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Morena: la incertidumbre es la única certidumbre

El Gobierno mexicano sigue en transición hacia algo superior que, en su mente, va a funcionar: algo más justo para los pobres, original en el planeta y tan inédito como prometedor

A la guisa de lo que hace la universidad de Oxford al designar la palabra del año, podría decirse que en México el término que más sonó en 2025 es “incertidumbre”. O, como ruego, su antónimo: multiplicidad de voces que piden al Gobierno “certidumbre”....

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A la guisa de lo que hace la universidad de Oxford al designar la palabra del año, podría decirse que en México el término que más sonó en 2025 es “incertidumbre”. O, como ruego, su antónimo: multiplicidad de voces que piden al Gobierno “certidumbre”.

La economía está en punto muerto. El Banco de México rebajó hace días su expectativa de crecimiento del producto interno bruto para 2025 de 0,6% a 0,3%. El remezón provocado por Donald Trump con aranceles y amenazas de cancelar el TMEC sin duda afectó las finanzas nacionales, pero lo hecho internamente por el Gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum también provocó este parón.

Iba a ser un año difícil. Recortar un par de puntos al déficit heredado del último año del presidente López Obrador suponía un apretón de las finanzas públicas. Si el Gobierno deja de invertir y gastar, los privados venden menos. Y si encima cambias las reglas, peor.

El segundo sexenio obradorista no ha decepcionado a quienes apostaron a que la presidenta Sheinbaum sería más radical que su predecesor.

En septiembre de 2024, el régimen tomó la determinación de acelerar el desmontaje institucional de la transición. Antes que matizarlo, Sheinbaum ha agregado reformas al llamado Plan C. La economía resiente eso, que ni es pasajero ni coyuntural. Es la transformación de la certidumbre: lo que por décadas se dio por descontado ya no existe.

Así, la conversación pública se extravía entre paradigmas que no han sido actualizados.

Los que profesan el credo de que el PIB de México debe crecer lo suficiente para absorber la población que se agrega anualmente al mercado, desesperan ante políticas o posturas del régimen que, según ellos, desalientan la confianza o vulneran la certidumbre.

Palacio Nacional tiene otra perspectiva. La presidenta es guiada por la heredada misión de erradicar el sistema construido por los gobiernos neoliberales. Si para ello la economía ha de padecer uno, dos o varios años, en el movimiento hay fe de que a la postre habrá valido la pena.

Porque esto no es un Gobierno. O no un Gobierno como solía entendérsele en México desde que las crisis de los ochenta auparon al poder a un grupo con ideas muy distintas a las actuales. Esto es una revolución. O eso pretende Morena. Y no hay revolución sin bajas.

Es momento de ajustar expectativas. Creer que el Gobierno dejará de acometer iniciativas que cambian reglas, que para tranquilizar a los mercados la Administración evitará modificar la forma de regular este o aquel producto, bien, servicio o sector, es una ingenuidad.

Poner en la Fiscalía de la República a alguien (aún más) sometido al movimiento, o sacar en el Congreso al grito de “van porque van” las reformas del agua, por solo mencionar dos contundentes movidas de esta semana, no es solo para concentrar poder, es luchar por la causa.

Sheinbaum quiere, en el caso del agua, declarar una especie de renacionalización del agua. Inscribir en la narrativa morenista que en su sexenio se recuperó la rectoría del Estado de ese bien público.

La redacción original de las dos leyes propuestas, que por las movilizaciones de campesinos fue matizada, no deja lugar a dudas. El Gobierno pretende, más allá de poner orden y castigar abusos, control absoluto y una potestad derogatoria discrecional.

De un plumazo reiteraron que se asumen como el supremo Gobierno. Y que concesiones heredadas por generaciones de productores del campo, las inversiones hechas en torno a la explotación de pozos, y los bienes que se daban por amortizados ahora quedan a discreción del órgano regulador de agua, que dicho sea de paso tiene muchos años sin funcionar adecuadamente.

La intención es transparente. Se quiere cincelar una especie de nueva fecha patriótica en el calendario. Sumar a la expropiación petrolera de Cárdenas, o a la nacionalización de la industria eléctrica de López Mateos, el adueñarse burocráticamente de la explotación del agua.

