Ir al contenido

Lo que se ve no se pregunta

En la tierra de los machos bravucones y pendencieros, él triunfó meneando la cadera con sus chamarras de lentejuelas. Todos quieren tanto a Juan Gabriel

Esta es una entrega de la newsletter semanal de México, que puede seguirse gratuitamente en este enlace.

Durante muchos años no tuvo nada, por eso después lo quiso todo. A Alberto Aguilera Valadez lo abandonó su madre y con cinco años lo metieron en un orfanato, se escapó y se puso a vender burritos, sufrió abusos y maltrato, durmió en la calle y hasta pasó una temporada en prisión. Por el camino de todas esas penurias, Alberto Aguilera se convirtió en Juan Gabriel, escribió 1.800 canciones, vendió más de 150 millones de discos, tuvo seis hijos, decenas de casas, llenó el Hollywood Bowl y el Palacio de Bellas Artes, se acercó a políticos, se peleó con Hacienda y hasta con Televisa. Pero, sobre todo, su metamorfosis, su revancha (tan poética como épica) trascendió los prejuicios mexicanos de clase, raza y sexo que parecían irrompibles en la cultura pop. En la tierra de los machos rancheros bravucones y pendencieros, él triunfó meneando la cadera con sus chamarras de lentejuelas. Todos quieren tanto a Juan Gabriel.

El clímax de su carrera, la transgresión definitiva, fue seguramente el concierto en el Palacio de Bellas Artes de la capital. El 12 de mayo de 1990, sobre el escenario noble del recinto mexicano reservado hasta ahora solamente a la alta cultura, aparece Juan Gabriel con un traje entallado negro, barroco, con remaches brillantes y dorados: “Es el momento más feliz de mi vida”. El director de la orquesta de Bellas Artes se había negado a colaborar en el concierto y los críticos más petulantes de la época se rasgaban las vestiduras. “Juan Gabriel profana Bellas Artes”, decían los titulares de los periódicos.

El rey de los Palenques, el ídolo popular cursi y afeminado, en la casa sagrada de la ópera, junto a la máxima orquesta del país. Así lo explicaba Carlos Monsiváis en su crónica del día siguiente: “A los defensores de la buena música se une la explosión de homofobia, ese escudo de fe machista, ese sello de intolerancia como aureola de integridad. A la homofobia se acogen los bravíos articulistas todavía incrédulos ante un individuo con tales modales y tal fama y semejante éxito”. Durante la actuación, Juan Gabriel coquetea con el público, les habla de tú, saluda a la esposa del polémico presidente Salinas, el supuesto facilitador del sacrilegio tras el apoyo del cantante a su campaña.

“¿Quién se quiere casar conmigo?”, dice el Divo con el público ya entregado. “La respuesta -otra vez Monsiváis- es predominantemente o casi exclusivamente masculina. Y los galleros, los alcaldes, los seres temibles, los machos bragados se levantan y aúllan con la sinceridad de quien escenifica la prohibición: “¡Yo, Juanga! ¡Juan Gabriel, eres único! ¡Fíjate en mí! ¡Aquí estoy mírame!”, y además de exclamaciones que hace feliz al ejército de psicólogos y psicoanalistas, expertos en el arte de verificar el desbloqueo de los núcleos homosexuales”.

El asalto de Juanga al Palacio de Bellas Artes se revivió este sábado en el Zócalo. La gran plaza de la capital se volvió a llenar, aunque no tanto como cuando el propio Juanga batió el récord hace un par de décadas metiendo a 350.000 personas en la gran explanada. La retransmisión en pantallas gigantes del concierto fue parte de la promoción de una nueva serie documental de Netflix, Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero. La serie tiene como principal reclamo el pormenorizado archivo entregado por la familia del artista: 30.000 fotografías, 2.268 cintas de video y casi medio millón de archivos de audio tomados en su mayoría por él mismo durante sus décadas de carrera.

El archivo recoge otro de sus momentos más populares. En 2002, asediado por la persecución de la prensa sensacionalista sobre su vida privada, Juan Gabriel da una entrevista en televisión. El periodista le pregunta: “Juan Gabriel, dicen que es gay, pero, ¿Juan Gabriel es gay?”. Respuesta: “Dicen que lo que se ve no se pregunta”. Podía haber sido perfectamente una letra de sus canciones. Ese talento para la elípisis, para decir sin decir, esa mezcla entre la cursilería almibarada a lo Agustín Lara y el desgarro quejumbroso de José Alfredo.

Lo explica mejor, de nuevo, Monsiváis: “Juan Gabriel es la vindicación literal de lo expulsado del canon televisivo o de lo jamás incluible: los nacos y los traileros y las secretarias románticas y las amas de casa sin casa que aguardan y los “raritos” y los adolescentes de las barriadas. Y ese gusto atravesó la marginalidad, domesticó a los celos modernistas y a la homofobia, y hoy, podado o no de su impulso original de transgresión, triunfa igual en el Estadio Atlante, en los cabarets de lujo y en el Palacio de Bellas Artes”.

EL PAÍS ofrece cerca de 60 newsletters sobre una gran variedad de temáticas que han superado el millón de lectores registrados y en donde se abordan asuntos desde economía hasta feminismo cine, ajedrez y filosofía. Las más populares son ‘La carta del director’, ‘El País de la mañana’, ‘La selección del director de Cinco Días’ y la del suplemento cultural ‘Babelia’.

Sobre la firma

Más información

Archivado En