San Ignacio, el hospital que funciona a metros de un cerro en llamas

En un campus universitario desolado por la emergencia ambiental de Bogotá, miles de médicos y estudiantes de Medicina continúan con sus labores

Gabriela París, médica del hospital San Ignacio, frente al cerro en llamas, este jueves.Andrés Galeano

Miguel García lleva hora y media sentado en una banca. Lo acompaña su nieto. Al frente de ellos está el hospital San Ignacio, en el campus de la Pontificia Universidad Javeriana. Esperan abnegados a un familiar que está adentro, en alguna de las nueve plantas del edificio con fachada de ladrillo, mientras “le practican unos exámenes”. Al levantar su tapabocas para hablar, Miguel deja ver el sudor acumulado en su bigote. “Llegué y estaba peor. Me sentía ahogado”, dice. Se refiere al calor, el humo y la ceniza provocados por el ...

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Miguel García lleva hora y media sentado en una banca. Lo acompaña su nieto. Al frente de ellos está el hospital San Ignacio, en el campus de la Pontificia Universidad Javeriana. Esperan abnegados a un familiar que está adentro, en alguna de las nueve plantas del edificio con fachada de ladrillo, mientras “le practican unos exámenes”. Al levantar su tapabocas para hablar, Miguel deja ver el sudor acumulado en su bigote. “Llegué y estaba peor. Me sentía ahogado”, dice. Se refiere al calor, el humo y la ceniza provocados por el incendio que consume una porción de los cerros orientales de Bogotá desde el pasado lunes. “Arde ver, arden los ojos”, se queja. Uno de los incendios, el más fuerte, está unos 600 metros ladera arriba.

Es jueves al mediodía y hay mucha menos gente de lo usual. Cerca de 18.000 estudiantes están en sus hogares después de que el rector de la Javeriana, el jesuita Luis Fernando Múnera, ordenara que las clases se dicten virtualmente “con el propósito de cuidar la salud de toda la comunidad”. Inicialmente, la medida solo aplicaría el jueves, pero posteriormente la extendió para viernes y sábado. La ausencia de gente se confirma con el poco tráfico sobre la carrera séptima, una de las principales vías de la ciudad, que colinda con la institución educativa. Hay poco ruido. La humareda que baja desde el cerro El Cable, sin embargo, impide que el ambiente sea apacible.

Las ventanas de la última planta del hospital —cerradas por recomendación de la Unidad de Neumología— dejan identificar en la montaña dos focos de humo y uno de llamas. En ese momento no se ven los helicópteros que han ayudado a mitigar las llamas, rociando cientos de galones de agua. La situación es bastante más tranquila que el día anterior, miércoles, cuando el fuego afectó el suministro de energía del hospital. Si bien nunca corrió riesgo la prestación de servicios vitales a los pacientes, la médica Gabriela París cuenta que por un corto periodo se activó un plan de contingencia para atender manualmente algunos procesos, como la formulación de medicamentos. Durante casi la mitad de su turno de seis horas, no tuvo acceso a la plataforma digital que utilizan para este y otros asuntos. “Afortunadamente fue poco lo que alcanzamos a hacer sobre papel. La luz no tardó en volver y pudimos seguir funcionando de forma normal”, señala.

El uso de tapabocas, que parecía superado con el fin de la pandemia, volvió al hospital. Algunos miembros del personal médico, fáciles de ubicar por sus uniformes de colores, retiran brevemente sus N95 para recobrar aliento mientras se desplazan por las escaleras. El edificio es antiguo, de 1946, pero ha logrado mantenerse vigente. Es el lugar de rotaciones para los estudiantes de la facultad de Medicina, considerada una de las mejores del país, y alberga anualmente 300 proyectos de investigación.

Personas llevan cubrebocas afuera del hospital, este 25 de enero.Andrés Galeano

Una de sus principales investigadoras es la neumóloga Alejandra Cañas, directora del Departamento de Medicina Interna. Lleva 25 años en Bogotá, tras mudarse desde su natal Pereira, en el Eje Cafetero. Vive en Chapinero, la misma localidad del hospital, y admite que nunca había presenciado un incendio como el de estos días. “Esta foto la tomé en mi apartamento. Mire cómo estaba el cerro, mucho peor que hoy”, afirma mientras muestra la pantalla de su celular. En la imagen se aprecian largas llamas y una estela de humo sin final. Resalta en los riesgos que esta emergencia puede generar en personas que tienen enfermedades pulmonares. “La incineración de la montaña lleva mucho material particulado. Después de la piel, lo más expuesto son las vías respiratorias”, añade.

Reinaldo Grueso es el director científico del hospital desde hace seis años. Dice que es javeriano —como se conoce a los egresados de la Universidad Javeriana— a morir y transmite tranquilidad, aunque en su oficina se percibe el olor a quemado. En su criterio ha sido clave la coordinación que la Administración distrital ha tenido con los distintos centros hospitalarios. El alcalde Carlos Fernando Galán, quien lleva menos de un mes en el cargo, declaró la alerta en ciertos sectores de la ciudad y, buscando evitar un empeoramiento en la calidad del aire, extendió la restricción de movilidad para carros. “Recibimos reportes y boletines de ellos [la Alcaldía] constantemente. Trabajamos de manera articulada”, asevera.

El primer piso del hospital está destinado para el servicio de urgencias. Moverse de un lado a otro requiere práctica. En los pasillos —que a ratos parecen un laberinto— coinciden enfermeras, camilleros, estudiantes, médicos, acompañantes y pacientes, algunos en camilla o silla de ruedas. Por las ventanas se alcanza a colar el sol, pero no permiten ver qué ocurre afuera. En una pequeña sala esquinera, Adriana León, enfermera de gestión, admite que le incomoda el olor y que siente curiosidad por saber si las llamas fueron controladas. “Hoy caminé desde la estación de Transmilenio, en la avenida Caracas, hasta aquí y había demasiado humo”, comenta. Al igual que la doctora Cañas, aporta una fotografía de su teléfono como evidencia.

Personas caminan por uno de los corredores del Hospital San Ignacio, en Bogotá, el 25 de enero de 2024.Andrés Galeano

Acompañándola está Rafael Castellanos, especialista en Urgencias. Insiste en que al San Ignacio no ha llegado nadie directamente afectado por los incendios. “Lo más cercano que recibimos fueron dos personas que se cayeron de un árbol por querer ver a la distancia cómo avanzaba el fuego”. Destaca que el sistema de aire del hospital está diseñado “para sacar el aire, en vez de meterlo”, lo que contribuye a disminuir los peligros de los pacientes con enfermedades respiratorias.

El incendio puede perturbar el funcionamiento del aeropuerto El Dorado, el segundo terminal aéreo que más pasajeros mueve en Suramérica; semiparalizar la educación en decenas de colegios y universidades, y llevar a medidas de emergencia. Pero, salvo la obligatoriedad de las mascarillas, la dinámica en el hospital San Ignacio es la de siempre.

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