¿Cuándo ocurrió el cerrojazo de esta decisión sheinbaumnista por fijar nuevas reglas a un producto indispensable para todo tipo de cadenas productivas de baja o alta escala? Justo cuando la economía batalla para respirar. La presidenta sabe lo que hace.

Lo que hace es seguir con el pico para hacer más difícil el eventual viraje a un modelo distinto. Por eso, en Palacio hay una racionalidad antes que una contradicción en pedir al capital que invierta más y al mismo tiempo trastocar el statu quo del agua, por ejemplo.

Al empoderarse más la presidenta Sheinbaum, ofrece al mundo de los negocios una noción de irreversibilidad. El mensaje incluye un subtexto del tipo: tranquilos, lo que ustedes ven como incertidumbre es solo el cambio que era necesario y que estamos obligados a agotar.

La incertidumbre, por tanto, es lo único que seguirá. Porque el Gobierno sigue en transición hacia algo superior que, en su mente, es obvio que va a funcionar: algo más justo para los pobres, original en el planeta, y tan inédito como prometedor.

Que el capital tome en cuenta otros datos y no las buenas intenciones a la hora de elegir un lugar u otro, a Morena le importa bien poco.

Eso sí, la autonombrada transformación ha de fijar algún parámetro de resultados, la justificación transaccional del acaparamiento de poder. El primero que ha definido Sheinbaum es el descenso de los niveles de violencia. Hay empeño institucional y publicitario al respecto.

Si el régimen morenista logra en el segundo periodo presidencial una baja no solo sustancial sino duradera de la criminalidad, si recupera las carreteras y libera mercados de la extorsión, además de reducir el índice de homicidios, alimentará la idea de que hacía falta un Gobierno fuerte, no uno acotado. Una fiscalía tutelada, no una autónoma. Jueces coordinados, no independientes.

En tal escenario, ¿además de seguridad habrá facilidades para los negocios?, ¿además de pacificar regiones del país, surgirá eficiencia gubernamental para permitir, antes que estorbar, el emprendedurismo? A más de una mano presidencial que coordine todo, ¿habrá castigo a los de casa que llevan más de “un sexenio de Hidalgo”, lo mismo en el huachicol de energéticos que dando tarascadas en los contratos de las megaobras? Porque el nuevo régimen quizá logre resignificar el término de certidumbre si establece un centralismo que al menos garantice competencia con piso parejo.

Caso contrario, si sigue el obsceno festín donde “la transformación hace justicia” a sus hijos, la corrupción derivará en ineficiencia institucional, y ésta en menos dinero para el fisco, sea porque el Gobierno produce menos y más caro, sea porque nadie querrá competirle a un actor abusivo al que no hay ante quién denunciar.

Unas palabras más sobre dos factores, uno externo y uno interno, que van a motivar la inercia que hoy produce nerviosismo a los inversionistas.

Ver que en América Latina la izquierda es castigada en las urnas acelerará en Morena la tendencia de ir por el todo o nada, el impulso de no resignarse a que en democracia se gana y se pierde.

Y el segundo factor. Las arcas están siendo explotadas no sin abusos o ilegalidades por gente que no querrá aceptar una derrota que se pudiera traducir en rendición de cuentas. Lo lejos que han llegado en su acaparamiento del poder es lo lejos que estarán dispuestos a ir para no pagar por los excesos. Ojalá me equivoque.

Finalmente. Algunos empresarios no son adversos al riesgo y saben jugar en medio de esta incertidumbre. Sobre todo porque es cierto que el modelo anterior no estuvo a salvo de discrecionalidades, corrupción y castigos selectivos. Hay gente del dinero que no se arruga frente a lo que ve, así sea un cambio sistémico, pero no todo mundo se ajustará a la nueva dinámica o, si sí, tardarán en integrarse.

Esto es una revolución. O al menos eso pretenden sus instrumentadores. Y mientras eso no se consolide, o frustre, la incertidumbre es la única certidumbre. Cueste lo que cueste. Y, reiterando, no hay revoluciones sin bajas ni costos.

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