna. Se dirigieron a un descampado, ubicaron un lugar y se pusieron a cavar. Después de depositar los restos de la anciana, el tío ató de pies y manos a su sobrino y lo colocó dentro de una bolsa negra de rafia. Había decidido sepultarlo vivo por el delirio de sus creencias. Estaba convencido de que el pequeño era el culpable de la muerte de su propia abuela.

Nada parecía oponerse a su macabro destino. Era un cementerio informal en medio de la nada. Pero Sabino Oviriano no contó con la presencia de las rondas campesinas. Tres miembros de la ronda Gran Pajonal, de la etnia ashéninka —a la que también pertenecen el menor y su familia—, estaban enterados del entierro de la señora y acudieron al lugar por si necesitaba ayuda. Sabían que había ido con su sobrino y le preguntaron por él. Sabino Oviriano no dio una respuesta muy convincente, así que se acercaron al sepulcro.

“Cuando hemos ido a la subidita, hemos escuchado una respiración. El hueco no estaba muy profundo. Si no, no lo hubiéramos escuchado”, ha contado el presidente de la ronda campesina. Luego de remover la tierra hallaron la bolsa y adentro al niño que apenas se movía. Estaba asfixiándose. Algunos minutos más y se consumaba el horror.

Después de que recuperara el aliento, los comuneros lo condujeron donde su padre. Cuentan que el niño casi ni habló. Estaba aterrorizado. Tomó su masato —bebida tradicional que tiene como base la fermentación de la yuca— en silencio. Existe un video donde el pequeño está de espaldas y una autoridad de la zona lo llena de preguntas: ¿Por qué te han enterrado? ¿Te han culpado de brujo? ¿Ha sido tu tío Rubén? Él solo asintió.

Una semana después de los acontecimientos, el juez de paz y representantes comunitarios viajaron hasta la ciudad de Atalaya para presentar una denuncia formal en la comisaría. Explicaron que la demora se debió al pésimo estado de la carretera, producto de las incesantes lluvias. El caso avanza a paso lento en la Fiscalía Provincial Penal Corporativa de Atalaya. Rubén Sabino Oviriano es investigado por el delito contra la vida, el cuerpo y la salud en la modalidad de tentativa de homicidio.

El Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables informó que está brindándole atención integral a la víctima e hizo un llamado de alerta a la comunidad y a las autoridades para reforzar la protección de los menores de edad. En tanto, la Red de Salud de Atalaya, a través del centro de salud mental comunitario, ha impartido talleres de convivencia saludable en la comunidad nativa de Chequitavo. “Nos enfocamos en la violencia, en la resolución de conflictos y también en cómo ellos pueden organizarse como comunidad”, ha contado una de las trabajadoras sociales. El niño ashéninka que fue rescatado de una fosa se encuentra actualmente bajo el cuidado de una tía. “Le estoy leyendo la palabra de Dios”, ha contado.


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