Colombia invertebrada
La agenda de reformas de Gustavo Petro es difícil de digerir y dista de ser un reconstituyente óseo para un país debilitado
La agenda de reformas de Gustavo Petro es difícil de digerir. La reforma pensional deterioraría en el largo plazo el ya deficitario sistema público y condenaría a los actuales jóvenes a un futuro de impuestos, altas contribuciones y difícil retiro, pues sus padres les habrán dejado un legado de altas deudas e insuficientes aportes.
La reforma laboral dejaría a 13 millones de trabajadores informales sin la esperanza de co...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
La agenda de reformas de Gustavo Petro es difícil de digerir. La reforma pensional deterioraría en el largo plazo el ya deficitario sistema público y condenaría a los actuales jóvenes a un futuro de impuestos, altas contribuciones y difícil retiro, pues sus padres les habrán dejado un legado de altas deudas e insuficientes aportes.
La reforma laboral dejaría a 13 millones de trabajadores informales sin la esperanza de conseguir trabajo, por buscar atornillar en sus puestos a los cerca de 10 millones de empleados formales actuales. Dado que en la práctica será muy difícil despedir a alguien, las empresas se apresurarán a sacar a los que puedan y a contratar lo menos posible de ahí en adelante. Los grandes beneficiados serán los sindicalistas, que no alcanzan a ser el 4% de los empleados formales.
La reforma de salud sacrificaría un sistema de aseguramiento y atención que cubre prácticamente al 100% de la población y que, si bien necesita calibración y eficacia, reemplazó a un dinosáurico sistema público, que desapareció treinta años atrás asfixiado por su mala calidad, baja cobertura, altos costos, corrupción e ineficacia.
La reforma constitucional de la política buscaba retornar a Colombia a la época de los cacicazgos en los que el jefe de cada partido político imponía su personalísimo criterio a la vacada de votantes. La meta era crear un partido único que ejerciera una hegemonía ideológica, burocrática y de contratación pública. En buena hora se hundió en el Congreso.
Luego de estas reformas económicas y políticas, aparece la verdadera médula del gobierno de Gustavo Petro, la llamada paz total. Es una estrategia de negociación con maleantes y guerrilleros de todas las calañas, que ha empezado por debilitar a la Policía, las Fuerzas Armadas y la policía antimotines, impedirles que actúen y ordenarles cese al fuego las zonas calientes de Colombia. Con ello se rentabiliza el negocio de la siembra de coca, su procesamiento, transporte y comercialización.
Es decir, se aumenta poder negociador de la contraparte, mientras disminuye el propio. ¿Quién negocia así? No es lógico pretender que los actuales barones de la droga y perpetradores de todo tipo de crímenes abandonarán sus negocios por el hecho de poder retener el 7% de sus fortunas y bajas penas. ¿Qué tal retener mejor el ciento por ciento y seguirlas acrecentando frente a unas Fuerzas Armadas deslegitimadas, desmoralizadas y encuarteladas?
Hace 100 años el filósofo español José Ortega y Gasset, en un escrito de indispensable lectura titulado España invertebrada, defendía la necesidad de que el Estado ganara las guerras que debía pelear. La paz interna se lograba cuando era creíble que el Estado impusiera el ejercicio de fuerza contra cualquier actor individual. De lo contrario, muchos estarían dispuestos a poner a prueba al Estado. Entre más guerras locales, más fácil será probar la ineficacia estatal. Exactamente como sucede hoy en Colombia.
Ortega y Gasset puso como ejemplo a las legiones romanas, que, dijo, “han impedido más batallas de las que han dado. El prestigio ganado en un combate evita otros muchos. El estado de perpetua guerra en que viven los pueblos salvajes se debe precisamente a que ninguno de ellos es capaz de formar un ejército y con él una respetable, prestigiosa organización nacional”.
Una política de inmovilismo y entrega de territorio a los poderes ilegales en las regiones llevará a la claudicación de las fuerzas del orden. ¿Cuál sería entonces el beneficio para los criminales de abandonar sus negocios y áreas de influencia y firmar la paz? La Colombia de los derechos, los deberes, las leyes, la Constitución, los impuestos, el imperio de la ley y el orden se está empequeñeciendo. La otra Colombia, con sus arbitrariedades, violencia, ausencia de regulación o ley, crece ante la mirada de las autoridades.
En un debate en el Parlamento, Winston Churchill dijo que no sabía si existía la mujer sin huesos, como publicitaba un circo en la Londres de su época. Pero afirmó que sí sabía qué era una política sin huesos. Usó un símil cercano al de un país invertebrado con el que Ortega y Gasset definió con dolor a la España de su época. Es la imagen dolorosa que surge de la Colombia actual a la que los votantes y los elegidos hemos escogido desvertebrar.
No podemos echar exclusivamente la culpa al presente Gobierno. Toma décadas y esfuerzo socavar el sistema óseo de un país. Pero las reformas mencionadas arriba distan de ser un reconstituyente óseo. Se debe ir con calma a la hora de reformar. Pero hay además temas de principios. Los principios son los que permiten que los colombianos puedan mirarse a la cara todas las mañanas. Los no negociables. Someter a un país a las fuerzas del mal quita la dignidad, además de llevar al caos.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS sobre Colombia y reciba todas las claves informativas de la actualidad del país.