¿Qué significa el triunfo de Trump para la agenda climática?

Es difícil eludir el desasosiego, pero podemos decir, con cierto grado de certeza, que el siguiente cuatrienio será un periodo oscuro para delinear el futuro de la humanidad

Vista aérea de una plataforma de pozo de fracking de gas natural en Freeport, Pensilvania, el jueves 15 de octubre de 2020.Ted Shaffrey (AP)

Hay un dicho que lleva más de un siglo circulando en las esferas políticas mexicanas que reza: “pobre de México, tan cerca de Estados Unidos y tan lejos de Dios”. La frase, atribuida a don Porfirio Díaz, perfectamente puede aplicarse al resto de América Latina, ya que nuestra vecindad geográfica da mucho de qué hablar en cuanto a relaciones ambivalentes de balanza comercial, tráfico de drogas, migración y, en nuestros tiempos, de acción climática.

Por muchos años, Estados Unidos fue el principal emisor de gases de efecto invernadero (GEI) a nivel mundial y, actualmente, con más del 13% de las emisiones globales, ocupa el segundo lugar. Así, el resultado electoral en Estados Unidos y el giro que tome la política climática en este país, afectará sustancialmente el avance de la comunidad internacional hacia las metas del Acuerdo de París.

Por ello, en lugar de hablar acerca del significado de la elección de Trump en la agenda social, comercial o política de América Latina, nos enfocaremos en la agenda climática.

Es difícil eludir el desasosiego al escribir esta columna, pero podemos decir, con cierto grado de certeza, que el siguiente cuatrienio será un periodo oscuro para delinear el futuro de la humanidad.

Basta mirar atrás y recordar que una de las primeras medidas tomadas por Trump al arrancar su presidencia fue denunciar el Acuerdo de París. De ahí en adelante, su primera administración se dedicó a desmantelar las instituciones gubernamentales que obraban a favor de la acción climática.

Falta ver cuánto se demorará ahora la administración Trump en denunciar de nuevo el Acuerdo. Una segunda salida del régimen climático de Naciones Unidas no es simbólica. Todo lo contrario. Por un lado, pone en tela de juicio un sistema multilateral de Naciones Unidas que, de por sí, está minado por su incapacidad de salvaguardar la paz mundial: quizás su principal razón de existir.

Por otro lado, la cumbre climática de Bakú, Azerbaiyán (COP29), que cierra en un par de semanas, tiene como objetivo primordial la adopción de una nueva meta de financiamiento climático que apoye las transformaciones estructurales, sectoriales y económicas del mundo en desarrollo. Sin el apoyo financiero y el despliegue de inversiones de Estados Unidos, las negociaciones para esta nueva meta serán aún más complicadas. Washington trasladará la carga financiera al resto de países desarrollados, reduciendo las probabilidades de un compromiso de financiamiento público satisfactorio. Es decir, de mínimo un billón de dólares por año (en inglés, 1 trillion USD).

La ausencia de financiamiento climático para América Latina — que recibe la menor cantidad de recursos en todo el mundo en desarrollo ―, impactará significativamente al subcontinente. Estados Unidos es uno de sus principales socios comerciales (para muchos, el principal) y los impactos del cambio climático, conforme siga incrementando la temperatura media global, solo serán mayores en nuestras latitudes. Con el tiempo, esto encarecerá aún más la factura para asegurar transiciones ecológicas y energéticas justas, y para sufragar los costos de los desastres naturales que irán en aumento.

También se reducirán los recursos al interior de Estados Unidos para combatir el cambio climático. Recordemos que en 2022 fue firmada la Ley de Reducción de la Inflación (IRA por sus siglas en inglés), para disminuir las emisiones de GEI en un 42% a 2030, mediante una inversión gradual de 369.000 millones de dólares en energías limpias. Si bien Trump no podrá revertir los recursos ya adjudicados, sí tendrá potestad para suspender, obstaculizar o reasignar para otros fines los recursos pendientes de desembolso. Asimismo, Trump tiene injerencia sobre el Departamento del Tesoro, que regula la implementación de incentivos tributarios para energías renovables por un valor de 500.000 millones de dólares.

La bola de nieve no para ahí. El negacionismo climático de Trump acelerará las inversiones en combustibles fósiles, en particular la expansión de petróleo y gas: “Vamos a hacer fracking, fracking, fracking, y a perforar, nena, perforar”, es el lema de su política energética, que librará una guerra sin cuartel contra el despliegue de energías renovables. ¿Cuál es el riesgo para América Latina? Enfrascar nuestras economías en tecnologías obsoletas por décadas, con el agravante de rezagar la transición energética que tanto urge, y poner en jaque el cumplimiento del Acuerdo de París.

La historia nos enseña que todos los imperios se desintegran. Algunos por resistencia externa. Otros desde adentro. Y cuando esto ocurre, alguien más ocupa la silla de mando. ¿Quién estará llamado a ocupar la silla de Estados Unidos para liderar la crisis global del cambio climático? ¿Estarán la Unión Europea, China o India a la altura? ¿Qué podrán hacer Brasil, Colombia y México en nuestra región? La COP29 será una prueba de fuego para saber quiénes están dispuestos a ejercer ese liderazgo.

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