Los venezolanos salen a la calle. En la conciencia del soldado está no disparar

Protestar contra Maduro resulta peligroso, pero sería ingenuo pensar que dejará el poder sin lucha ciudadana

Mujeres se manifiestan en Venezuela, en septiembre de 2024.RONALD PENA R (EFE)

La incertidumbre general sobre si Edmundo González Urrutia, elegido democráticamente presidente el 28 de julio, logrará regresar a Venezuela y juramentarse en su cargo ha marcado los últimos meses. Pese a los esfuerzos de su equipo por crear condiciones que lo permitan, lo que incluye una ardua diplomacia y una intensa gira de año nuevo que lo llevó desde Buenos Aires hasta Washington, para asegurar el respaldo de figuras políticamente tan disímiles como Javier Milei y Joe Biden, pocos creen que lo logre. En Caracas y Washington, ob...

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La incertidumbre general sobre si Edmundo González Urrutia, elegido democráticamente presidente el 28 de julio, logrará regresar a Venezuela y juramentarse en su cargo ha marcado los últimos meses. Pese a los esfuerzos de su equipo por crear condiciones que lo permitan, lo que incluye una ardua diplomacia y una intensa gira de año nuevo que lo llevó desde Buenos Aires hasta Washington, para asegurar el respaldo de figuras políticamente tan disímiles como Javier Milei y Joe Biden, pocos creen que lo logre. En Caracas y Washington, observadores curtidos por años de experiencia creen que el despliegue de represión de Nicolás Maduro y sus lugartenientes logrará su objetivo: paralizar a los venezolanos, frustrando el llamado de María Corina Machado a volver a las calles a partir del 9 de enero. Según esa lógica, Maduro se juramentará implantando un nuevo statu quo post-fraude y dando un paso decisivo hacia la normalización de la tiranía. Sin duda sería un golpe tremendo a las aspiraciones de libertad y democracia expresadas por 67 % de los votantes venezolanos, sin contar con el sueño de regresar al país de muchos de los ocho millones de migrantes.

Esa es una forma de verlo. Otra, más optimista pero no menos realista, es que el 10 de enero es el hito histórico que desnuda para siempre al régimen chavista, despojándolo del ropaje justiciero, la superioridad moral y las hermosas mentiras que prometió en sus remotos inicios, hace ya un cuarto de siglo. Aquí vale recordar que Hugo Chávez llegó al poder a través de las urnas ofreciendo una revolución pacífica y democrática. Desde esa perspectiva, puede que el 10 de enero no concluya la tiranía de Maduro, pero será, en efecto, el fin de la revolución bolivariana. Se vea como se vea, no será un día cualquiera.

Al hacer esta distinción, es indispensable aclarar que la revolución chavista lleva al menos una década en declive y que su fin solo ha sido postergado por la fuerza con el costo trágico de llevar a todo un país a la ruina.

El fraude electoral de Maduro fue el último eslabón de esa caída. Aislado del escenario internacional, y sancionado por Estados Unidos, lo que le impedirá superar la crisis económica crónica, su régimen ha transformado al país en un estado fallido sostenido sobre las bayonetas de los militares y que opera mediante criminalidad impúdica. Basta ver la oleada de secuestros y desapariciones forzadas de esta misma semana, que incluye a un familiar del presidente electo, un activista de la libertad de prensa y un excandidato presidencial.

Ante esta realidad abrumadora, la pregunta es cómo debería reaccionar la sociedad. Los pesimistas y los escépticos recomiendan ser cautelosos. Esto es: reconocer la asimetría entre el poder de fuego del régimen y una población sin más armas que la indignación y la voluntad de cambio. Ello implicaría mantener la denuncia del fraude electoral y replegarse sin provocar al Gobierno en las calles; resistir a la espera de un nuevo escenario más favorable al cambio. Ciertamente, es posible que en algún momento las Fuerzas Armadas abandonen a Maduro. Pero ante el despliegue represivo del ministro del interior, Diosdado Cabello, y la reingeniería constitucional anunciada por el presidente de la Asamblea Nacional, Jorge Rodríguez, lo único seguro en ese escenario es un control más férreo de la nomenklatura chavista sobre la sociedad.

Edmundo González Urrutia y María Corina Machado han optado por desafiar a Maduro galvanizando el descontento e interpelando a la comunidad internacional para que tome cartas de manera más decidida en la situación. A los ojos del mundo y de los venezolanos, Machado, González y una miríada de dirigentes políticos y comunitarios, han hecho todo lo que han podido, a pesar del alto riesgo para ellos y sus familiares. Sea cual sea el resultado, habrán intentado honrar su promesa de llegar hasta el final y pocos podrán reprochárselo.

Confrontados con esta realidad y arropados por una atmósfera de terror, ¿cómo deberían responder los venezolanos? Por mucho tiempo se ha dicho que la salida del régimen chavista solo se producirá por una fractura interna, es decir, cuando los hombres armados le den la espalda. Este evento puede darse de dos formas: un golpe de Estado contra Maduro o negarse a reprimir a los manifestantes para evitar un baño de sangre altamente costoso en vidas. No hay visos de que esa fractura se haya producido, pero está en la conciencia de cada jefe de tropa y cada soldado no disparar contra sus compatriotas.

Es la hora más oscura y peligrosa que los venezolanos han vivido desde la caída de la atroz dictadura de Marcos Pérez Jiménez hace más de medio siglo. La historia venezolana está marcada por episodios violentos y sangrientos, como elocuentemente lo captó el ensayista Jesús Sanoja Hernández en su saga Entre golpes y revoluciones. El llamamiento de María Corina Machado a protestar pacíficamente es una apuesta por desencadenar una crisis que ponga fin al régimen. Ante la ausencia de instituciones públicas que los protejan y con una sociedad civil bajo acecho, tomar las calles conlleva un enorme peligro para todos los que participen en la protesta. Sería ingenuo negarlo. Pero sería igualmente candoroso creer que el régimen chavista dejará el poder sin lucha ciudadana. De modo que, así como los venezolanos apostaron por votar en condiciones adversas el 28 de julio y ganaron, ahora deberían apoyar el esfuerzo para que el ganador tome la presidencia.

En las próximas horas se sabrá si la convocatoria tiene piernas cortas o largas. Si no hay una represión masiva y la movilización ciudadana se sostiene por un tiempo, es probable que provoque una negociación para la salida de Maduro. De no alcanzarse ese objetivo, el Gobierno intentará sacar a Machado del camino y la posibilidad de cambio quedará hasta nuevo aviso acéfala, en un limbo.

Pero ese final aún no se ha escrito. El destino de Venezuela es ahora mismo una moneda en el aire. Lo que se juega son dos futuros radicalmente opuestos: uno de terror totalitario, en el cual el poder seguirá secuestrado por una cúpula criminal y su élite corrupta, y otro en el que al menos exista la libertad para emprender un debate plural que impulse la dificilísima tarea de reconstruir la democracia y levantar a una sociedad postrada. Ante ambas posibilidades, es la gente de pie y los pequeños grupos de la sociedad civil que aún subsisten, los que harán la diferencia.


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