El bumerán de Cristo

El ministro del Interior se sacó de la manga un proyecto para modificar las reglas para redistribuir los ingresos de la Nación, probablemente para buscar una candidatura presidencial, pero a qué costo

Juan Fernando Cristo durante la Conmemoración de la firma del Acuerdo de Paz entre el Gobierno y las FARC, en el Teatro Colón en Bogotá (Colombia).Carlos Ortega (EFE)

Juan Fernando Cristo, ministro del Interior, sacó de la manga un proyecto de Acto Legislativo que modifica las reglas para redistribuir los ingresos de la Nación. De iniciativa parlamentaria, venía cabalgando en la sombra —casi en secreto— y ya va aceleradamente para el último debate en la Cámara de Representantes, donde se da garantizada su aprobación por una mayoría cómoda; los gobernadores y los alcaldes están patrocinando el adefesio y no hay par...

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Juan Fernando Cristo, ministro del Interior, sacó de la manga un proyecto de Acto Legislativo que modifica las reglas para redistribuir los ingresos de la Nación. De iniciativa parlamentaria, venía cabalgando en la sombra —casi en secreto— y ya va aceleradamente para el último debate en la Cámara de Representantes, donde se da garantizada su aprobación por una mayoría cómoda; los gobernadores y los alcaldes están patrocinando el adefesio y no hay parlamentario que se atreva a contradecir los intereses económicos de sus regiones a pesar de los riesgos; la bandera inmensa de la descentralización territorial —que nadie pone en discusión pues es necesaria—, sirvió para diseñar una fórmula diabólica que pone en aprietos —y más— a las finanzas nacionales pero que a los políticos les priva porque es un camino asfaltado hacia la reelección.

No les importa que los exministros de Hacienda y expertos de la academia, de los centros de pensamiento Fedesarrollo y Anif, los del Banco de la República y del Comité Autónomo de la Regla Fiscal, hayan reiterado que si se aprueba la reforma se le causaría un daño irreparable a las finanzas públicas y se afectaría severamente la capacidad del Estado de cumplir con sus funciones. Sin el apoyo de Cristo era obvio que el ministro de Hacienda y el director de Planeación se hubieran dado el lapo para impedir el éxito de semejante barbaridad. Cristo convenció al presidente de la bondad del arma de doble filo, de echarse al bolsillo al Congreso en la búsqueda de un arreglo politiquero que facilite un buen resultado a las otras reformas del Gobierno. Se pasaron por la faja las advertencias hechas con base en estudios y análisis serios llevados por expertos que el ministro califica despectivamente de tecnócratas.

La otra disculpa es que el proyecto tiene una condición suspensiva mediante la cual si no hay ley de competencias que señale las nuevas cargas financieras a cargo de los municipios, no se aplicaría el Sistema General de Participaciones.

Hablar de más recursos a las regiones es un beneficio que nadie desconoce. Los términos actuales de la propuesta constitucional requieren —según Hacienda— nueve reformas tributarias. De ese tamaño es el hueco que defiende a capa y espada el ministro del Interior. Es clarísima la responsabilidad que les cabe a quienes, a sabiendas de las advertencias, pasaron por alto las peticiones que se invocaron por los “tecnócratas”. ¿Cómo se puede entender que un hombre sensato como Cristo se meta en semejante bollo?

Se dice que lo mueve la búsqueda de una candidatura presidencial montado en la alianza política con gobernadores y alcaldes, pretensión a la que tiene todo el derecho, pero a qué costo.

Ahí aparecerá el bumerán, el arma que aparentemente es poderosa pero que se devuelve al que la lanza. Servirle en bandeja de plata un bocado apetitoso a la candidatura de la periodista Vicky Dávila, la outsider, la que considera que esta elección debe ser contra los políticos, contra la corrupción, contra la robadera. “La clase política es una porquería”, dijo Dávila.

El representante Óscar Darío Pérez, en un gesto de responsabilidad, presentó varias modificaciones al Acto Legislativo para racionalizar el esperpento, pero solo servirán para hacer constar el tamaño de los yerros.

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