Despierten al señor embajador

Venezuela y Colombia comparten muchas cosas. Incluso la delincuencia, aunque el chavismo insista en que no. Nuestro embajador, ¿duerme?

Armando Benedetti y Nicolás Maduro.LEONARDO FERNANDEZ VILORIA (REUTERS)

Gran ironía la de los dictadores y sus áulicos. Son recios, fuertes; pura mano dura. Se suelen tomar el poder engulléndose a la Constitución, limpiándose el trasero con la ley, llenando calles y oficinas públicas con fusiles. Gente de acero. Pero no se les puede decir nada. Nunca admiten un comentario; menos una crítica o un cuestionamiento. Ogros que se enervan con el delicado roce de la seda.

La alcaldesa de Bogotá, Claudia López, osó llamar la atención del Gobierno venezolano sobre una situación que es real: además de gente buena, trabajadora y necesitada, de Venezuela también nos ha...

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Gran ironía la de los dictadores y sus áulicos. Son recios, fuertes; pura mano dura. Se suelen tomar el poder engulléndose a la Constitución, limpiándose el trasero con la ley, llenando calles y oficinas públicas con fusiles. Gente de acero. Pero no se les puede decir nada. Nunca admiten un comentario; menos una crítica o un cuestionamiento. Ogros que se enervan con el delicado roce de la seda.

La alcaldesa de Bogotá, Claudia López, osó llamar la atención del Gobierno venezolano sobre una situación que es real: además de gente buena, trabajadora y necesitada, de Venezuela también nos han llegado delincuentes de todas las tallas, algunos manejados cómodamente desde Madurolandia y sus cárceles que, aquí como allá, son escuelas y oficinas del crimen.

Le respondieron a ella, y a quienes se han atrevido a poner el asunto sobre la mesa, con artillería pesada. La accionó Diosdado Cabello, conocido como “el número dos” del poder gubernamental venezolano, aunque el mote equivocó la graduación numérica: no es el segundo; es un sujeto de quinta categoría. Alguien que todos los días vive en contacto con el delito, esté en casa o en su despacho.

Desde su caverna, Cabello escupió: “para variar, la señora le echa la culpa a Venezuela. Si usted tiene allá al Tren de Aragua, échele lo que quiera, esos no le duelen al gobierno de Venezuela”. Cierto, al menos, lo de la indolencia, porque al chavismo le importa un bledo la suerte de dos millones y medio de sus ciudadanos que viven aquí. Se fueron acosados por el hambre, la necesidad y esa falta de oportunidades que Maduro no reconoce. Dos y medio millones de bocas menos para alimentar, educar y atender en hospitales.

La triunfante Revolución Bolivariana, “ejemplo” de progreso y democracia para el mundo, no tiene un minuto para atender con sensatez y razón el problema del crimen transnacional. Además del ego y la anemia neuronal, mucho cinismo: llevan años acogiendo ladrones, secuestradores, asesinos y narcotraficantes colombianos. Lucrándose con participaciones y peajes a su actividad.

Es gracias al chavismo, como explica Carolina Girón, directora del Observatorio Venezolano de Prisiones, que los delincuentes se apropiaron de los penales. “El control de las cárceles”, dijo en Caracol Radio, “les fue entregado por el gobierno. En 2011 hubo actos de violencia y estaban muriendo muchísimos presos. El ministro (de Justicia) de ese entonces, Tareck El Aissami, dejó que los familiares pernoctaran el fin de semana con los presos, como si las cárceles fueran hoteles, y se creó un grupo que mantenía el control de los centros penitenciarios”.

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Negociaron, recuerda Girón, con el Gobierno: nosotros mandamos en las cárceles, las mantenemos tranquilas, y ustedes no se meten. Hoy, esas bandas cobran hasta por respirar. Y parte de esos “recaudos” va a manos de funcionarios corruptos. En virtud de su inmenso poder, regentan casas de pique, de descuartizamiento, en Chapinero, el barrio en el que vive la propia alcaldesa López.

¿En dónde, nos preguntamos, está el embajador Armando Benedetti? ¿En Venezuela o en Mónaco? No se le conoce una posición contundente sobre el crimen venezolano en Colombia o sobre los guerrilleros y criminales colombianos refugiados holgadamente en Venezuela. Nada. Apenas insiste, con una obsesión ya francamente sospechosa, en que le compremos gas a Maduro.

Alguien debe recordarle al embajador que nadie discute su condición de facilitador de relaciones comerciales, pero los negocios se hacen solos. No le luce convertirse en una especie de empresario-diplomático-intermediario. El comercio colombiano solo necesita apertura, reglas claras y respeto por los tratos que se hagan y las deudas que se contraigan. Nada más.

Los comerciantes, al comercio, y los embajadores, a la diplomacia. Esto es, a la defensa de los intereses de los colombianos en Venezuela y de los problemas que aquí se generen desde esa republiquita de balso. Sonó la alarma y el canciller Álvaro Leyva despertó del onírico episodio nicaragüense. ¿Cuándo sale usted de la cama, señor embajador Benedetti?

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